El Obispo Adolfo y los curas que le siguen continúan una guerra ya perdida

Carta del director

Adolfo González Montes.
Adolfo González Montes. La Voz
Pedro Manuel de La Cruz
20:00 • 06 may. 2023

Hace años leí una entrevista con el psiquiatra Carlos Castilla del Pino en la que sostenía que el rencor es, quizá, el único sentimiento que el tiempo no acaba consumiendo. El dolor, el amor, la pasión, la envidia, hasta el odio…todo puede tener, con el paso de los años, una acumulación de daños que acaben destruyendo lo que parecía indestructible. Aquel amor que parecía eterno lo agotó el hastío, la envidia se diluyó cuando el viento de la fortuna viró a favor, el odio no puede mantenerse vivo eternamente porque acaba destruyendo a quien lo siente y hay dolores que duelen tanto- la muerte de un ser querido-que, si el tiempo no lo acabara diluyendo en la resignada aceptación de lo inevitable, seríamos incapaces de convivir con la sombra permanente de su compañía. 



Hace ya más de dos años que el Papa decidió relevar como obispo de Almería a Adolfo González Montes y situar a Antonio Gómez Cantero al frente de la diócesis de la provincia. El brutal endeudamiento de la iglesia almeriense- más de 20 millones de euros- y la lejanía premeditada del anterior prelado con todo lo que no se encerrara en su entorno más cercano aconsejaron a la conferencia episcopal el cambio. 



Como en cualquier decisión de la Iglesia, las formas se cuidaron con finezza vaticana. Cantero llegó de coadjutor, González Montes continuaba hasta su jubilación sentado en la cúpula protocolaria con capacidad de decisión en todo aquello que no tuviera relación con la economía de la diócesis y nadie pretendió romper la Pax Romana (nunca mejor traída esa expresión) en la que con tanta experiencia y comodidad se mueven los ministros de la Iglesia. La percepción infinita del tiempo da siempre una pátina de mesura a todas las decisiones que adoptan. Nadie se precipita y no ha sido nunca la Santa Sede una institución cercana a la toma de decisiones apresuradas. Los cambios deben ser percibidos por quienes los protagonizan y por quienes los van a vivir desde el otro lado del altar como un viento sutil, aunque detrás de ellos lo que los origine sea un huracán. 



Ese era el diseño del Vaticano de acuerdo con los obispos españoles. Que todo parezca que sigue (casi)igual, pero que todo cambie. Lampedusismo a la inversa. 



Pero en este diseño había alguien que no estaba dispuesto a que la frialdad de los números contenidos en una auditoría externa e independiente deteriorara su imagen.  



Desde el primer día de su llegada, el obispo coadjutor ya pudo escuchar el sonido ensordecedor de quienes no estaban dispuestos a aceptar el cambio de rumbo en una travesía en la que tan acomodados se sentían. Los trapos sucios hay que lavarlos en casa y esa es una religión en la que siempre se han movido con disciplina militar aquellos representantes del clero que han desarrollado su ministerio en las sombras opacas del misterio. Que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda. 



El problema de quienes así pensaron es que los bancos no tienen alma. Tienen balances, cuentas, números. Y la situación era caótica. Había que tomar medidas y se tomaron. 



Lo que resulta difícil de entender es que tanto como van los obispos al Vaticano la experiencia no les dé para asumir que cuando Roma locuta, causa finita. González Montes y quienes se sintieron cómodos en su entorno mantienen su acoso al obispo Cantero con una intensidad que se acerca a lo patológico. Para ellos el voto de obediencia y el mandamiento de amar al prójimo como a ti mismo son dos sentimientos intercambiables en función de quien toma las decisiones y a qué intereses afecta. Han perdido la guerra, pero continúan inasequibles al desaliento en la batalla.  


La estrategia del ruido no les ha llevado a ninguna parte porque en la otra trinchera han encontrado el silencio. Esa ha sido la mejor arma de Cantero. No aventar el incendio con más gasolina. 


Decía Napoleón que las ciudades se tomaban por los arrabales. El obispo Cantero asumió esta forma de ser y de sentir y su cercanía al clero, a las parroquias, a las órdenes religiosas, a los jóvenes, a las Hermandades (desde su llegada y de forma tan intensa en Semana Santa y que tanta satisfacción ha provocado en los cofrades), le ha ido acercando a todos desde la sonrisa y el afecto sincero. Dos armas poderosas siempre, pero inexpugnables cuando quienes se han situado en la trinchera enemiga solo cuentan con la munición del rencor. 


El reducidísimo retén de resistentes que continúan defendiendo al anterior obispo (y a sus intereses personales) no debían olvidar que no hay nada más estúpido que azotar un caballo muerto porque nunca volverá a galopar. Abandonen el látigo y pónganse a trabajar de una santa vez. 


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