Reconstruir los puentes volados
Igual que usted, yo también albergo razonables dudas acerca del desenlace judicial y político del disparate independentista que están perpetrando unos temerarios en Cataluña. Sin embargo tengo la certeza plena de que todo este proceso ha generado una profunda y quién sabe si insalvable fractura emocional dentro y fuera de Cataluña.
La polarización de la sociedad en dos bandos, alentada durante décadas en Cataluña ante la mirada pastueña de los diferentes Gobiernos centrales, ha cristalizado en una división social que va mucho más allá de la mera disputa política. Me pregunto, y eso ahora me preocupa tanto o más que el desenlace de la intentona, cómo se va a poder gestionar durante los próximos años la frustración de unos y el hartazgo de otros.
Los dirigentes políticos catalanes que querían pasar a la Historia impulsados por un neoaldeanismo de tono lisérgico, van a ver sus nombres inscritos, sí, pero en el pódium de la infamia civil, al haber encendido la mecha de la voladura de todos los puentes existentes entre Cataluña y el resto de España. Parafraseando a Churchill, la reconstrucción de esas necesarias vías de entendimiento va a costarnos a todos mucho esfuerzo, mucho sudor y muchas lágrimas. Omito voluntariamente la primera mención del famoso discurso –la sangre- porque a medida que pasa el tiempo parece más claro que es esto último lo que parecen esperar, como precipitación salvadora, toda esta colla de enloquecidos secuestradores del Parlamento de Cataluña. Una sangre, figurada o real, sobre la que atizar el último recurso al que se aferran, una vez comprobada la imposibilidad legal de mover el embeleco: la calle. Y el peligro de confiar una acción política a la movilización popular es que sabemos bien cómo empiezan esas cosas, pero nadie está en condiciones de asegurar cómo terminan. Ese es el peligro real.