La Voz de Almeria

Tal como éramos

El sentido de la Navidad era el regreso

Los mayores volvían a la infancia; los niños volvían a ser felices y los que estaban fuera regresaban a su tierra

Un pino con re galos y luces era suficiente para crear ambiente de Navidad en la Puerta de Purchena hace 50 años.

Un pino con re galos y luces era suficiente para crear ambiente de Navidad en la Puerta de Purchena hace 50 años.Fausto Romero

Eduardo de Vicente
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La Navidad era un regreso, volver allí donde habíamos sido felices. Los mayores volvían a la infancia a lomos de la ilusión de los juguetes y los Reyes Magos para sus hijos; volvían a su tierra los que estaban fuera: los emigrantes de Francia y Alemania, los estudiantes de Granada y de Madrid, y aquellos primos que teníamos en Cataluña que cuando cada año regresaban para la Nochebuena eran ya más catalanes que almerienses. En Navidad, los niños volvíamos a nuestro estado más puro, al placer del juego y nos olvidábamos por completo de que existía el colegio.

En mi barrio a la Navidad se le llamaba ‘las pascuas’. La gente no te felicitaba por ser Navidad, te felicitaba por ‘las pascuas’, que sonaba a botella de anís y Licor 43, a niños con panderetas dando la tabarra y a bandeja de mantecados en la mesa del comedor por si llegaba alguna visita, que cuando acababan las fiestas se quedaban varados en la misma mesa para la siguiente Navidad.

La palabra Navidad era para Madrid y para esas grandes capitales que veíamos tan bien iluminadas en los telediarios, donde la gente hacía colas en los comercios y delante de la administración de doña Manolita. Nosotros, con menos luces y menos tramoya, nos conformábamos con nuestras ‘pascuas’, que llenaban el Paseo de luces de colores y de villancicos y que cada años nos traía, en trenes anticuados que siempre llegaban con retraso, a todo el ejército de universitarios que estudiaba en Granada y en Madrid. Aquí no sentíamos de verdad que había llegado la Navidad hasta que los bares del centro se llenaban de estudiantes, que entonces eran también los más modernos, la vanguardia de la juventud, los que antes obtenían el permiso para llegar tarde a sus casas.

Cuando llegaban los estudiantes decíamos aquello de “ya estamos todos” y entonces empezábamos las fiestas, que hace cincuenta años todavía conservaban un aire de Navidad antigua que pasaba por los puestos callejeros del Mercado Central y por el olor a embutidos recién hechos que perfumaba los barrios. No se había perdido todavía la costumbre de las matanzas caseras, y aunque ya empezaban a estar perseguidas por la autoridad, siempre había alguna familia en nuestra calle que por Navidad mataba un marrano sin permiso y después compartía las morcillas y los chorizos con medio barrio. Al lado de mi casa, mi vecina María solía hacer matanza por esas fechas. Todavía llevó grabado en la memoria el perfume de los embutidos que colgaba en la despensa, un olor a Navidad auténtica que se colaba por los patios como una bendición.

Regresaban los universitarios de vacaciones y también los emigrantes que estaban en Francia, en Alemania y en Barcelona. Si los estudiantes nos traían el viento de los nuevos tiempos, los emigrantes llegaban con las alforjas cargadas de nostalgias y con las manos llenas de regalos. La vuelta era una fiesta de emociones a flor de piel y al día siguiente de la llegada, el que había venido de fuera se paseaba por el barrio como si acabara de venir de conquistar las Américas. En el bar era el centro de atracción y por donde pasaba iba contando aquellas historias de sacrificio tan comunes en tantos emigrantes almerienses de la época. Es verdad que trabajaban sin descanso, sufriendo el desarraigo de la lejanía, pero ganaban el triple que en España y tenían las mejores casas y disfrutaban de los mejores coches y de las televisiones más grandes. Además, los niños que tenían al padre en Alemania disfrutaban por Reyes de las mejores bicicletas que jamás habíamos podido imaginar y hasta de proyectores de cine para organizar películas en los comedores de las casas.

Llegaban los estudiantes, llegaban los trabajadores del extranjero, y era entonces cuando la Navidad inundaba las calles y las casas y empezaban de verdad aquellas fiestas de invierno que en Almería nos inventamos para dar a conocer nuestras bondades más allá de la frontera provincial.

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