La puesta en valor del viejo Cañarete

El Bello Rincón fue la primera gran apuesta empresarial para darle vida a la vieja carretera

El complejo del Bello Rincón antes de que hicieran la carretera nueva. Foto de Juan José Martínez.
El complejo del Bello Rincón antes de que hicieran la carretera nueva. Foto de Juan José Martínez.
Eduardo de Vicente
08:59 • 27 ene. 2022

Las antiguas ventas como la de San Miguel, la de Ramírez y la de Eritaña ya formaban parte de otro tiempo. Se habían ido quedando arrinconadas, como la vieja carretera que a duras penas se abría paso por los cerros del Cañarete. En los años sesenta aquella ruta que unía la ciudad con Aguadulce tenía que dejar de ser un camino para convertirse en una carretera moderna. Ya no era el sendero de los carreros que iban y venían del poniente, sino la única arteria posible para  recibir el tráfico creciente de vehículos, alentado por la aparición en escena de un nuevo escenario turístico: Aguadulce. 



Los tiempos iban cambiando y la generalización del coche utilitario propiciaba que los almerienses se echaran a la carretera los domingos en busca de nuevos escenarios. Aguadulce ya no era aquella aldea marinera y rural a la que para llegar había que afrontar una auténtica aventura.



Un peón caminero del lugar, conocido como Nicolás el viejo, fue uno de los primeros en intuir las posibilidades futuras de aquella carretera. Tenía su vivienda y una cueva cerca de la Garrofa y durante un tiempo había regentado la venta de San Miguel. Cuando vio que los tiempos cambiaban y la ruta se llenaba de vida, agrandó la caverna a base de barrenos y puso el germen de lo que años más tarde sería el Bello Rincón, ya de la mano de su hijo Nicolás Martínez César.



Eran tiempos de cambios continuos, de obras constantes que trataban de adecentar aquella Carretera Nacional que vivía bajo la amenaza de las piedras de los acantilados, que cortaban frecuentemente la circulación. 



Allí, medio oculto entre los cerros y mirando al mar, apareció el Bello Rincón, dispuesto a abrir un nuevo camino en aquella ruta: el comercial.



Allí estaba, en el kilómetro 108 de la Nacional 340, subido sobre un cerro, mirando de frente a la playa, tratando de explotar el encanto del paisaje. Su propietario, Nicolás Martínez César, trató de  dinamizar la empresa combinando la comida con el baile, en unos tiempos donde la fiebre de los guateques fue generalizada. 






En el verano de 1967, el negocio se anunciaba con el siguiente reclamo publicitario: “En el Bello Rincón, extraordinarios bailes los sábados y domingos, amenizados por la orquesta ‘Los Castizos’. En la Gruta Mana, Nicolás les ofrece un servicio esmerado de ambigú”. Y así era. Debajo del Bello Rincón, en el amplio espacio de una profunda cueva, Nicolás Martínez puso en marcha otro negocio al que bautizó como la Gruta Mana. Lo de gruta estaba claro por qué era, pero lo de Mana nadie sabía muy bien si se trataba de un capricho estrambótico del propietario, que un día aclaró que sólo era un homenaje a sus hijos, utilizando las primeras sílabas de sus apellidos, Martínez Navas.


Las familias iban los domingos a comer al Bello Rincón y por la tarde, las parejas se refugiaban en la oscuridad y en el ambiente cómplice de la Gruta Mana, donde no había más luz que la que proporcionaba un grupo electrógeno que alimentaba dos humildes bombillas de escasa potencia. Cuando sonaban las canciones lentas de Adamo allí dentro no se escuchaban otros sonidos que el de la música y el de los besos apasionados de los novios. 


A finales de los años sesenta, ese tramo de carretera potenció su atractivo con la inauguración de la discoteca Baroque, que fue el detonante definitivo para convertir la zona en lugar de éxodo los fines de semana. 


Durante aquellos años, el Bello Rincón de la carretera de Aguadulce estuvo dirigido por Nicolás Martínez, y desde 1971 por José Pérez Martínez, que se lo quedó en arriendo durante dos años.


La década de los setenta fue crucial para la confirmación del negocio. Fueron años de incertidumbre porque las obras cortaban el camino durante días y dejaban el Bello Rincón completamente aislado, pero por fin, para la Navidad de 1973, tras cuarenta días de intenso trabajo, el nuevo camino empezaba a ser una realidad. Aquel paraje medio escondido entre los cerros cambió de imagen cuando en el otoño de 1974 volaron con dinamita 50.000 metros cúbicos de roca que borró del mapa la doble curva de entrada.



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