El Barrio Alto en los años 70 (2)

Las obras del alcantarillado se convirtieron en un grave problema para los vecinos

Eduardo de Vicente
00:46 • 21 sept. 2023

Los niños que vivieron el Barrio Alto de los primeros años setenta llevan grabado en la memoria, a fuego, el recuerdo que les dejaron las obras del alcantarillado. Los trabajos de saneamiento marcaron la vida de los vecinos durante varios años ya que se hicieron eternas y hubo calles que permanecieron abiertas durante un lustro a la espera de que de una vez por todas se remataran las obras.




El Barrio Alto, allá por 1975, estaba patas arriba. Cualquier forastero que cruzara sus calles no podía discernir con claridad si estaban tirando el barrio o es que estaban haciendo uno nuevo. Aquel verano del 75 fue especialmente duro a causa de los pozos sépticos. El alcantarillado avanzaba a paso de tortuga y las familias seguían haciendo sus necesidades en los patios de las casas hasta que reventaba el agujero y había que sacar los excrementos con espuertas para que se los llevara el basurero, que era el encargado de limpiar los pozos negros.




El barrio estaba dividido en dos grandes sectores: la parte sur que lindaba con la llamada barriada de los Pintores y se prolongaba hasta la Carretera de Ronda y la calle Real, y la zona norte que iba desde la calle Real hasta el paraje conocido como los Pinares. Era en ese sector meridional donde el corazón del Barrio Alto latía con toda su fuerza, donde estaban los callejones más estrechos con el pavimento de tierra, donde aparecían las plazas más insólitas donde las mujeres tendían la ropa sobre los palos y las cuerdas que montaban delante de las fachadas, donde los niños se mezclaban con los perros y con los gatos y se trataban de tú a tú, un mundo tan cerrado en sí mismo que un vecino que viniera del Camino de los Depósitos era recibido como un forastero.




Las obras de mejora en la red de saneamiento, que habían empezado en la zona norte, junto a los Pinares, dejó un escenario desolador de calles abiertas con montañas de arena y zanjas que aprovechaban los niños para jugar a las guerrillas cuando salían del colegio. Las obras se extendían también por la Avenida de Santa Isabel, donde el entubado de agua separaba el barrio en dos. A esta imagen caótica contribuían también los trabajos que se estaban realizando para levantar el nuevo templo de San José, que finalmente fue inaugurado en el mes de abril de 1976 gracias a las aportaciones económicas de los feligreses que colaboraron pagando religiosamente sus cuotas mensuales, al dinero del Obispado y a las 250.000 pesetas que puso la Caja de Ahorros.




La iglesia no solo era la despensa espiritual del barrio, también fue en aquel tiempo el motor que trató de encauzar la vida de los jóvenes en una época complicada donde los nuevos vientos de libertad iban a soplar como un ciclón en los barrios más deprimidos.




Mientras las nuevas campanas de la torre llamaban a sus parroquianos a misa, el ruido de las máquinas del alcantarillado seguía siendo la banda sonora del Barrio Alto recién estrenada la Transición.
Las obras eran un quebradero de cabeza doble, ya que al inconveniente de las calles abiertas hubo que sumar el problema económico que vino de la mano. La empresa constructora exigía a los vecinos una cantidad de dinero que había que pagar por adelantado para que pudieran disfrutar del beneficio de enganchar su red con el alcantarillado público. Aquella familia que era propietaria de una vivienda de una planta tenía que pagar 19.000 pesetas, mientras que aquellas que vivían en pisos pagaban entre 500 y 600 pesetas por el servicio.




Para los niños que solo íbamos al Barrio Alto de vez en cuando, aquel universo de intensos contrastes era una experiencia inigualable.
Sentíamos una emoción diferente cuando llegábamos al destartalado badén de la Rambla y nos encontrábamos con la sorpresa de aquellos viejos kioscos  de subsistencia donde te podías comprar un bollo de azúcar con merengue o un cartucho de garbanzos tostaos que en las manos de un niño duraban el tiempo que tardábamos en llegar a la puerta del Cinema Monumental donde por un precio módico nos pasábamos toda la tarde.




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