La Voz de Almeria

Tal como éramos

Los que masticaban el mineral

160 vecinos se levantaron en 1964 contra el polvo de mineral que azotaba sus barrios

El mineral cayendo sin barreras desde el cargadero hasta la bodega de un barco. Esta imagen se repetía con frecuencia en los años 60.

El mineral cayendo sin barreras desde el cargadero hasta la bodega de un barco. Esta imagen se repetía con frecuencia en los años 60.

Eduardo de Vicente
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El polvo del mineral de hierro te deja en los labios un gusto amargo y silencioso que a veces es difícil de detectar. Los vecinos de Ciudad Jardín y de la actual Avenida de Cabo Gata (antes de Vivar Téllez), tuvieron que acostumbrarse a convivir con ese extraño sabor metálico que adulteraba la sensación de la comida y les acompañaba durante horas por mucho que se limpiaran la boca.

La única solución que encontraban cuando el viento les traía aquel fatídico enemigo era cerrar bien las ventanas y las puertas, como si estuvieran ante una epidemia, para evitar que aquella maldición también les amargara la vida dentro de las casas.

El polvo férrico era un temible enemigo que se posaba en las fachadas con voluntad de quedarse, se colaba por las rendijas de las puertas y las ventanas y echaba a perder la ropa recién tendida en las azoteas. Los vecinos no ganaban para cal y hasta la iglesia de San Antonio presentaba un aspecto fantasmagórico con la torre cubierta de mineral. El día que decidieron limpiarla tuvieron que ir los bomberos con las mangueras de máxima potencia para devolverle el color a la iglesia con la fuerza del agua.

En los años sesenta el polvo del mineral de hierro se convirtió en un serio inconveniente para el progreso del nuevo barrio turístico que crecía a pasos agigantados en la zona del Zapillo. La situación se volvió insostenible cuando el dos de junio de 1964, un viento suroeste, que sopló con una fuerza de cincuenta kilómetros por hora, tiznó todos aquellos barrios próximos a la playa con el polvo del mineral que un convoy de vagones estaba descargando en la bodega de un barco en el Cable Inglés. Los responsables de la operación cometieron el error, mil veces repetido, de ir amontonando el mineral en lo más alto del cargadero antes de echarlo al barco. Cuando a media mañana se desató de forma súbita el temporal, ya no había posibilidad de recogerlo, por lo que parte de la carga voló por los aires y tizno de marrón a los sufridos vecinos de aquellas barriadas.

Hartos ya de aguantar a los trenes y al rastro insalubre que dejaban, decidieron levantar la voz. 160 vecinos de la Avenida de Vivar Téllez recogieron firmas y presentaron una queja por escrito en el Ayuntamiento pidiendo una pronta solución que les permitiera poder vivir en paz y libres de polución.

En ese escrito, los vecinos argumentaban que la Compañía Andaluza de Minas, responsable de los cargaderos, había dado por terminado su proyecto en el embarcadero Francés para aminorar los efectos del polvo, pero no comprendían como la compañía no había hecho nada en el otro embarcadero, en el de las Minas de Alquife, que era el más próximo a la capital. La actividad en el Cable Inglés en aquellos años sesenta había disminuido sensiblemente, pero todas las semanas aparecían los trenes cargados de mineral, por lo que los vecinos sufrían frecuentemente ese tráfico de vagones al descubierto que iban desde la estación al embarcadero, siempre expuestos a los vientos de poniente y de levante que estaban presentes en la ciudad casi a diarios. Era raro el día que en Almería no soplara el viento.

Además, los vecinos afectados se quejaban amargamente del sistema de embarque que se utilizaba, sobre todo cuando las turbinas situadas en la parte alta del cargadero dejaban caer el mineral a las bodegas de los barcos desde una altura que superaba los diez metros, propiciando que el viento arrastrara hacia la ciudad una parte del cargamento.

Los afectados pedían medidas urgentes y sugerían la posibilidad de cubrir o embovedar el embarcadero hasta la estación, aunque consideraban que lo más coherente era que tanto el Cable Inglés como el Francés se alejaran definitivamente de la ciudad y fueran desplazados al otro lado de la desembocadura del río, como así lo exigía el ensanche de la población.

La batalla contra el polvo del mineral se convirtió en una guerra en la ciudad cuando en agosto de 1967 salió publicado en el Boletín Oficial de la Provincia el anuncio de un proyecto que pretendía la construcción de un nuevo embarcadero en el Muelle de Poniente. El proyecto era de la Compañía Andaluza de Minas, que cansada ya de los problemas que le ocasionaba el mineral soñaban con una nueva ubicación.

Los empleados de la Compañía Andaluza de Minas habían ido recogiendo firmas entre los vecinos de Ciudad Jardín para que respaldarán su propósito. La posibilidad de poder librarse de una vez del molesto polvillo, empujó a muchos vecinos a respaldar el plan de la compañía, que sin embargo tropezó de frente con la oposición de las fuerzas vivas de Almería. La llamada operación embarcadero unió a políticos y empresarios, que pusieron el grito en el cielo al considerar el proyecto una seria amenaza para la ciudad y su desarrollo y un obstáculo para la vida comercial del puerto.

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