Se fue suave, plácidamente, en la calma de la noche, en las primeras horas del 19 de septiembre de 2013. Su ausencia se llena con el recuerdo de lo que de ella fuimos recibiendo siempre: alegría, cariño, generosidad. Cada uno recuerda su gracia, su afecto, que a todos ofreciera detalles de consideración: una palabra, una visita, un gesto de ayuda… Supo crear, junto con su marido, Paco Castellón, nuestro padre, un hogar lleno de armonía y cariño, donde se recibía con hospitalidad. Un año después, la familia siente por ella un cariño vivo, pleno; su huella pervive gracias a todos los recuerdos, las imágenes, los momentos con ella que atesoramos. Algunos recuerdan las canciones que gustaba entonar, también en su vejez: el deterioro cognitivo respetó su gusto por la música, que vivía con intensidad; podía no recordar su edad, su domicilio, pero sí disfrutaba con las canciones que había hecho suyas, las canciones que habían ido aportando más encanto a sus días, canciones que nunca dejó de cantar. Tampoco se borró la fuerza de su fe, la sinceridad de sus creencias religiosas. Su espíritu religioso y solidario la distinguía; era la primera en acudir en ayuda de los demás. De ti aprendimos muchas cosas, que siempre te ocupaste de inculcar: a ser sensibles al sufrimiento ajeno, para intentar remediarlo; a compartir con los demás lo que pudieran necesitar; a contribuir a mejorar lo que nos rodea. Para nosotros – tus hijos, tus sobrinos, las siguientes generaciones- fuiste una maestra irremplazable, una persona inolvidable. Al marcharte, en todos prevalece algo que nos diste: tus hijos nos sentimos inmensamente afortunados por haberlo sido, por haberte tenido como madre; tu familia guarda el legado de todo lo que compartiste con ellos: vivencias, consejos, anécdotas, bromas … ; los amigos reviven tu agradable carácter, tu presencia risueña, tu buen humor. Ahora hace un año de tu marcha. Pero “nos dejó harto consuelo su memoria”. Tu huella nos guía, tu luz nos ilumina.