La Voz de Almeria

Feria de Almería

La enésima sinfonía de Ponce sonó en la cima del clasicismo torero

La Plaza se entregó en los pares más meritorios de Fandi y premió la torería de Marín

Enrique Ponce sumó otro triunfo en Almería.

Enrique Ponce sumó otro triunfo en Almería.

Jacinto Castillo
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El clasicismo de Ponce invita a pensar en su toreo como si fuese música sinfónica. No es un elogio fácil, sino una apreciación que ya puede que incluso compartan quienes devaluaban su Tauromaquia con aquello del pico de la muleta. Ponce es ahora el gran compositor del toreo clásico.


Su primero mugía antes de tragarse los derechazos pero sin dejar de embestir. No hizo derroches de clase, pero sí de raza. El tino prodigioso del maestro de Chiva lo “convenció” de cómo debía comportarse y ya todo fue en orden. Tiempo, espacio y pulso. Menos ensemble en los naturales, pero sin perder el compás, siempre en el allegro ma non troppo tan típico de Ponce. El toro traía fondo y el torero más que eso: casi treinta años de oficio en lo más alto. La largueza de su toreo quedó plasmada en los naturales citando en abaniqueos a ras de albero.


En su segundo pudo verse una excelente puya de José Palomares montando uno delos magníficos caballos de la cuadra de Bonijol.  Y luego Luis Fernández se lució con los palos. La lidia iba para arriba y Ponce subió una octava en su particular concierto. El toro se mostraba algo remiso pero no le quedó otra que tragarse los naturales a media altura, sin exigencias.  Toreo en redondo, acordes medidos, muletazos suaves. Y en eso, surgieron los redondos genuflexos tan de Ponce. Si no brilla el toro, que brille el torero,cuando las luces de la Plaza comenzaron a tintinear por los alamares. Ponce había dejado para el final el oro de su toreo, de su música.  Una sinfonía en la que no faltó ni la agria nota del aviso ni una estocada de lujo.


Fandi
Fandi quiso llegar más lejos en su primer tercio de banderillas y firmó un segundo par notable que puso a los tendidos de su parte. Con la muleta, sonriente como acostumbra, aprovechó las virtudes de sus enemigos y apuntó las suyas en alguna tanda. En ambos casos, sin excesos, como acostumbra. Dejando que el toro decidiera el tono de la faena.


Al sobrero cinqueño, Fandi lo recibió también de larga cambiada. Desde los primeros lances ya se veía que era un animal complicado, ya por la edad, ya por los desembarques que figuraban en su currículum. Tomó el mando en el primer tercio y dio que bregar a la cuadrilla. Empeñado en la querencia de toriles, sin perder de vista la posibilidad de descomponerlo todo. Por todo ello, el tercio de banderillas del granadino tuvo doble mérito. Sobre todo en el primer par, cuando el animal apretó en el embroque poniendo en un brete a Fandi. Menos mal que es el recordman de las banderillas. En la muleta, el cinqueño se revolvía de manera amenzante, aunque sin hacer extraños. Fandi sacó adelante la faena dejando siempre la muleta puesta en su sitio, pero sin tratar de poderle allí donde no le era posible. Por naturales, nada: tuvo que ser por molinetes.


Ginés Marín
El primero de Ginés de Marín, salió embistiendo con casta y humillando tanto que dio dos tremendas volteretas. Por eso, el piquero Agustín Navarro apenas le señaló con la puya, temiendo que  el toro se hubiese lastimado en exceso. Pero todo estaba por llegar. Ginés abrió faena por ayudados y luego desengañó al animal, que remataba con una punta de genio, andándole en la cara con mucha torería: ahora un pase del desprecio, ahora tirando con suavidad del toro. Lo malo es que las volteretas no se dan en vano y el debutante en esta Plaza no pudo exprimir a su primero en los naturales.


El torero quiso, pero el toro acabó decidiendo el terreno,  la duración y la dirección de los muletazos.
El que cerraba plaza adoleció de bríos y de raza suficiente y, en esta tesitura la faena de Marín lució un punto por debajo de su intento manifiesto de hacer el toreo caro. El joven toreró porfió, se arrimó y lo intentó hasta el final, sacando magro provecho de su entrega, porque el animal no le acompañaba hasta el final de los lances. En esas el toro perdió las manos y todo quedó visto para sentencia.


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