Doña Dora, la mujer del gobernador
Dora Pertiñez, la esposa del Gobernador civil Ramón Castilla, representaba el lado amable y generoso del poder

Doña Dora y su esposo en uno de los encuentros que anualmente se organizaban para ayudar a las familias más necesitadas en los días señalados de Navidad. 1956.
La pobreza no tenía edad en aquella Almería de los años cincuenta que arrastraba aún las profundas cicatrices de la guerra. A los comedores sociales iban niños y ancianos, hombres y mujeres buscando un plato de comida caliente para aliviar el hambre. Las muchachas de Auxilio Social se encargaban de que los locales siempre estuvieran limpios y con las ventanas bien abiertas, porque el aire fresco también alimentaba los maltrechos cuerpos de los pobres.
Por Navidad adornaban las paredes con papeles de colores y levantaban belenes en las esquinas; sobre las desgastadas mesas de madera se colocaban jarrones con flores para darle más realce a la ceremonia y fregaban bien los suelos para que brillaran de limpios. A las mujeres las colocaban en una esquina, alejadas siempre de los hombres para evitar cualquier tentación que no fuera la de llenar el estómago.
El menú más repetido entonces en los almuerzos de los pobres era el guiso de arroz con garbanzos, patatas, carne, cien gramos de pan por persona y una ración de naranja para el postre. Antes de empezar a comer era necesario que los menesterosos dejaran de serlo de espíritu, por lo que aparecía la figura del cura para recordarles que esa taza de sopa caliente que hoy les mitigaba el hambre era una gracia de Dios que siempre los tenía presentes, aunque no lo pareciera. Antes de empezar a comer los pobres tenían que repetir las oraciones que el sacerdote les iba recordando mientras se escuchaba de fondo la banda sonora del sonido de tantos estómagos ayunos que no tenían tiempo de creer en Dios.
Además de las comidas navideñas, los pobres de Almería recibían la ayuda de víveres y ropa cada vez que se acercaba una fecha señalada en rojo en el almanaque del régimen. En aquellas ceremonias solía aparecer con frecuencia la señora del Gobernador civil Ramón Castilla. Doña Dora Pertiñez era una mujer elegante, siempre bien vestida pero sin llamar la atención, que destacaba por su generosidad y por tener siempre a mano una frase reconfortante para aliviar los sufrimientos de los más necesitados. Una hogaza de pan en la mano de la esposa del gobernador parecía más grande y así se lo agradecían los pobres que no solo se llevaban la comida a sus casas sino que además tenían la oportunidad de aparecer por primera y última vez en sus vida en las páginas del periódico. Allí donde iba doña Dora aparecía el fotógrafo del Yugo para que al día siguiente toda la ciudad fuera testigo de los buenos sentimientos de una mujer que siempre tenía un rato libre para acordarse de los sufridores.
Cuando en 1960 se produjo un grave incendio en la calle de la Palma, la esposa del gobernador se presentó en el sanatorio 18 de Julio donde estaban ingresados los heridos para darles ánimo y acelerar su recuperación. Cuando los responsables de la tómbola de la Caridad que ponía en marcha la Iglesia hacían un llamamiento a las familias pudientes para que donaran regalos, doña Dora Pertiñez era la primera en aportar su grano de arena y la primera que aparecía al día siguiente en el Yugo.
Donde más se volcaba la dama era en los hogares infantiles. “Que no les falte de nada a los niños”, le decía a las cuidadoras, mientras se paseaba mesa por mesa conociendo de cerca la realidad de aquellos chiquillos. Por Reyes nunca faltaban en los hogares los juguetes que llegaban de la casa del gobernador ni los paquetes de caramelos que tanto alegraban aquella noche fantástica.
Doña Dora era una mujer de su tiempo que recargaba su caridad con una misa diaria y con la ayuda de un director espiritual. En Semana Santa ocupaba la primera fila en todas las ceremonias importantes y cuando llegaba el día de sacar a la Patrona a la calle, allí estaba la dama rodeada de las otras señoras de la alta sociedad. A veces aparecía en los actos arropada por sus hijas Dorita y Beatriz, que según se contaba entonces, eran dos santas, como su madre.