La historia entre tornillos y cacerolas

José Zapata vio nacer el barrio de los Ángeles en la ferretería que montó su padre en 1967

josé zapata conserva en la trastienda los libros de cuentas donde se refleja la vida de muchas familias del barrio.
josé zapata conserva en la trastienda los libros de cuentas donde se refleja la vida de muchas familias del barrio. La Voz
Eduardo de Vicente
07:00 • 26 ene. 2020

Es difícil dilucidar qué fue antes, si el barrio de los Ángeles o la ferretería de la familia Zapata. De lo que no hay duda es que el negocio forma parte de la médula del barrio y está ligado a la memoria colectiva de las familias que por allí pasaron a lo largo de más de medio siglo.




Dentro, uno tiene la sensación de que el tiempo no ha pasado tan deprisa, que las estanterías siguen siendo las mismas, que los pasillos que llevan a la trastienda conservan la misma magia de entonces, la de los viejos bazares repletos de cacharros, y que el despacho del dueño tiene ese desorden natural que tenían las tiendas antiguas.




Si alguien se pusiera a rastrear en los cajones podría recomponer una parte de la historia de aquel distrito con alma rural que empezó a convertirse en ciudad en la década de los años sesenta. En esos cajones se guardan todavía los libros de cuentas y las libretas con las notas donde se iban apuntando los motes de los que compraban ‘fiao’. Esta vieja costumbre no se ha perdido del todo, y aunque la gente ya no tenga tanta necesidad como antes, aún cuesta llegar a final de mes con dinero en el bolsillo. “Ahora estamos pasando por tiempos complicados. Aquí vive mucha gente, hay vida, pero a partir del día 15 de cada mes nadie tiene un duro y vienen a comprar sin dinero”, asegura el propietario de la ferretería. 




La ferretería Zapata es un museo lleno de recuerdos y de historias. Se podría contar la vida del barrio por las familias que fueron pasando por el mostrador. Cuando José Zapata Murcia, padre del actual propietario, decidió establecerse en la esquina de la calle del Inglés con la calle de Lopán, el barrio era un presentimiento. Todo estaba por hacer y los bloques de edificios que se iban levantando parecían gigantes fuera de contexto, perdidos  en medio de las piedras de los cerros y de los cortijos en retirada.




Cuando en 1967 se abrió la tienda, el barrio de  los Ángeles olía a barro y a establos, y los niños que llegaban en oleadas a los pisos nuevos estaban más cerca del campo que de la ciudad. Aquel universo tenía todavía el influjo rural de la Molineta, que estaba presente en cada metro de terreno, hasta en los cimientos de los edificios en construcción. “Cuando estaban haciendo los pisos tenían que taladrar las rocas para meter los pilares”, recuerda José Zapata.




Él era un niño entonces, pero ya le echaba una mano a su padre en el negocio. La ferretería era en aquel tiempo el gran bazar del barrio y una de las tiendas más antigua junto a la panadería de la familia Suárez, que ha permanecido abierta hasta hace unos años. Se puede decir que la generación de los primeros vecinos del barrio de los Ángeles creció con el pan y las tortas de la panadería de Juana y las cacerolas y el butano de la ferretería de los Zapata.




No sería exagerado afirmar que se pusieron las botas con la moda de las bombonas de mano que la gente utilizaba para hacer de comer, para ir al campo de excursión y para ponerlas debajo de las mesas de camilla como estufas. Las vendía Mario Torres en Bazar Almería, pero al final fue la ferretería de la calle del Inglés la que se quedó con el concesionario.



Qué vida había entonces. A cada edificio nuevo se incorporaban cientos de vecinos, la mayoría familias jóvenes cargadas de niños, el sueño de cualquier tendero. “Vino mucha gente de los pueblos buscando trabajo en la capital y se asentó aquí porque había mucha oferta y a precios más asequibles que en el centro de la ciudad. Casi todo el mundo, cuando llegaba nuevo al barrio, tenía que pasar por nuestra tienda a la hora de poner la casa: los tornillos, los cubiertos, las cacerolas, nosotros le montábamos el hogar”, explica el veterano tendero.


En los buenos tiempos la ferretería llegó a contar con una sección de servicio a domicilio. Consistía en llevar los frigoríficos de la marca Fagor, que entonces estaban de moda, a bordo de un ‘Seíllas’ casa por casa. “Vendíamos los frigoríficos uno a uno, sin más existencias. Cuando nos compraban uno pedíamos otro a la casa”, recuerda el propietario. José Zapata sigue hoy al frente de la nave, que ha sobrevivido a todo tipo de temporales vendiendo y contándonos la historia de un barrio.


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