50 años de la Librería Pastoral

Fue el capricho del obispo Suquía y se ha convertido en la decana de la ciudad

El obispo  Angel Suquía con el hisopo en la mano rociando la librería con agua bendita. Al lado, su paje,  Antonio Polo
El obispo Angel Suquía con el hisopo en la mano rociando la librería con agua bendita. Al lado, su paje, Antonio Polo
Manuel León
12:09 • 30 dic. 2018 / actualizado a las 12:12 • 30 dic. 2018

Cuando Ángel Suquía llegó a Almería,  llevaba en la maleta -siempre tan previsor- unas mudas de franela que le hicieron sudar en la cama como si tuviera disentería. En seguida se dio cuenta, este hijo de labradores guipuzcoanos, que su nuevo destino como obispo no se parecía en nada a la lejana y fría Vitoria de la que procedía. Pero además de recias mantas, el nuevo prelado almeriense traía en la mochila libros, muchos libros, que leía hasta las tantas bajo la  luz de un  flexo que siempre lucía en la oscura Plaza de la Catedral.



Suquía, sustituto del pétreo Rodenas, era ya un brillante teólogo moderno que venía a esta ciudad de sol y cal con el sueño de hacer realidad los postulados del Concilio Vaticano II que acababa de clausurarse en Roma: una nueva Iglesia abierta a hacer examen de conciencia con su pasado, cercana a las preocupaciones de la gente y, sobre todo, obsesionada por formar intelectualmente a sus sacerdotes y a sus seglares: “la fe mueve montañas, pero el conocimiento también”.



Estaban a punto de coronarse las obras de un gran edificio en la calle Velázquez, frente a la renacentista Puerta de los Perdones de la Catedral, donde cuenta Orbaneja que estuvo aposentada una delegación del Tribunal de la Inquisición hasta el siglo XVII. Fue promovido ese bloque de ocho alturas, hijo de la verticalidad imperante, por la Constructora Benéfica Santos Zárate que pertenecía al Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Almería, en manos de la Diócesis. En sus bajos se abrió una flamante oficina de la Caja, dirigida por Antonio Zamora, donde iban en peregrinaje a cobrar la pensión buena parte de los jubilados de Almería. El imponente edificio inaugurado en 1967, pasó a estar habitado, sobre todo,por sacerdotes como los hermanos Gallego Fábrega, de Albox: don Arturo, don Alfredo y don Pelayo, y por empleados de la caja de ahorros, como la familia Frías y por dueños del solar como los Batlles.



Al lado de esas nuevas oficinas de la sucursal, quedaba, sin embargo, un bajo sin ocupar y fue la coartada que halló Suquía para impulsar una librería que sirviera de abrevadero intelectual para los curas, grupos parroquiales y cristianos en general de la provincia. Contactó con la editorial PPC (Promoción Pública Católica) para que se hiciera cargo de su gestión y una mañana de diciembre de 1968 fue inaugurada la nueva Librería Pastoral (hubo un antecedente antes de la Guerra en la calle Castelar) con la asistencia de don Manuel Montero, arzobispo de Extremadura y director general de la editorial.



 Suquía, más contento que unas pascuas, fue derramando agua bendita con el hisopo por todos los rincones, aunque solo unos meses después tuvo que abandonar Almería tras ser nombrado obispo de Málaga.El prelado trajo también a Almería a varias monjas seglares -Itziar Alquiza, Angelines Rojo  y Amalia Rubio, que se avecindaron en Pescadería. Las dos últimas pasaron a gestionar también la librería.



La Pastoral se convirtió, entonces, en lugar de peregrinación de sacerdotes y fieles de la provincia y junto a las dos hermanas seglares, en ella han trabajado también otros empleados como Miguel Angel Molina, el periodista Cristóbal Cervantes y Juan Garcia Amat, de Gádor, que, sustituyendo a Angelines, la regenta desde 2003, con la ayuda de Marina Martínez.



En esos primeros años, la Pastoral -que competía con otros establecimientos más consolidados como la Cajal de   José María Artero, que abrió en 1964, y la Goya, en 1961, de Marina Granados- se fue pronto abriendo hueco como librería humanista, especializada en libros de filosofía psicología, pedagogía, catecismos y misales. Y por allí solía merodear con asiduidad el vecino poeta Valente, quien abanderaba ese sarpullido por la lectura que había brotado sobre todo en los 70, con la apertura, el cambio y el nuevo país que estaba fermentando. Se vendían como rosquillas los libros de la Editorial Zeta,  los de Anthony de Mello, el Polizer, de filosofía marxista, El Regreso del Hijo Pródigo, de Henri Nouven, y también, bajo cuerda, aparecieron ya los primeros discos de Víctor Jara, Quilapayún y Violeta Parra, aunque a veces llegaba la policía  y los requisaba.



Las librerias estaban en auge y leer pasó a estar más bien visto que nunca, leer en papel y con el desconocimiento absoluto de lo que ha venido después en forma de tulipa digital. Había papelerías que se adaptaron también a librerías y viceversa: la Colón, la Tuiza, la Cervantes, Avenida, Marín, Logos 92, Rodríguez, Alonso o Frama.


Fruto de ese furor por la lectura, que se ensanchó hasta los 90, nacieron las primeras ferias del libro con puestos en el Paseo de Almería. Eran los tiempos de la obra caudalosa del Padre Tapia y de los Autores almerienses, de Alfonso López y las obras locales de José María Artero y después de La Voz de Almería y Arráez.


Todo ese fragor de letra impresa -que se dejaba ver también en los fascículos de los kioscos y en las torres de periódicos que amanecían cada mañana en el Paseo- ha ido languideciendo y la vieja Librería Pastoral, con medio siglo de vida, es ya la decana de la ciudad, junto a otras que surgieron después como la gigantesca Picasso de Manolo Peral, la Nóbel, Zebras y Bibabuk.


La Pastoral ha ido neutralizando la desgarradora competencia digital con nuevos productos como las imágenes religiosas de santos, vírgenes y crucificados, las velas, las sagradas formas y hasta el vino abocado que se beben los curas en la Misa de 12.


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