El año de la rebelión del catecismo
Los católicos de Almería se levantaron contra la prohibición del catecismo escolar en 1913

La calle Floridablanca y al fondo la iglesia de San Pedro en las primeras décadas del siglo pasado.
En las primeras décadas del siglo pasado la Semana Santa en Almería era una celebración que se desarrollaba dentro de los templos debido sobre todo a las escasas hermandades que entonces existían en la ciudad. La fiebre religiosa, que se desataba cuando llegaba la Cuaresma, inundaba las iglesias y se dejaba ver en las calles en el desfile que los niños Hebreos realizaban el Domingo de Ramos con las palmas recién bendecidas por el Obispo, y en las procesiones del Viernes Santo: El Entierro y la Soledad, que mantenían viva una tradición cogida con pinzas.
En 1913, la Semana Santa estuvo marcada por el desenfrenado sentimiento religioso que se extendió como la pólvora entre los católicos de la ciudad a raíz de que el Gobierno que entonces dirigía el Conde de Romanones sacara a la luz un proyecto para suprimir la enseñanza obligatoria del catecismo de la enseñanza pública. En el contexto nacional acusaban al Presidente del Consejo de Ministros de ir a impulso del “viento huracanado de las izquierdas, y sobre todo, de la Institución Libre de Enseñanza”.
En Almería, las fuerzas religiosas iniciaron una auténtica cruzada contra el Gobierno. Desde las capillas y los púlpitos no se entendía como el catecismo, tan presente en la enseñanza y en la vida de la gente, considerado como uno de los libros imprescindibles en la educación de los niños, fuera relegado al más cruel de los ostracismos.
La Juventud Católica dirigió al rey, Alfonso XIII, un telegrama urgente que decía: “Juventud Católica de Almería protesta contra proyecto supresión del catecismo por contrariar derechos supremos de Jesucristo, concordato y ley fundamental tradicional de la patria y de la monarquía”.
Desde los altares de las iglesias y desde la intimidad de los confesionarios, los sacerdotes alentaban a sus fieles a una moderada rebelión para intentar cambiar los planes del Gobierno que querían acabar con las bases de la Santa Madre Iglesia. Las señoras pertenecientes a la Asociación del Sagrado Corazón de Jesús, establecida en San Pedro, organizaron una reunión de urgencia dirigida por su secretaria Luisa Gómez García y el párroco del templo, de la que salió un manifiesto firmado por setecientas cincuenta mujeres, manifestándole al señor Romanones sus quejas y sus temores: “Ante el temor de que el Gobierno que usted preside dicte un decreto contrario a la enseñanza obligatoria de la doctrina cristiana en las escuelas, estiman un deber de conciencia rogarle desista y mantenga en dichos centros el catecismo, ese libro de oro, magnífica síntesis que explica todos los enigmas, disipa todas las dudas, lazo misterioso que une al hombre con Dios, el cielo con la tierra, el tiempo con la eternidad”.
Las damas del Sagrado Corazón le explicaban en su escrito al presidente del Gobierno la importancia que el libro cristiano tenía para la formación de los alumnos: “Por medio de ese catecismo sabe el niño que le ha creado Dios y puesto en el mundo para conocerle, amarle y servirle en la tierra y después gozarle en el cielo. Y es que en la enseñanza religiosa descubre así el niño el fin a donde tiene que dirigirse, el camino que lleva a él, la luz para no perderse”.
La batalla contra el proyecto de Romanones se dirimió en todas las parroquias de Almería y movilizó a miles de feligreses, sobre todo mujeres, que eran las más apegadas a la Iglesia.
La presidenta de la Asociación de Hijas de María, establecida en la parroquia de San Roque, telegrafió al mayordomo mayor del palacio real en los siguientes términos: “Señoras católicas parroquia de San Roque, Almería, en número de trescientas, ruega su excelencia exponga ante su majestad el rey continúe obligatoria enseñanza catecismo escuelas. Presidenta, Carmen López”.
El Lunes Santo, el Obispo, Vicente Casanova y Marzol, asistió a la iglesia del Corazón de Jesús para encargarse de la instalación del nuevo Vía Crucis que acababan de recibir los padres de la Compañía de Jesús. Tras concederle cincuenta días de indulgencia a las personas que asistieron al acto, dirigió una breve plática a los fieles, alentándolos para seguir en la lucha contra las medidas antirreligiosas e informándoles de la carta que había remitido personalmente al señor Romanones, diciéndole que: “suprimir la obligación de enseñar la doctrina cristiana en las escuelas públicas es ilegal, anticonstitucional y destructor de la verdadera educación”.
Aquella Semana Santa de protestas culminó con la procesión del Entierro, que entonces no llegaba al Paseo y se centraba en el trayecto entre San Pedro y la Catedral, y con la Soledad, que salía a la calle a las diez de la noche y recorría el Paseo en sentido ascendente, custodiada por los alcaldes de barrio de la ciudad que acompañaban a la Virgen en su dolor.