Un almeriense en el buen sentido de la palabra bueno

El pasado miércoles y organizado por La Voz, un grupo de almerienses llenaron el teatro Apolo para homenajear a don José Fernández Revuelta. Los textos que aparecen en estas pá

Pedro Manuel de La Cruz
01:00 • 02 feb. 2014

Gracias a todos por la generosidad que demostráis con vuestra asistencia a este homenaje y por el afecto que con ella hacéis público hacia un hombre machadiano porque es, en el buen sentido de la palabra, bueno.


Los almerienses, los ciudadanos en general, tendemos siempre, quizás por timidez, quizá por descuido, a no ser generosos en el reconocimiento del talento cuando este se pone al servicio de los ciudadanos.


Hoy, con este acto, doblamos esa esquina del desdén y nos aprestamos a recorrer las anchas alamedas que nos conducen a reconocer publicamente el servicio a los demás, la honorabilidad y la buena crianza de un hombre como Pepe Fernández Revuelta.




Cuando el tiempo levante la bruma de la cercanía al pasado inmediato, quedará al  descubierto, y para siempre, que en 40 años de democracia, nuestra provincia ha avanzado más que en cuatro siglos de dictadura.


Dice un proverbio que “toda gran marcha comienza, siempre, con un pequeño paso”. Ese pequeño paso lo protagonizaron los centenares de alcaldes y concejales de la primera generación de políticos democráticos y a quienes lideró José Fernández Revuelta desde la presidencia de la Diputación de Almería en 1979.




La provincia de Almería en aquellos años era una capital rodeada de suburbios  locales- desde Adra a Palomares; desde Serón hasta Carboneras- que comenzaban a desperezarse. La noche oscura había llegado a su fin aquella madrugada, tan fría y tan cálida a la vez, de 1975, y  en sus esquinas democráticas ya no se oía el adiós del destierro a la emigración, ni se palpaba el hambre de tantos, matizada sólo por la solidaridad sutil y espontánea de aquellos que ayudaban a quien la padecía; pero continuábamos siendo una provincia colonizada por quienes nos rodeaban. 


Todavía se peregrinaba a hospitales situados extramuros de nuestros límites geográficos para encontrar remedio a las enfermedades a las que los médicos de aquí no podían curar (no por falta de talento -que lo tenían; y tan sobrado como su esfuerzo-, sino por falta de medios). Estudiar obligaba a emigrar a otras universidades cercanas y eran muchos los miles de almerienses a los que el bienestar elemental del agua, la luz y las carreteras todavía no les había alcanzado.




Pepe Fernández Revuelta, acompañado de un grupo de almerienses, identificados más por su amor a esta tierra que por las siglas políticas a las que pertenecían, comenzaron a trabajar para que las carreteras que nos alejaban volverían a acercarnos, para que los espacios de ocio dejaran de ser quimeras, para que las pistas polideportivas no fuesen un artículo de lujo al alcance de unos pocos y para que el alumbrado público de nuestros pueblos y las conducciones de agua, dejase de ser un rosario ocre de luces y cortes intermitentes a medio camino entre la penumbra y la oscuridad total.


Aquella estampa ya solo pertenece al recuerdo, pero conviene recordar a quienes iniciaron, a quienes dieron el primer paso en la gran marcha de la modernización de los 102 pueblos que componen la geografía almeriense.


Pepe Fernández Revuelta y los que le acompañaron, sin distinción de pertenencias políticas, no eran solo un grupo de entusiastas emprendedores guiados por el talento, sino un colectivo de ciudadanos acompañados también por el talante.


Mi primer contacto con la información en la capital fue en la revista “Almería Semanal” y dentro de ella yo me ocupaba (estaba escrito: era de pueblo) de la información provincial. Desde esa posición fui asiduo visitante de la sede de la Diputaci&oac


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