De ‘los Curicas’ a ‘las Terriblas’: los apodos en la vieja Vega de Almería

Hubo un tiempo en el que todo el mundo se conocía en esta zona ahora llena de residenciales

Uno de los viejos cortijos que aún quedan en la Vega de Acá.
Uno de los viejos cortijos que aún quedan en la Vega de Acá.
Francisco G. Luque
20:10 • 31 jul. 2023

Desde la Avenida Cabo de Gata, muy cerca del Delta del Andarax, empieza a germinar hacia el norte una nueva prolongación de la ciudad que se extiende hasta el camino de la Goleta. Terrenos que fueron de uso agrícola de toda la vida, donde arraigó durante siglos el bancal y posteriormente el invernadero, ya han sido conquistados por excavadoras que abren el camino a un proyecto con enormes residenciales previstos, a futuros negocios y a nuevas calles y avenidas que, en pocos años, acabarán sepultando prácticamente los últimos vestigios de la vieja Vega de Acá



Bancales, invernaderos abandonados, destartalados cuartos de aperos y alguna que otra chabola dejan paso a los cimientos de grandes edificios que darán cobijo a varios miles de ciudadanos, a las nuevas familias de una Vega de Acá en la que antiguamente todos se conocían, sin necesidad de teléfonos móviles ni redes sociales. Y es que esos mismos suelos en los que ahora emerge la futura ciudad han sido regados con el sudor durante muchas generaciones de históricas sagas familiares con nombres y apellidos, con curiosos apodos que luego heredaban del abuelo, o de la abuela, tanto hijos como nietos.  



Andújar, Berenguel, Gálvez, García, Ibáñez, Luque, López, Ramón, Ruano, Sánchez o Ventura, entre otros, eran los apellidos más comunes de la vega almeriense del pasado siglo. Así lo reflejó el doctor Manuel Gálvez Ibáñez en su interesante libro 'La Vega de Almería, una forma de vida que se acaba' (IEA, 2003). Con esta obra el autor hace una labor importantísima, la de dejar constancia de la memoria de la vega almeriense, de sus protagonistas, lugares, herramientas y costumbres. De lo contrario, todo hubiese caído en el olvido con el paso del tiempo. 



Los curiosos apodos



En dichas páginas, y todavía en las voces de los mayores de la Vega de Acá y de la de Allá, la que todavía no puede sucumbir al ladrillo, permanecen los alias y los genuinos apodos de aquellos hombres y mujeres de esa antigua vega que las personas nacidas a partir del año 2000 ya no pudieron conocer. Bernabés, Bichos, Cachuchos, Callaícos, Casianos, Caturrines, Churromaos, Cojos, Coreanos, Cubanos, Cucharones, Curicas, Gallos, Juaniches, Juanmanueles, las Marrajas, Merinos, Patasecas, Pelaspigas, Pereros, Pichotes, las Puricas, Rigores, Tagaretes, Telares, las Terriblas o Tomizas, son las líneas familiares, tanto masculinas como femeninas, más populares de las tierras de labranza a ambos lados del Andarax.    



Los motes también acompañaron a personas específicas. Unos apodos eran muy claros, otros más originales e incluso de difícil comprensión, pero detrás de cada uno había una gran historia, siempre ligada a la dureza de la vida en la vega: el Algarrobo, el Bichico, el Blancanieves, la Cantarera, el Caraño, el Carbonilla, el Chamarí, el Chaparro, el Chispeneto, el Chispero, el Chulla, la Churripampa, el Coloraete, el Colorao, el Fuegovivo, el Gorrión, el Hambreterna, la Huérfana, el Juanete, el Luisete, el Macafú, el Malagueño, la Mona, el Patasnegras, el Pintao, el Regalao, el Riñaña, el Roquetero, el Rubio, el Sordo, el tío Garrulo, el Jerigo, el Peneque, la Pulía, la Sota, el Tiznajo, el Tomate, el Turrillero o la Viuda.



Actualmente los descendientes más jóvenes de las familias de aquella vega sin urbanizar, están ya desvinculados de una forma de vida que llega a su fin en la Vega de Acá, como ya adelantó el título del libro de Manuel Gálvez. Ahora, con largas calles en las que se ubican miles de viviendas, es muy difícil que se conozca todo el mundo, la lista de apellidos sería interminable y los apodos de las sagas familiares, en desuso por las nuevas generaciones, han quedado en el olvido absoluto. Los suelos vegueros, escenario durante varios siglos de un trabajo durísimo, sobre los que pasaban los carros de madera y sus humildes pero normalmente zarrapastrosos habitantes, son ahora el sueño de las clases media y alta.     



La desaparición de la antigua vega almeriense es el mejor ejemplo de crónica de una muerte anunciada. Al ser el único espacio de crecimiento que tiene Almería, la Vega de Acá estaba sentenciada desde hace décadas, en el punto de mira de un imparable progreso que empezó a cambiar la fisonomía de esta zona que todavía a principios del siglo XXI era todo un parque de atracciones para los críos de El Zapillo, Cortijo Grande, Nueva Almería o las 500 (barrios que quitaron espacios a la vieja vega), con sus boqueras, murallas de cañizo, diferentes animales y alguna que otra leyenda que servía como aliciente para organizar una incursión en aquellos bancales donde olía a estiércol e higuera.


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