Adiós al chófer más querido
Ha fallecido a los 90 años Antonio Iglesias García el conductor de autobús más famoso de Almería en los 70

Antonio Iglesias con el autobús que iba al arrabal de Los Almendros, donde el personaje más popular del barrio.
La semana que a los alumnos del colegio Cruz de Caravaca nos tocaba con Antonio Iglesias en el autobús escolar se decretaba el estado de fiesta permanente. Era el único que nos comprendía, el que nos dejaba cantar la canción de la ‘cabra’ siempre que nos saltáramos las ofensas. Si alguna vez tenía que llamarnos la atención porque la juerga se salía de contexto, paraba el autobús y con acento mexicano o haciéndose el tartamudo nos decía “niños, como sigáis dando por saco os llevo al cementerio os bajo allí y os tenéis que venir andando”.
Antonio Iglesias García ha fallecido a los noventa años de edad después de una vida intensa y de una carrera laboral que empezó siendo casi un niño. Su vida fue un continuo peregrinar de un trabajo a otro, sin echar raíces, atento siempre a cualquier oferta que le sirviera para seguir creciendo. Después de pasar unos meses en Pamplona en una fábrica de paraguas, Antonio Iglesias regresó a Almería y en 1950 se colocó en la fábrica de muebles de La Valenciana, en la calle Juan Lirola, donde estuvo un año, hasta que se fue a probar fortuna a la droguería que Ramón González Llorca regentaba en la calle Hernán Cortés.
Como no era un trabajo seguro, acabó colaborando en la tienda de comestibles de Juan Soriano, en la calle del Muelle. El dueño, viendo que el negocio no le permitía darle un buen sueldo al muchacho, le dio una recomendación para que se presentara ante Jerónimo García López, que dirigía entonces el bar La Oficina en la calle de Granada. En noviembre de 1952 se fue a Ceuta, donde estaba su padre con los camiones y allí empezó su carrera como chófer profesional, llevando mercancía a Tetuán. Nueve meses después decidió regresar a Almería. Trabajó otra vez en el bar La Oficina y en 1959 empezó a repartir pan por los pueblos con la empresa Harispan, a llevar camiones de mineral desde Huéneja al puerto, y a traer camiones de plátanos desde Alicante para el empresario Antonio Miras.
Después de quince años batallando de un trabajo a otro sin un rumbo seguro, en 1964 Antonio Iglesias consiguió una plaza en la empresa Autobuses de Almería, debutando como chófer de la línea de Circunvalación de la Plaza de Toros. En 1972, cuando estaba destinado en el autobús de las 500 Viviendas, se negó a llevar un coche por entender que los cambios no estaban en buenas condiciones. Como castigo, lo enviaron al autobús de los Almendros, un barrio marginal que había nacido a comienzos de los años setenta para acoger a las familias, la mayoría de raza gitana, afectadas por las inundaciones Antonio Iglesias recordaba que por aquellos años había hecho unos cursillos de cristiandad que le sirvieron para afrontar la convivencia con los vecinos del barrio. No era un chófer convencional, sino todo un personaje capaz de adaptarse a la realidad de aquellas gentes y a sus costumbres. Cuando iba conduciendo y olía a tabaco y veía el humo de un cigarrillo que salía de la parte de atrás paraba el autobús de golpe, se levantaba del asiento, abría la puerta y se bajaba. Desde la calle le decía a los pasajeros: “Cuando acabéis de fumar me avisáis”.
Otras veces, cuando los gitanos venían de la Plaza con sus cargamentos de fruta comían en el autobús y echaban las cáscaras al suelo. Para estos casos Antonio tenía preparada una escoba que llevaba medio oculta en el vehículo y que no dudaba en ofrecérsela al que había tirado las cáscaras. Como una anécdota más de aquella época, contaba el día que un muchacho se subió al autobús con una carretilla de mano cargada de chatarra. Antonio lo dejó subir, pero le dijo que se sentara encima de la carreta para que no se viera, por si acaso aparecía el inspector.
Antonio sabía tratar a las familias gitanas y éstas le cogieron tanto cariño que le abrían las puertas de sus casas para que se tomara un café o se sentara unos minutos a tomar el fresco. En ocasiones, cuando un pasajero no tenía para pagar el billete, Antonio lo dejaba subir y en una libreta iba apuntando las deudas.