La calle y el peñón de la Encantada
La actual calle Federico de Castro, junto al Hotel La Perla, se llamó la Encantada

La calle de la Encantada en los años cincuenta, cuando los vecinos vivían más fuera que dentro de las casas.
En Almería tuvimos leyendas de fantasmas y de encantadas que se aparecían en las noches sin luna en los callejones oscuros, historias que inventaba el pueblo a veces para sacar partido de ellas y otras por el puro placer del misterio.
Tuvimos nuestra calle de la Encantada y tuvimos un peñón encima de un cerro donde se decía que un alma errante merodeaba por allí. Los domingos por la tarde los niños subían hasta el peñón para jugar al escondite y hacer las merendicas a base de pan y chocolate. Desde la roca, la ciudad parecía sacada de un sueño, con sus murallas desgastadas que subían y bajaban por los cerros, con la cara norte de La Alcazaba mostrando sus piedras cansadas sobre la ladera cubierta de un manto verde y agujereada por las cuevas del Pecho. Desde la roca se veía toda La Chanca, con sus callejas estrechas que descendían hacia el mar y sus casas y sus cuevas pintadas de vida.
El peñón formaba parte de la Huerta de la Salud, la más fértil del lugar, donde iba la gente a por agua y a por las verdura fresca. Subir hasta la roca era como salirse del tiempo y entrar en otra dimensión en la que reinaba el silencio. Allí, la vida se detenía como en un cuadro, cubierta de una atmósfera misteriosa que envolvía el lugar.
La gente conocía aquel rincón como el peñón de la Encantada, siguiendo una antigua leyenda que hablaba de una mujer que en las noches sin luna recorría aquellos parajes arrastrando unas cadenas. El misterio de la Encantada era tan viejo como la huerta y se había ido transmitiendo de generación a generación.
En las noches más oscuras nadie se atrevía a acercarse al peñón, que sin la luz de la luna se llenaba de extrañas sombras que vagaban por el cerro. La leyenda decía que la dama era una hermosa princesa mora, cuya alma cautiva salía para guardar el tesoro que había escondido bajo el peñón, y que arrastraba de los pelos a todo el que osara acercarse a su territorio.
La leyenda de la Encantada formaba parte de la vida de la huerta y durante décadas sirvió para ahuyentar a los ladrones que aprovechando la oscuridad asaltaban los campos para llevarse los mejores tomates y las espléndidas lechugas que daba aquella tierra. El Peñón de la Encantada dejó de existir hace más de treinta años, cuando lo dinamitaron con el fin de construir viviendas sociales en la zona.
También existió una calle, cerca de la Puerta de Purchena, que llevó el nombre de la Encantada y arrastró su propia leyenda. Bernardo Martín del Rey, antiguo archivero municipal, dejó constancia de esta historia popular que tuvo como escenario las calles de Almería en la segunda mitad del siglo diecinueve, cuando las tinieblas de las calles eran el caldo de cultivo perfecto para los fantasmas.
Contaba la misteriosa leyenda que por aquel tiempo todavía permanecía en pie la torre de las Arcas, adosada a uno de los brazos de la muralla que bajaba desde la zona del cerro de San Cristóbal. Junto a uno de los torreones había una cueva que fue cementerio árabe, donde se podían ver restos de calaveras y huesos.
Toda aquella zona, que hoy se corresponde con la manzana que va desde la Plaza del Carmen hasta la del Quemadero, era un lugar de cerrillos y huertas, donde empezaban a surgir las primeras calles al abrigo de las viviendas que salpicaban el barrio.
En el mes de noviembre de 1864 comenzó a correr el rumor de que algunos vecinos habían visto salir de los subterráneos de la torre de las Arcas, la sombra de una mujer vestida de negro, portando un farol en la mano. Aseguraban que salía siempre después de que dieran las doce de la noche en el reloj de La Catedral, y que la figura, con la cara tapada, subía por la calle del Engendro, que desde entonces se llamó Encantada, hasta perderse por la oscuridad del campo de Regocijos, entre los matorrales y las chumberas.
El extraño acontecimiento sembró el miedo en la ciudad, tanto que cuentan que los guardias de la ronda nocturna no se atrevían a pasar de la esquina donde hoy está el Hotel la Perla. Una anciana espartera, echadora de cartas, aseguró que se trataba de un alma en pena que precisaba misas y rezos para liberarse. Durante nueve noches, los vecinos se reunieron a rezar en casa de la espartera y celebraron tres misas de difuntos por el alma de la encantada en la parroquia de Santiago.
La leyenda contaba también que muchos años después se supo que aquella sombra errante era la figura de una mujer joven que había enviudado, y que cada noche, vestida de negro, salía en busca de una aventura amorosa.