Nada es como ayer, Mali
Hoy te siento, prima, con María, la madre de Monteagud, esbozando una sonrisa en la Ciudad Eterna

Mali.
Lo ves, querida Mali, todo es invierno. Acordes menores al piano. Solo quiero escuchar ese violín, Mali. Ese adagio en Sol Menor. El sol ha declinado, prima. Ya no amanece. No hay oriente que nos valga. Todo está helado. Tengo mucho frío, Mali. Nos falta el aire. Quisiera cantar como aquel duetto de mi boda, prima. Aquel, tu regalo. Aquel Ave María celestial que le rogaste a la mañana. Pero no puedo.
Querida prima. Dicen que solo el vacío explica el oceáno de dolor que has esparcido. Lo ves, Mali, se equivocan. Tú no has ido a la sima del olvido. Jamás deshabitarás nuestra memoria. Nos has devuelto ese halo de humanidad que aparece cuando queda lo esencial: la conciencia de sentirse amado. Todos, todos nos hemos caído del caballo. ¿Habrá premio más grande que ese, Mali?
Yo siento tu presencia y no es un sospechoso recuerdo, un subterfugio para engañar mis sentidos. Se ha ido el verbo estar, esa sombra pasajera que va y viene y un día desaparece cuando aterriza el vuelo de la muerte, pero aquí vive el único verbo que trasciende al tiempo y al espacio: el ser. Y tú eres eso, Mali, eres el ser. Resides en nosotros, aunque ya no hagas crossfit, mi heroína atleta. Eres tú, que has muerto para vivir, que has nacido de nuevo. Yo te siento, prima. Te digo que te siento. Porque no estás, pero eres. Siempre serás.
La ves, Mali. Veo en tu madre una metáfora de la dignidad humana: le estás mandando soplos de coraje, un rocío de ternura, un ejército de gente que no se despega de su lado ni un segundo. Lleva en su cabeza el laurel de la cruz, pero está tan llena de amor... Solo eso, amar, solo eso, prima, nos salva. Y tú, solo tú, le has puesto la armadura de los verdaderos adalides. Tú eres su dolor, que nos has dejado huérfanos, pero eres su amada protección. Su congoja eres, prima. Y su redención. Eres su eclipse y eres su sol. Porque no estás, pero eres. Siempre serás, querida Mali.
Hoy te siento, prima, con María, la madre de Monteagud, esbozando una sonrisa en la Ciudad Eterna. Tomada en los brazos. Ahí estás, Mali, susurrando confidencias a tu padre mientras suena la banda sonora de una película del Oeste. Respiras ahora, entiendes ahora: ahora, prima, lo tienes todo. Tuya es ahora la fragancia de la gloria. Que no, que no te veo quieta, que tu paz es despierta, que tú no has nacido para el tedio y el spleen, que ahora eres un cuerpo resucitado con planes, que eres un ángel nuestro que nos grita fuerza, fe y amor.
Disculpa, Mali. La vida nos abruma y nos consume y nos roba tiempo para mirarnos y reirnos. Nos faltaron horas. Nos sobró rutina. Nos vimos poco. Poco, prima. Y, sin embargo, todo es como ayer. Y nada es como ayer. Te sigo viendo en la placeta de Uleila con cinco añillos, con aquella falda de los ochenta, agarrada a mi mano. Ahí estás, en el Barrio Alto, cascando debajo de la añosa vid de la casa vieja mientras la Cani prepara unas patatas fritas crujientes en la sartén centenaria. Estás ahí, Mali, jugando al ‘Un, dos, tres’ con Nuria y María Francisca. Que estás ahí mirando cómo tu madre me baña los sábados en la calle Tahona. Que estamos ahí, con don Paco, en aquel pasillo con vistas del colegio, recitando a los visigodos, con cara de lunes, en espera de aquel recreo soleado, filabreño, donde tú y yo nos contábamos cosas que solo tú y yo sabemos.
Ahí, en la iglesia, por la nave central, vestida de un blanco infantil. Me das la mano. Luego esbozas una sonrisa cuando ves que tu primo no llega al micrófono. Nuestra Primera Comunión, Mali. Es un 23 de octubre, prima. Una corbata blanca. Pelo engominado, estilo vasco, encrespeado, rebelde, desafiante. Un traje negro, el tuyo. Elegante. Una boda en Rodalquilar. Y una marcha que jamás esperábamos. Y ahí estabas. Tú.
Escucho esta mañana aquel Right Here Waiting. “Dondequiera que vayas, hagas lo que hagas, aquí estaré esperándote. Cueste lo que cueste, aunque se rompa mi corazón, aquí estaré esperándote”. ¿Te acuerdas, prima? En aquel baile nupcial había letras escondidas. Hoy suenan para ti. Ya lo predijo Richard Marx: dimos por sentado todos los momentos que pensamos que durarían de algún modo. I hear your voice on the line, but it doesn't stop the pain. Escucho tu voz, mas eso no frena esta zozobra nuestra.
Mali, tú serás como el olmo viejo, el de Machado, aquel que hendido por el rayo “con las lluvias de abril (...) algunas hojas verdes le han salido”. Que, como Rilke, la muerte es la gran transformación “donde todo lo que aquí nos ata se vuelve música”. Que, como Benedetti, serás luz en la noche, la paz en el día, el cálido abrazo. Que, como Alexis Valdés, yo también creo que tu dolor era Cristo disfrazado. Y que, como Él, has vencido a la tormenta. ¿Cómo no ibas a ganar, que hasta Homero sabe que tú eras la mejor guerrera?
El día que te vea, prima, cuando venza el tiempo y, extramuros, suene de nuevo aquel duetto, tenemos una conversación pendiente. Larga, feliz. Volveremos a ser niños porque nunca desterramos la inocencia. Cruzaré tus ojos amazónicos con los míos y admiraré tu belleza, tu esplendor intrínseco. Nos darás en herencia tu luz y ya será para siempre.
Vale, tú lo has dicho: vamos a ser fuertes. Tú lo has dicho: hasta el infinito. Pero déjame, prima, que te diga algo. Nada, nada es como ayer. Nada, pero habrá mañana. Tú ya eres el Mañana. Besos, Mali. Te quiero. Te quiero infinito (...).