La Voz de Almeria

Tal como éramos

Cómo éramos los escolares hace 50 años

Teníamos en común que aborrecíamos el colegio y también el instituto

Alumnos del colegio Madre de la Luz de 1975. El centro, junto a la Carretera de Ronda, funcionaba también como Escuela Hogar.

Alumnos del colegio Madre de la Luz de 1975. El centro, junto a la Carretera de Ronda, funcionaba también como Escuela Hogar.

Eduardo de Vicente
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Había un denominador común en los escolares de hace medio siglo: casi todos aborrecíamos el colegio y el instituto, al contrario de lo que ocurre ahora que hay niños que van con cara de felicidad a la escuela. Al menos en mi caso, no recuerdo haber ido a clase con una sonrisa en la boca salvo el día en que nos daban las vacaciones y cantábamos villancicos si era Navidad o jugábamos libremente en el patio si se trataba del fin del curso.

Los escolares, hace 50 años, nos sentíamos como pájaros enjaulados cuando el profesor cerraba la puerta del aula y un silencio sepulcral se apoderaba del ambiente. Entonces los niños solíamos ir bien aleccionados de casa y afrontábamos la disciplina con resignación. A pocos se les ocurría enfrentarse al maestro o cuestionar sus métodos de aprendizaje o sus castigos, que también formaban parte del proceso. Si te daban un palmetazo o te condenaban a ponerte de rodillas en una esquina de la clase por follonero, aceptabas la pena y ni se te pasaba por la cabeza contárselo después a tus padres porque si lo hacías corrías el riesgo de que te volvieran a castigar.

Nos sentíamos enjaulados en el aula porque éramos hijos de la calle, que era el paradigma de la libertad. Todavía mandaba Franco, aunque estaba viviendo sus últimos días, pero los niños de aquel tiempo tuvimos el privilegio de sentirnos siempre libres cuando echábamos a volar por callejones, plazas y solares. La escuela era una condena, es verdad, pero siempre nos quedaba la esperanza de la calle, que era el contrapunto que nos daba la vida, el refugio espiritual y corporal donde no existían más leyes ni más normas que las de la amistad verdadera. Los amigos de la calle los elegíamos nosotros, por eso eran eternos, y por mucho tiempo que pasara, siempre se nos quedaban grabados en la memoria junto a los recuerdos más felices de nuestra vida.

Los escolares de hace 50 años fuimos la primera generación que no tuvo que cantar el Cara al Sol ni probó la leche en polvo en el colegio. En las aulas apenas se nombraba a Franco y la asignatura de Religión había quedado relegada definitivamente a un segundo plano, de las que nadie se tomaba en serio. La dictadura daba sus últimos coletazos, pero los nuevos vientos educativos habían llegado un par de años antes a los centros de enseñanza, alentados por los colegios nacionales modernos que empezaron a surgir como verdaderas flores de un tiempo nuevo.

Aquel año, los escolares vivimos en primera persona un acontecimiento histórico como fue la muerte del Caudillo, allá por el otoño. Aquel veinte de noviembre nos despertamos con la noticia, escuchando por la radio aquellas voces de pena que anunciaban que para Franco había llegado la hora de la verdad, la de enfrentarse al Altísimo.

Recuerdo haber sentido un poco de miedo al principio, porque habíamos escuchado muchas veces de nuestros mayores que podíamos volver a tener otra guerra encima, pero cuando mi madre me confirmó que se suspendían las clases durante una semana, el temor se disipo por completo y en medio del aparente luto colectivo una sensación de alegría infinita me recorrió el cuerpo de los pies a la cabeza. Los sufridos escolares de hace cincuenta años nos encontramos, de golpe y porrazo, con unas vacaciones que no venían en rojo en el calendario, con un ensayo de la Navidad que estaba a la vuelta de la esquina, ya en un país nuevo con unas ilusiones distintas, y con una estructura educativa que no paraba de crecer en todos los aspectos.

En 1975 en la capital y en la provincia contábamos con más de trescientos centros nacionales de Educación General Básica y casi dos mil maestros al frente. Teníamos veinte centros de Bachillerato y COU con más de siete mil alumnos matriculados, atendidos por cerca de quinientos profesores. En la capital disponíamos además de dos escuelas hogares: el Madre de la Luz y el colegio de Las Lomas, y un centro, el Princesa Sofía, dedicado a la Educación Especial.

Además, se había puesto en marcha con fuerza la educación Preescolar, por lo que los padres ya podían mandar con cuatro o cinco años a sus hijos al colegio y no tener que recurrir a las populares ‘escuelas de los cagones’ que habían existido hasta entonces.

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