La Voz de Almeria

Opinión

Entre cuerdas exquisitas

La `Primavera Cultural` se viste de gala para recibir a un distinguido septeto de cuerda. Pinchas Zukerman, uno de los mejores violinistas del mundo, lidera el concierto `Live in

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Pinchas Zukerman (violín), Anne Margrethe Nilsen (violín), Mathew Lipman (viola), Jesús Reina (viola), Amanda Forsyth (cello), Oyvind Gimse (cello) y David Martínez (guitarra) visitaron Almería el pasado martes, envueltos en sus exquisitas cuerdas, regalándonos  ejecuciones impecables. 
Partiendo del impresionante currículo individual de cada unos de los siete magníficos de este concierto, el  programa de Live in Almería prometía a cuenta de un repertorio cimentado en tres autores tan diferentes como universales: Falla,  Dvorák y Tchaikovsky.


Falla. Siete Canciones Populares Españolas (1914-15). Abrían el concierto, Amanda Forsyth (cello)  y David Martínez (guitarra).  Las piezas escogidas del maestro español del siglo XX, representante de la corriente del Nacionalismo musical, nos ofrecía una muestra de su inconfundible obra. Desde el Paño Moruno hasta la Jota, el violonchelo de Amanda fraseaba el sentir musical con sabor andaluz, que Falla supo plasmar como nadie. De su mano paseamos por la Alhambra o nos sentimos envueltos en la banda sonora de una película del cine español de los cuarenta, donde los volantes y las flores se rifaban los planos en blanco y negro. La guitarra del granadino David Martínez, a veces alegre, a ratos melancólica, arropa o toma de la mano al violonchelo de Amanda, que por momentos parece llorar con su arco, inundando el ambiente de pentagramas familiares, propios de suspiros entre geranios. Mientras, las partituras van cayendo como hojas de otoño sobre el escenario, ante la sonrisa cómplice de sus ejecutores.
Se marcha la pareja, quizá demasiado pronto, para dejar paso a otro grande.


Dvorák. Terzetto Op. 74 (1887). Ahora parece que estuviésemos paseando por la campiña del Imperio Austrohúngaro, a punto de ser invitados por Sissi para bailar un vals en su palacio. Eso es exactamente lo que pienso al ir asimilando las cuatro partes de este Terzetto de dos violines y una viola, donde el maestro Zukerman y Anne Nilsen nos deleitan con su pericia imbricada, acompañados por la impecable viola de Jesús Reina. No en vano Dvorák fue muy popular entre los palacios del posromanticismo, considerado uno de los grandes compositores de la segunda mitad del siglo XIX. El brío checo a veces se abre paso entre el dialogo de los dos violines, el revoloteo de las notas de rebeldía de Dvorák, que no termina de explotar, que parece frenarse a sí mismo ante el formalismo de las encorsetadas plateas del XIX. Me fascinan los punteos con los dedos que los tres intérpretes van alternando en sus ejecuciones y que siempre me parecen gotas de agua clara que esponjan la melodía. Al terminar esta parte, el público no puede reprimir su aplauso largo e intenso. 
Hay un intermedio de algo más de diez minutos donde puedo comprobar la cantidad de niños que asisten al concierto, supongo que estudiantes de cuerda, que juegan a batallar por los pasillos, mientras yo me he quedado en Viena esperando la parte más suculenta del menú. También veo a nuestro guitarrista patrio, exultante entre las butacas.


Tchaikovsky. Souvenir de Florence, para sexteto de cuerda en re menor Op. 70 (1870). Los dos violines, las dos violas y los dos chelos salen a escena a darlo todo, de la mano del autor ruso, pasional por antonomasia. Yo descubrí a Tchaikovsky muy pequeña, de la mano de Walt Disney y sus bandas sonoras. La Bella Durmiente, El Cascanueces… Y curiosamente creo escuchar trozos, compases que me recuerdan las luchas del príncipe Felipe con la bruja convertida en dragón, no en vano hay tres de los cuatro movimientos de allegro. Y cuando consulto ambas fechas de composición, sonrío. Este Souvenir fue escrito casi al unísono que la música que arropó por primera vez al ballet de La Bella Durmiente, por lo tanto era imposible que el príncipe no se diera un paseo por Florencia. Acto seguido, también soy capaz de visualizar los piratas y las olas entre las cuerdas, desde este coordinado sexteto. Me sorprende gratamente la pasión de cuerpo entero que transmite Oyvind Gimse con su cello, perfectamente sincronizado con el de Amanda.
Zukerman toca un violín construido en 1739 por el luthier cremonense Bartolomeo Guarneri del Gesù, alternándolo con un Stradivarius y una viola también Stradivarius de 1690. Después de su dilatada trayectoria, este artista israelí es poseedor de premios tan prestigiosos como el Grammy, el Rey Salomón, Medalla de las Artes, etc… Yo esperaba algún solo de su parte, pero en este concierto actúa más como una pieza del engranaje. Saludar al público en español, máxime cuando hay dos entre los músicos, nos hubiese hecho ilusión. No resta nada, al contrario, difumina la línea que divide los dos mundos en beneficio del todo.


El final. El auditorio se despide de los artistas, enloquecido de amor, cuando les devolvemos la genialidad en forma de largo aplauso. Y ellos tienen que salir a saludar varias veces, mientras las chicas (Amanda y Anne), como exige el protocolo escénico, abandonan y vuelven a entrar con celeridad, mientras se pisan sus preciosos vestidos rojos entre sonrisas y besos de felicidad, de complicidad, aportando la parte más humana del concierto. No hubo bises.


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