La Voz de Almeria

Construcción

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Luis Orán sólo tenía catorce años cuando empezaron aquellas reformas, entre ellas la laboral. La destrucción y retroceso de los derechos, la desaparición de la justicia social en evitación de las vías de confrontación ya estaba consumada, pero para maquillar tanto despropósito alguien vino a recordar un derecho arcaico, por el cual se podía culpabilizar a un martillo, hasta llegar hacerlo responsable de un dedo machacado, eso sí con garantías y en un proceso justo. Nada impedía ya declarar responsable de homicidio a los ladrillos que sepultaron a un obrero de la construcción.


Una vez estuve en un polvorín militar, había un viejo cañón de bronce que llevaba arrestado dos siglos y todos estaban orgullosos de lo bien que soportaba aquella situación. Que nadie diga que no es una satisfacción para el ser humano, señalar al autor de su desgracia y aunque el martillo no pueda reparar el mal causado, da alegría verlo sentado en el banquillo y defendido por un abogado, que ni siquiera cree en su inocencia.


Ahora Luis Orán de profesión panadero, a sus sesenta años es noticia, tendrá un juicio contra una máquina de amasar con la que ha trabajado toda su vida. Un día las palas del aquel artefacto que eran parecidas a la hélice de un barco, se desprendieron del eje y machacaron sus dos brazos, que fueron amputados. Este hombre que es un santo, según sus vecinos, ha pedido que se declare inocente a la máquina asesina y ha llorado delante de las televisiones de medio mundo, para que sea absuelta y si no fuera posible indultada por el Gobierno, que no ha tardado en declarar por boca de su portavoz que estudiará el caso de una forma amplia, profunda y equilibrada. El miércoles pasado empezaron las sesiones del juicio, la amasadora llegó a los juzgados por el aire, una grúa gigantesca la introdujo por el tejado hasta la sala de vistas, su abogado, Plinio Pellicer se había opuesto a la decisión de la judicatura de tenerla presente en los actos del juicio a través de una fotografía, sabía que la conmoción por la presencia de la máquina en el ánimo del panadero, sería demoledora y aunque el operario mutilado ya había demostrado su ecuanimidad. A Plinio le gusta hacer las cosas a lo grande y la ocasión era propicia.


Había más de doscientos periodistas expectantes y atentos a cualquier detalle. La amasadora impresionaba, nadie se había preocupado de limpiar las manchas de sangre, que salpicaban el acero y habían quedado envueltas entre la masa, ahora llena de moho y hongos, que parecían bonsáis de lo crecido que estaban.


Luis Orán no paraba de gimotear al verla abandonada y sucia, estaba tan afectado que su abogado no tuvo más remedio, que pedir la suspensión del juicio y declaró ante una nube de micrófonos y de cámaras que iba a reconsiderar su acusación, para que su cliente dejará de sufrir.


Un reportero preguntó al letrado de Luis Orán, sobre los rumores de última hora; ¿Dicen que su cliente es el único culpable de haber pedido sus dos manos y que todo esto sólo es una cortina de humo?


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