España y sus fracturas

España practicó, como se puso de relieve, una política de integración, con sentido de comunidad

José Ramón Martínez
09:00 • 19 oct. 2022

Mientras el lenguaje continúe marcando la pauta, mientras podamos seguir hablando los unos con los otros, hay esperanza para la civilidad George Steiner



Vuelve de nuevo a estar de actualidad el ser de España que la generación del 98 puso en boga con el final de nuestra presencia en América 



Hablar de fracturas y divisiones está a la orden del día en las sociedades modernas. Nuestra transición a la democracia, que fue un ejemplo de reconciliación, tuvo que convivir con la crueldad que supuso la anomalía vasca. Ahora llevamos diez años con el conflicto catalán que ha roto las costuras de la sociedad y, si miramos al resto de España, sucede algo parecido con los antagonismos viscerales entre derechas e izquierdas. En este contexto político, quise conocer otras voces, otras maneras de pensar alejadas de las mías y qué mejor que un seminario dedicado a España organizado por una influencer como Fortunata y Jacinta con miles de seguidores. Hay un periodismo alternativo, con gran frescura y poco encorsetado que crece con fuerza en los Podcast y YouTube con el que hay que empezar a contar. 






La España que dialoga Para serles sincero, llegué a este simposio cargado de dudas y hasta el último momento no confirmé mi asistencia. No eran de los míos, me decía, sin embargo, al final se impuso la mirada conciliadora. En mis recuerdos estaban los viajes a Madrid, en los tiempos convulsos anteriores a la guerra civil, del periodista catalán Agustí Calvet, más conocido por su seudónimo de Gaziel. El ilustre escritor se entrevistó con toda la clase política española, desde José Antonio Primo de Rivera hasta Largo Caballero. Es decir, hablar todos con todos, conocer al otro, escuchar sus razones y argumentos y con más motivo, si eran vecinos y hermanos. 



Unas doscientas personas procedentes  de todas las Españas se dieron cita en la Casa de los padres Paúles de Salamanca. En algunos momentos me sentí algo intimidado, pero esa sensación desapareció con el transcurrir de las horas. Conocí a un católico de misa diaria, bondadoso como pocos en sus formas, a unos navarros de derechas educados y respetuosos hasta el infinito, a unos ponentes reivindicando el amor como base de la convivencia, a otros reclamando una vuelta a la hidalguía española como sinónimo de nobleza y entrega a los demás. Tenía la impresión de estar ante un grupo de personas, crítica e idealista, con voluntad de persuadir y de cautivar al auditorio fuera de la retórica publicitaria tan al uso.



 



España como problema Desde el principio volví a sentir aquello del ser de España que la generación del 98 puso en boga. De ahí, quizás, que se reivindicara con énfasis el legado cultural y religioso español en Hispanoamérica. Desde la construcción de las primeras universidades, las leyes de protección de los indígenas, la extensión de la lengua española a millones de personas, España practicó, como se puso de relieve, una política de integración y con sentido de comunidad, frente al imperialismo angloamericano, más liberal y productivista que impone el mercado, desde el altar y el trono, como la ideología dominante.


Sin embargo, la construcción de una idea de España que acoja a todos sigue creando dudas. Por una parte, ciertos sectores ultra conservadores que se la han apropiado, los sectores liberales y de izquierdas que se muestran ambiguos y los nacionalismos periféricos que resurgen con la idea de la España negra como si estuviéramos todavía en los tiempos de las guerras imperiales. La unidad de España, afirmó, Juan Manuel de Prada, el conferenciante que más aplausos concitó, es una razón espiritual, una fe común, un vínculo humano con la tierra frente a las uniones por intereses que al final nos pueden llevar al cantonalismo. 


Epílogo El seminario ha sido una cura de humildad, de aceptar otras opiniones e ideas a las que uno pueda tener. Al mismo tiempo, ha sido una confirmación de la importancia de abandonar las etiquetas y adjetivos tanto a las personas como grupos que solo llevan al cainismo de unos contra otros. A pesar de los calificativos que había leído sobre los organizadores, he podido oír intervenciones muy argumentadas, sin emocionalismos ni sobreactuaciones. Finalmente, frente a los que consideran que para defender España no valdrán las palabras y los que creen que España tiene interiorizado el gen conquistador y de ella no se puede esperar nada, he preferido sin fundamentalismos democráticos ni buenismos vacíos escuchar a los demás y sobre todo hacer amigos. 



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