Hay vida después de la jubilación

Hace ya dos años que colgó el mandil y dejó la barra. Dos años de retiro que han forjado la leyenda de un camarero que una vez jubilado se ha convertido en mito

Leonardo Martín López en el local de un futuro nuevo negocio familiar en el que está colaborando.
Leonardo Martín López en el local de un futuro nuevo negocio familiar en el que está colaborando.
Eduardo D. Vicente
22:27 • 20 may. 2017

Todavía, cuando uno traspasa el umbral de  la puerta de Casa Puga busca de forma inconsciente a Leo detrás de la barra. El Puga empezaba en el tranco de la calle, cuando entrabas y el dueño te recibía como si hiciera diez años que no os habíais visto. Era imposible entrar al bar y no encontrarse de frente con la figura que durante medio siglo le dio carácter al negocio. Muchos llegamos a pensar que aquel camarero irreductible no tenía derecho ni a coger la gripe, ni mucho menos a tomarse una semana de vacaciones. Su presencia era una obligación y así fue hasta el día en que decidió jubilarse.




Había clientes, los más fieles, los que se habían hecho un chalet en la esquina de la barra, que odiaban el mes de septiembre porque en  esos días, después del bullicio de la Feria, Leo cerraba el negocio durante quince días. Decían que la calle parecía otra con el Puga cerrado, que entonces se  convertía en una calleja desalmada, en  la antesala del cementerio, en un lugar solitario y melancólico como era la calle en un domingo cualquiera.




Hace ya dos años que colgó el mandil y dejó la barra. Su ausencia no lo ha condenado al olvido, todo lo contrario, solo ha servido para aumentar la leyenda de este camarero vocacional que una vez jubilado ya ha encontrado su lugar en la historia. Leo es un mito.




“Ha habido personas importantes que me han llegado a proponer abrir otro bar parecido en el que yo estuviera presente como relaciones públicas”, me cuenta.




¿Estarías dispuesto a volver al frente, a empezar otra vez?, le pregunto. Y él me responde de forma tajante: “Es imposible. Cuando decidí dejarlo me fuí yo y mi familia. Para eso no hubiera dejado el negocio que tenía, que estaba en pleno rendimiento”.




Leo el de Puga no volverá a ejercer su profesión. No por falta de ganas. No porque se sienta casado. No volverá porque entiende que todos tenemos nuestro tiempo y el suyo, en el terreno laboral, ya se ha cumplido. “Me engañaría a mí mismo si dijera que no echo de menos mi trabajo. Echo de menos la gente, el estar en contacto diario conviviendo con el pulso de la ciudad. Te en cuenta que durante mucho tiempo cualquier noticia que se produjera en Almería llegaba antes a la barra del bar que a la redacción de un periódico”, asegura.




El bar le dio la vida pero por otro lado también se la fue  quitando. Él, como antes su padre, entendía el negocio como una pequeña dictadura que ellos mismos se imponían: lo primero siempre era el negocio, el cliente, y ese reto exigía un esfuerzo personal extenuante, a veces inhumano. Pasaron por la juventud trabajando sin parar y sin tiempo ni para detenerse y mirar el calendario“Han sido muchos años echando quince horas diarias de trabajo”, reconoce. “He cotizado a la Seguridad Social durante cuarenta años, pero mucho antes ya formaba parte del Puga ayudando a mi padre cuando no tenía edad para darme de alta”.




Han pasado dos años desde que se jubiló y su vida ha cambiado. Antes le faltaban horas al día, hoy tal vez le sobran. Él procura entretenerse con la ilusión de los nietos, ahora que dispone del tiempo que no tuvo cuando le tocó criar a sus hijos, y no ha perdido el contacto con los amigos, con los que se encuentra a diario por la calle, con los que coincide en la barra del bar. “Suelo pasar con frecuencia por el Puga, sigue siendo mi bar sentimentalmente hablando”, me dice. De vez en cuando se sube en el coche y se pierde durante una tarde en el cortijo que tiene en la zona de la Alpujarra.


Nuevo negocio
Últimamente suele frecuentar la esquina de la calle de las Tiendas con la calle de Jovellanos. En el local donde había una cafetería se está empezando a gestar un nuevo establecimiento en el que está colaborando Leonardo Martín López. Dice que su misión es simplemente la de asesorar a unos familiares que se han quedado en alquiler con el local y quieren poner una cafetería diferente. La idea es dar un buen café con buenos desayunos y tocar también otros terrenos importantes como el de la pastelería y el de la heladería, que están algo olvidados en  la zona. Desde que cerraron  la  heladería de Adolfo en la calle de Mariana no hay un puesto de helados en el barrio como tampoco hay un lugar donde comprar buenos pasteles desde que cerró la confitería de la Flor y Nata.


El proyecto está muy avanzado y esta misma semana abrirá sus puertas. “Se  va a llamar la Chumbera, que es un nombre muy almeriense, y queremos que sea ese establecimiento complementario que creo que necesita esta zona. Que la gente cuando salga de los bares tenga un lugar donde disfrutar de un buen café, de un pastel bien hecho y de un helado de calidad”, asegura Leo Puga. 



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