Almería y su ‘complejo de oscuridad’
Nos pasamos la posguerra a media luz entre las restricciones y las averías eléctricas

Los faroles con cristales blancos que se instalaron en 1965. La calle Gabriel Callejón con las autoridades: Ginés Nicolás, Juan Jaramillo, Cristóbal Caparrós y Juan Estrella, entre otros.
Almería fue una de las ciudades más oscuras de la posguerra. Nos pasamos aquellos años a media luz entre las restricciones y las averías eléctricas. Los almerienses miraban al cielo a ver si funcionaba la bombilla de su calle y para pedirle a la Virgen que terminara con la pertinaz sequía que según las autoridades, era la gran culpable de los problemas eléctricos.
Aquel ‘complejo de oscuridad’ se fue heredando y los que vinimos después aprendimos a vivir con la incertidumbre de los apagones de luz. En las casas teníamos siempre a mano un arsenal de velas por si acaso. En las tiendas de barrio era habitual encontrarse los racimos de velas colgando de una púa del techo o de la estantería, entre las tripas de sobrasada y las latas de atún. Las velas formaban parte de la vida cotidiana y estaban incluidas en esa lista de objetos necesarios que había que tener en el hogar.
Habíamos ido heredando de nuestros mayores la necesidad de tener una vela preparada cuando los cortes de luz eran frecuentes. Nuestros padres tuvieron que convivir con las restricciones eléctricas de la posguerra y los que vinimos detrás conocimos la fragilidad de la luz, que se tambaleaba en cada tormenta y en cada temporal de viento como si estuviera pendiendo de un hilo. “Ya se ha ido la luz”, era una frase a la que nos fuimos acostumbrado cuando los inviernos eran inviernos. Cuando se iba la luz y nos pillaba en el colegio, en las clases de la tarde, el acontecimiento se vivía como una fiesta porque nos libraba de las obligaciones y llenaba el aula de ese alboroto infantil que estallaba cada vez que ocurría algo extraordinario. Y tan extraordinario era quedarnos sin luz y suspender la tarea y las lecciones del profesor, como que apareciera el hombre del álbum y de las estampas.
En las casas siempre teníamos una vela haciendo guardia, incrustada en un humilde botellín de cerveza, esperando a que se fuera la luz. Cuando sucedía, apurábamos la noche jugando a las caras a la luz de la vela y nos metíamos en la cama antes de lo previsto para que la oscuridad nos cogiera a salvo.
Una ciudad como Almería que tuvo que adaptarse a la fuerza a los callejones oscuros festejaba como un acontecimiento extraordinario cada paso que se daba para mejorar el alumbrado. En noviembre de 1956 el Ayuntamiento tiró la casa por la ventana contratando nuevas farolas de sistema fluorescente para instalarlas en puntos estratégicos, especialmente en la zona comercial que iba desde la calle de las Tiendas a la Puerta de Purchena. Se puso de moda entonces salir a dar una vuelta de noche por aquella manzana para gozar del placer de aquel alumbrado tan moderno al que los almerienses no estaban acostumbrados. Aquel progreso contrastaba con la solemne oscuridad de los callejones de los barrios, donde no llegaban los planes de desarrollo. Allí reinaban las viejas bombillas de siempre, solitarias y moribundas, que a duras penas iluminaban la esquina donde estaban puestas. Si llovía más de la cuenta se apagaban y si a algún chiquillo se le ocurría darle una pedrada explotaban como una bomba y se quedaban en el esqueleto durante varias semanas, hasta que aparecía el hombre de la luz para resucitarlas.
Nos fuimos metiendo en la modernidad con una ciudad que moría de noche refugiada como un niño asustadizo en su propia oscuridad. Entramos en la década de los sesenta pensando en el turismo y con las despensas de las casas llenas de velas. En el invierno de 1965 hubo otro intento por parte de las autoridades de cambiar la historia y que Almería no solo fuera ciudad luminosa por el sol que nos acompañaba durante todo el año como en ningún otro rincón de España. En el mes de marzo tuvimos el honor de inaugurar el alumbrado público a base de faroles que llegó a algunas calles del casco histórico. Los primeros se instalaron en las calles de Antonio Ledesma, Cubo, Dalia, Beloy, Gabriel Callejón, Solis, Unión y Plaza de Urrutia. Se trataba de faroles de tipo clásico que trataban de imitar estéticamente a las antiguas farolas de gas que habían estado funcionando hasta los años cuarenta en algunos barrios de la ciudad. Lámparas de vapor de mercurio de 80 vatios de potencia, que traían la novedad de estar cubiertos por cristales esmaltados que le daban una tonalidad parecida a la luz de gas. Almería festejó como un éxito rotundo la nueva iluminación, aunque como en esencia seguíamos siendo pobres y no podíamos derrochar, aquellos hermosos faroles reducían su capacidad de iluminación hasta el cincuenta por ciento cuando las manecillas del reloj marcaban la una de la madrugada. En ese momento retornábamos a nuestra oscuridad de siempre.