Los fantasmas de las ‘reinas’ encantadas

Contaba la leyenda que en la noche de Navidad de 1879 se apareció una reina mora en Pechina

Restos del cortijo del Moreal o de los Percevales, en el término municipal de Pechina.
Restos del cortijo del Moreal o de los Percevales, en el término municipal de Pechina.
Eduardo de Vicente
19:59 • 04 abr. 2023

En los parajes de Pechina, lugar de profunda tradición musulmana, nacieron leyendas de aquel tiempo que se fueron transmitiendo de generación en generación, historias que para muchas de aquellas gentes estaban llenas de verdades porque así se las habían hecho creer sus padres.



El historiador almeriense Joaquín Santisteban contaba que lindando con la estación del ferrocarril de Sierra Alhamilla, su padre, allá por el año 1870, compró la finca de Alcora, a la que las gentes del lugar llamaban “Alcorra”. En aquel tiempo el pueblo de Pechina estaba dirigido por la familia de los Alonso, por el notario Sáez, el médico Mariano Zamora y el cura Ignacio Andújar. Cuando los Santisteban compraron la finca lo primero que hicieron fue construir los cimientos para levantar la casa; cuando no se llevaba excavado todavía un metro de profundidad se descubrió un ataúd de metal cubierto de tierra, que al abrirlo mostró restos humanos que a juzgar por las telas tejidas en hilo de plata, y por un anillo de oro con signos árabes inscritos, se entendió que pertenecían a una mora rica.



Como suele ocurrir con este tipo de acontecimientos, la fantasía popular se encargó de exagerar el hallazgo, y si uno contaba el suceso añadiéndole un poco más de lo que había escuchado, al ir de boca en boca se transformó en un gran descubrimiento donde aparecían ánforas repletas de alhajas, polvo de oro que brillaba con la fuerza del sol, anillos llenos de pedrería y unos restos que eran los de una reina mora encantada que se había mantenido intacta a lo largo de los siglos. 



El féretro encontrado se volvió a enterrar y a los pocos días, al plantar las parras, se confirmó la existencia bajo el suelo fértil de la finca de un cementerio árabe. Eran tiempos donde era frecuente que la realidad y la ficción convivieran de la mano en las historias cotidianas que las gentes se contaban por las noches al calor de la lumbre en los cortijos. En realidad, debían de ser pocos los que creían en estas historias, hasta que en el año 1879, en la noche del 25 de diciembre, al resplandor de la luna se vio avanzar la silueta blanca de la reina mora con su brillante traje tejido de plata y coronada con flores de azahar.



Contaba el cronista Joaquín Santisteban, tal y como a él le contó muchos años después su padre, que el perro que guardaba la finca gruñía pero no ladraba, y que el cortijero, mudo de terror, no pudo disparar la escopeta y se hincó de rodillas mientras contemplaba con la boca abierta como la blanca sombra rodeaba la casa y después se esfumaba entre un racimo de nubes.



Aquella sombra como sacada de un encanto volvió a aparecer dos veces más, en el año 1885 y en 1893. Fue la esposa del cortijero la que se encargó de divulgar por el pueblo y sus contornos aquel suceso extraño que poco a poco fue conmocionando a las gentes, que confirmaron así sus antiguas creencias. De aquel acontecimiento salió una coplilla popular que decía: “Dichosa Alcora/que tienes encantada/ la reina mora.



La reina mora que rondaba en las noches de Navidad por el cortijo de Alcorra no era la única que tuvo intrigados a los vecinos de Pechina. A comienzos del siglo pasado todavía se hablaba de otra alma en pena que regresaba a la vida por unos instantes en las noches de San Juan. Este suceso tenía como escenario la finca de don Juan del Moral y Almansa, rico propietario emparentado con la familia Perceval desde su matrimonio con María Perceval Llorente. La hacienda estaba situada en las afueras de Pechina y disfrutaba de una intensa producción de uva que le proporcionaba importantes dividendos a la familia. 



De vez en cuando, don Juan del Moral se dejaba ver en el cortijo de Pechina, sobre todo en septiembre, cuando empezaba la recogida de la uva. Era la época del esplendor uvero, cuando el cortijo, también conocido como el de los Percevales, se llenaba de mujeres que allí se instalaban mientras duraban las labores de la faena. En aquellas noches de septiembre las mujeres se reunían en el porche y llegaban hasta la madrugada contándose antiguas historias del lugar. Casi siempre, después de intercambiarse las noticias de un lado y de otro, se terminaba hablando de lo mismo, de la leyenda de ‘la encantá’, que contaba los penas de amor de una princesa mora, favorita del rey, que anduvo por estos pagos y en ellos fue enterrada.


La tradición aseguraba que en las noches de San Juan la joven princesa se aparecía junto al pozo, y sentada en el pretil se pasaba un buen rato alisando su cabello con un peine de oro. Entre los más viejos siempre había alguno que aseguraba que en sus años de mocedad un pariente le había prometido haber visto con sus propios ojos a la enamorada y que en vano había intentado darle con una piedra, porque al parecer, era la fórmula para romper el encantamiento. Los habitantes del cortijo no vieron nunca a la mora de la leyenda porque tampoco nadie de la hacienda se atrevió a asomarse al pozo en la madrugada que la reina encantada aparecía.


Lo que sí encontraron, haciendo excavaciones en la galería para buscar agua, fueron restos de candiles, de vasijas, de baúles y cofres de la época musulmana.


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