Cuando se jubila el de la farmacia
Manolo Gómez se retira a descansar tras cincuenta años de auxiliar de farmacia

Doña Maria Rosa, dueña de la farmacia, ya fallecida, junto a Manuel Gómez (camisa de cuadros) y Manuel Fernández Ruiz, los famosos ‘Manolos’ de las Cuatro Calles.
Te llegas a acostumbrar tanto al empleado de la farmacia de tu barrio que cuando se jubila sientes como una losa el paso del tiempo y lo echas de menos antes de la retirada. Suele suceder que la confianza y el peso de los años van transformando la imagen que un cliente tiene de su mancebo de cabecera, de tal forma que un día llegas a creer que sabe tanto o más que un farmacéutico de carrera e incluso mucho más que un médico.
A Manolo Gómez, el auxiliar de la farmacia de Las Cuatro Calles, los parroquianos le contaban sus males para que les buscara un remedio y su Opinión pesaba tanto como la que le pudiera dar después el médico del ambulatorio en la consulta exprés.
Manolo no ha sido un empleado más; él ha sido una parte de la farmacia, uno de los pilares del negocio desde que la propietaria, María Rosa Morales, le diera una oportunidad hace más de cuarenta años. Una mañana se presentó en el mostrador un muchacho con cara de niño y gesto de buena persona que necesitaba el trabajo para mejorar su vida y la de una familia que estaba empezando a gestarse. Doña Rosa solo tuvo que hablar cinco minutos con él; no le hizo falta mirar su currículum ni pedir informes a nadie: lo miró a los ojos y le dijo: “Mañana te espero aquí a primera hora”.
Desde entonces ha sido Manolo el farmacéutico. Sin que le hiciera falta ningún título, ni las primeras canas en el pelo, su jefa se empeñó en llamarle de usted desde el primer día convencida de que solo con este trato aquel muchacho imberbe podía empezar a crecer ante la mirada de la clientela. Así que Manolo Gómez Caravaca fue don Manuel sin quererlo , aunque no tardó en ganarse el vocablo de cortesía gracias a la cercanía y a la generosidad que siempre tuvo con el público. Hay personas que tienen el oficio que les pertenece por naturaleza y Manolo ha sido una de ellas. Estaba hecho para estar detrás de un mostrador, siempre atento, siempre con un gesto amable en el bolsillo, dispuesto a escuchar al cliente sin importarle que la farmacia estuviera llena.
Su vida laboral, que ya se acaba, comenzó de casualidad, cuando en las vacaciones de la Escuela de Maestría un familiar le comentó que si quería trabajar en verano en la farmacia de la Plaza de Pavía, donde necesitaban un muchacho para hacer los recados. No se lo pensó dos veces y allí se presentó dispuesto a comerse el mundo. Era el año 1975 cuando estaba de moda la Aspirina, el Optalidón, el Okal y el aceite de hígado de bacalao, medicamentos que tantas veces transportó en la parte trasera de la bicicleta con la que iba a la Hermandad cada vez que faltaba el género. Lo que iba a ser un trabajo de verano se convirtió al final en un oficio para toda la vida.
Después de trece años en la farmacia de la Plaza de Pavía, aquel joven del barrio de Los Molinos que tenía un don especial para tratar a la gente, decidió progresar y buscar un sueldo mayor que le permitiera mejorar la vida familiar.
En 1988 empezó su nueva etapa en Las Cuatro Calles, donde llegó a aprender tanto que la propia farmacéutica se veía en la necesidad de recurrir a él cuando tenía alguna duda sobre algún medicamento o cuando alguna parroquiana le solicitaba un diagnóstico.

Manolo Gómez cuando llegó a Las Cuatro Calles en 1988.
Si algún día Manuel Gómez Caravaca decidiera escribir un libro podría contar fielmente la historia de todo un barrio, de esa gran manzana de la calle Real, Trajano, Eduardo Pérez y Catedral, que ha pasado por su mostrador a lo largo de cuatro décadas. Ha conocido a familias completas, ha compartido sus dolencias y ha sido, en muchas ocasiones, el paño de lágrimas de los clientes que iban a la farmacia a sacar una receta y terminaban sentados en la silla contándole sus penas o hablando de la vida cuando había tiempo para hablar.
Ahora le ha llegado el momento de iniciar una nueva etapa fuera del trabajo. Su ausencia no se podrá llenar porque ya forma parte de la historia colectiva de todo un barrio y de la memoria sentimental de todos aquellos que encontraron en él la esperanza que iban buscando. Manolo, el estudiante que iba para oficinista, ha sido sin proponérselo, mancebo, farmacéutico y médico de cabecera. Ahora a descansar.