El Lugarico: ¡El agua corriente!

Un recuerdo de la llegada a Almería de los inventos y avances modernos

Almería, en Sevilla.
Almería, en Sevilla. La Voz
Francisco Giménez-Alemán
07:00 • 19 jun. 2021

Nuestra abuela materna era conocida en la familia como la Mamaría, una mujer algo primitiva, viuda desde que su marido Antonio murió en 1932. Vivieron en las Cuatro Calles, un caserón que incluía también el almacén de ultramarinos que era su negocio al por mayor. La Mamaría murió en 1971 a los 97 años de edad, luego había nacido en 1874, más o menos cuando el general Martínez Campos puso fin a la I República restaurando la Monarquía en la persona de Alfonso XII. A mí me gustaba mucho hablar con ella y preguntarle cosas de otros tiempos: cómo era Almería y la vida cotidiana a finales del siglo XIX, las costumbres y tantas curiosidades que recordaba con meridiana claridad.



El matrimonio había hecho el gran viaje de su vida cuando estuvieron en 1929 en Sevilla para visitar la Exposición Iberoamericana. Viaje nada sencillo desde nuestra ciudad que el abuelo decidió hacer en su flamante Graham-Paige, modelo de 1927, conducido por su chófer, familiarmente conocido en la casa como Enrique el Compadre, quien había aprendido su oficio de mecánico después de algunos años haciendo lo propio en los coches de caballos.



Con la ayuda de mis tíos, pues la abuela no estaba en los detalles, pude conocer aproximadamente el plan de viaje de Almería a Sevilla que fue como sigue: una primera etapa hasta Guadix, donde hicieron noche en casa de un gran amigo, fabricante de harina y proveedor del almacén de las Cuatro Calles. El segundo o tercer día -no se sabía muy bien la duración del viaje- alcanzaron Loja, con la calzada en mejores condiciones a partir de Granada porque se había beneficiado del plan de firmes especiales de Primo de Rivera. La tercera jornada, acaso con más de un día por medio, pusieron rumbo a una finca de Osuna donde al igual que en Guadix el abuelo tenía un viejo conocido, esta vez productor de aceite. Y finalmente llegaron a Sevilla después de recorrer los últimos 80 kilómetros del itinerario.



Las postales



Se alojaron en el Hotel Madrid, un gran edificio donde hoy se encuentra El Corte Inglés de la plaza de la Magdalena, y debieron estar allí no menos de un mes porque el abuelo iba también a tratar varios negocios de su almacén. A decir por las postales que enviaban a Almería debieron visitar casi todos los pabellones, sobre todo los de las inmediaciones del parque de María Luisa. El director del de las bodegas Pedro Domecq era conocido del abuelo, y allí pasaron muy buenos ratos. Se trata de un precioso palacete que se mantiene hoy día muy bien conservado en pleno centro del maravilloso parque sevillano. Lo visité hace tiempo cuando la institución estaba presidida por Julio García Casas quien me explicó que en la posguerra fue cedido a la Falange y la Sección Femenina y más tarde al Servicio Meteorológico, hasta que a finales de los noventa fue sede de las Juventudes Musicales gracias a los buenos oficios Alberto Jiménez Becerril, concejal asesinado por la Eta junto a su esposa Ascen.  



Recordaba la Mamaría lo mucho que le gustó asistir a una función de los Hermanos Álvarez Quintero en el recién inaugurado teatro Lope de Vega. Y el ambiente señorial y elegante del Casino con entrada directa desde el coliseo colindante. Otros almerienses que habían hecho fortuna con las obras de la Exposición Iberoamericana los atendieron divinamente y una noche los llevaron a un famoso tablao flamenco –no recordaba el nombre- donde por primera vez en su vida vio la actuación de un cuadro gitano y las mejores bailaoras del momento.



Pero, yo a lo mío, seguía preguntándole a la Mamaría por cosas de la Almería de otros tiempos. Y muchas tardes íbamos con ella al cortijo de la familia El Retiro, en el camino que va de la Cepa a Huércal. Nos llevaba Enrique en el coche de caballo y a mí me gustaba ir en el pescante oteando el badén, la Cruz de Caravaca, el fielato, la Magnesita, el cementerio, la Cuesta de los Callejones y la balsa del Canario, hasta enfilar la bajada hacia la Cepa y el corto trayecto al cortijo. Fue en ese destartalado caserón, con amplio almacén donde se guardaban los aperos agrícolas, en el que mi familia pasó muchas noches en la guerra cuando la aviación de Franco bombardeaba la ciudad y era muy peligroso pernoctar en las casas. La de mis otros abuelos, los Giménez Ulibarri, en la rambla del Obispo Orberá, quedó cual Cartago tras el cañoneo de la escuadra alemana al amanecer del 31 de mayo de 1937.



Años después, cuando me iniciaba en el Periodismo y me picaba la curiosidad por todo, le dije a la abuela que como ella había vivido tanto, y desde el siglo pasado, tenía que recordar la llegada a Almería de los inventos y avances modernos: la electricidad, el tren, los automóviles, el gramófono, el teléfono, la radio… Y que cuál de ellos le había producido mayor impresión y lo retenía mejor en su memoria.  La Mamaría, que me escuchaba con atención como reparando en cada uno de los adelantos que le citaba, después de recapacitar durante unos segundos, extendió el brazo y con un inconfundible giro de su mano, como si abriese un grifo, exclamó: ¡El agua corriente, Paquito!


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