A mi madre del alma

Hoy día 8 de junio hace 12 años que sigo sin sentir tus caricias, tu aliento en mi cara...

María Isabel Muñoz Segura

  • Tu hijo Pedro

¿Quién me lo diría que sucedería todo lo contrario a lo que pensaba y que con el tiempo me ocurriría?


Generalmente cuando vemos partir a un ser querido y tan arraigado como una madre, y más cuando es a una edad lógica en la que el cuerpo ya no da más de sí debido a su desgaste físico, puesto que ha agotado casi todo su potencial, es lógico que tendríamos que entender que es ese el camino que nos marca la vida: nacer, vivir y morir.


Pero en ese proceso de despedida lo que no apreciamos es sin duda las sensaciones que el ser humano consigue para el consuelo y sosiego de su alma en la ausencia de ese ser tan querido al que jamás volvemos a ver.


Generalmente solemos decir que nos consolamos con el pensar que el que muere descansa, que ya no sufre, que también los creyentes pensamos que están en el seno del Señor y con todos los nuestros. Pero muy en el fondo de nuestra alma nos queda el desconsuelo de no tener la presencia y sentir y percibir el aliento y aún menos las caricias que como una madre nadie sabe dar para calmar el consuelo de un hijo. 


Y eso me ocurre a mí, madre mía, hoy día 8 de junio hace 12 años que sigo sin sentir tus caricias, tu aliento en mi cara, tus palabras de consuelo y eso no lo ha borrado ni ha cambiado el tiempo vieja.


En mi pensamiento

Siempre estás en mi pensamiento, presente en cada momento del día, siempre conmigo en mi mente, conectado a ti como cuando me engendraste. Pasarán los días, meses y quizás quien sabe años hasta que nos volvamos a encontrar y será mamá como volver a nacer y conocerte de nuevo y empezar de nuevo a quererte.


¡Qué hermoso! ¿No te parece bonito, mamá? Vivo en esa ilusión, en la de volver a verme en ti. Estaré encantado de decirte que tuve en la tierra la mejor madre del mundo, que me sigo sintiendo y me moriré sintiéndome orgulloso de haber sido tu hijo y que me esperes con los brazos abiertos para decirme cómo lo hacías en vida cuando te visitaba y exclamabas con esa alegría ¡Ay mi hijo! Y yo respondía con ojo ¡Ay mi madre! Te quiero mamá. Descansa en el Señor. Tu hijo Pedro.