El último camarero del ‘Español’

José Vicente (1948) vivió los últimos años del histórico Café Español del Paseo

José Vicente, en la terraza del Café Español, allá por los primeros años 70, en una mañana de domingo llena de soldados.
José Vicente, en la terraza del Café Español, allá por los primeros años 70, en una mañana de domingo llena de soldados.
Eduardo de Vicente
19:50 • 24 abr. 2023

En su pueblo, Rodalquilar, lo conocían con el apodo de ‘el chofecillo’ porque era el hijo de Manuel Vicente Arias, el conductor que llevaba y traía a don Ramón de Rotaeche, el jefe de las minas. Cuando aparecía por el poblado aquel ‘Folitre’ de pedales con el director dentro, los niños se alborotaban y corrían detrás del coche como si fuera un enviado del cielo.



José Vicente Hernández se crió en aquel escenario fantástico del valle de Rodalquilar, viendo trabajar sin descanso a los mineros y ayudando a su madre a sacar la casa adelante. Su padre murió en 1951, enfermo de silicosis, cuando el niño tenía tres años, y la familia tuvo que sobrevivir con una tienda que montó su madre. Era la tienda del valle, un negocio próspero que tuvo que cerrar el día que la explotación dejó de ser rentable y la quimera del oro se quedó solo en eso, en un sueño.



En aquellos años, los hijos de los mineros que querían estudiar tenían la oportunidad de hacerlo mediante la concesión de una beca. Fueron muchos los que terminaron estudiando el Bachillerato en Vélez Rubio, entre ellos ‘el chofecillo’, que inició así una carrera que culminaría en la Escuela de Formación, antes de encontrar su primer trabajo como camarero.



Con quince años fue contratado en el Hotel Andalucía, una academia excelente para aprender el oficio, ya que contaba con un restaurante de prestigio  en el centro de la ciudad. José Vicente, que tenía la ilusión de ser camarero, no aceptó que lo pusieran de telefonista y cuando llevaba quince días trabajando hizo la maleta y se marchó.



Estaba convencido de que su destino era el contacto directo con la clientela y no paró hasta que no encontró, por fin, el puesto que buscaba. Su primera patria fue uno de los bares más célebres de la ciudad en los años sesenta, el Puerto Rico de Manuel Luque, donde fue aprendiendo todos los secretos de la profesión en aquellas jornadas interminables de trabajo que empezaban a las cinco de la mañana y terminaban doce horas después. El Puerto Rico era el santuario de los trabajadores de la alhóndiga y del Mercado Central, el reino de las tapas al mediodía y a veces, de madrugada, el último refugio de las juergas flamencas. Doce horas de trabajo diario por un sueldo de setecientas pesetas al mes.



Cuando el negocio de los hermanos Luque cerró, ‘el chofecillo’ se fue al servicio militar y cuando regresó licenciado tuvo que volver a la aventura de buscarse un empleo. Como era un chico despierto y no le faltaba descaro, el que había adquirido en la barra del Puerto Rico, una mañana en la que iba caminando por el Paseo se cruzó con Juan Tara, propietario del Café Español, y con decisión le pidió trabajo. Al día siguiente, a primera hora, ya estaba sirviendo las mesas de la terraza con su chaqueta blanca y su pajarita negra, envuelto en aquel uniforme inmaculado que le daba categoría al oficio. 



Era el año 1971 y el Café Español seguía siendo uno de los establecimientos principales de la ciudad, en dura competencia con el Colón. De aquellos comienzos recuerda que aún se conservaban antiguas tradiciones de la profesión, como llevar a las mesas de los clientes habituales la jarra con el vaso del agua, el bicarbonato para las digestiones y una hoja en blanco por si el cliente necesitaba escribir, ya que todavía era frecuente sellar negocios en los veladores de los cafés al abrigo de una taza de chocolate con churros y una copa de coñac.



José Vicente, el niño de las minas, el hijo del chófer de Adaro, vivió sus años dorados en el Español, formando parte de la última plantilla de  camareros del establecimiento. Allí estuvo hasta que cerró, allá por el año de 1975. Se dijo entonces que los motivos no habían sido profesionales, que el cierre fue una buena operación para los dueños, que le vendieron el edificio a la Caja de Ahorros para que montara allí una sucursal.


Su paso por el café de la familia Tara lo consolidó definitivamente en la profesión. ‘El chofecillo’ era un camarero de prestigio al que no le faltaban  las ofertas. Sus últimos años en la profesión los pasó en el restaurante La Reja y posteriormente en el Club de Mar, donde de la mano de su propietario, Francisco Sierra López, llegó a hacer carrera trabajando sin apenas descanso y sin conocer lo que era un día festivo.


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