Derribos, mociones y emociones
Velar por el patrimonio urbano almeriense no es importante; es imprescindible. Pero por encima del valor patrimonial están el sentido común, la cordura y la seriedad. Es decir, que la protección patrimonial debería ser una voluntad ajena al enrevesado barroquismo de las mociones y emociones políticas contrapuestas. Y hablo del barroco porque es bueno aplicar a la habitual pirotecnia partidista la definición de Rafael Alberti sobre este estilo, cuando decía que el barroco era “profundidad hacia fuera”. Y hay que reconocer que lo de la llamada “casa palacio” de los Góngora está teniendo más de proyección que de profundidad, porque cuando la argumentación del debate se basa en lo sentimental el acuerdo es imposible. Y a nadie le gusta que se tire una casa antigua, porque tendemos a pensar que por el mero hecho de que las cosas tengan ya un tiempo son necesariamente valiosas. Pero habrá que tener el sentido común –o el coraje- de admitir que hace trescientos años también se construían mediocridades, igual que se ha hecho siempre. Y lamentablemente, donde no ha habido una burguesía respetuosa con su historia y una iniciativa privada capaz de conservar lo que ha estimado conservable, no pueden llegar ahora los ayuntamientos a resolver desidias de siglos y linajes. Lo fácil es pedir que sea el ayuntamiento el que llegue con el dinero de todos, desescombre, sostenga, rehabilite y haga ricos a la pléyade de propietarios y herederos que, de modo nebulosamente legal, son los propietarios de todas las ruinas históricas de Almería. A mí me encantaría, porque una rehabilitación siempre mola más que un derribo. Pero los que piden rehabilitar jamás explican de dónde se puede sacar el dineral para pagarlo y qué cosas habría que dejar de hacer. Todas las mociones deberían incluir una memoria económica que detallase esas cuestiones. Lo digo para no perder tiempo y energías.