La Voz de Almeria

Tal como éramos

Los hijos del barrio de los músicos

Entre la Plaza de Toros y la Rambla de Belén nació en 1959 una nueva ciudad

El nuevo barrio de la Plaza de Toros con la Rambla de Belén y los cortijos que la habitaban en los primeros años 60.

El nuevo barrio de la Plaza de Toros con la Rambla de Belén y los cortijos que la habitaban en los primeros años 60.

Eduardo de Vicente
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Lo que a nosotros, oriundos del centro de la ciudad, nos parecía el fin del mundo, para ellos, los hijos del nuevo barrio de la Plaza de Toros, era una sucursal del paraíso. Ese trozo de la Rambla de Belén que iba desde la altura del cortijo de Fischer hasta el badén de la calle de Granada, fue el patio de recreo de aquella primera generación de niños que en el verano de 1959 habitó las 304 viviendas que se levantaron entre el coso de la Avenida de Vilches y el viejo cauce.

Para ellos, aquel lecho de polvo y piedras con vocación de vertedero, era la tierra prometida, la ínsula perfecta para esconderse del mundo. Bastaba con caminar unos metros y atravesar el maltrecho muro de piedra que recorría el andén de la rambla para tener la sensación de que sus casas, sus calles y la vigilancia de sus madres, quedaban tan lejos como si acabaran de cruzar la frontera de otro país.

En cierto modo, la nueva barriada de la Plaza de Toros tenía naturaleza de patria, de una tierra recién creada donde todo el mundo empezaba de cero. Aquel escenario era como una nueva ciudad formada por más de trescientas familias que llegaban de otros rincones de Almería dispuestas a progresar y a darle un futuro mejor a sus hijos.

Para la primavera de 1959, ya estaban terminados los diez bloques de cuatro plantas que componían aquel barrio que había construido directamente el Instituto Nacional de la Vivienda. En el mes de abril, la Comisión de Obras Públicas del Ayuntamiento se puso manos a la obra para rematar los últimos detalles de la urbanización de las calles y ponerles un nombre. Si al barrio entre Paco Aquino y la Carretera de Ronda se le dio nombres de navegantes, descubridores y conquistadores de la época imperial y al barrio que nació entre la Rambla y el Barrio Alto lo bautizaron con nombres de insignes pintores, se pensó que a las calles de la barriada de la Plaza de Toros se le pusieran nombres de músicos: Isaac Albéniz, Tomás Bretón, Manuel de Falla, Enrique Granados, Ruperto Chapí, Usandizaga, Hilarión Eslava, Amadeo Vives y Barbieri.

El domingo 21 de junio de 1959 el obispo don Alfonso Ródenas se encargó de bendecir las viviendas a la vez que se le entregaban las llaves de las casas a sus propietarios. Había surgido otra nueva ciudad. Más de trescientas familias, muchas de ellas numerosas, que llenaron de vida lo que hasta entonces era un gran solar deshabitado entre la fachada de la grada de sol de la Plaza de Toros y la Rambla de Belén. Llegaron desde todos los rincones de la ciudad, gentes en su mayoría que aspiraban a formar parte de esa clase media que empezaba a brotar con fuerza. Allí había desde funcionarios hasta guardias civiles, comerciantes, industriales y profesores, que encontraron la relativa comodidad de aquellas casas recién construidas con sus acogedores salones-comedores, sus aseadas cocinas y sus cuartos de baño con su váter blanco reglamentario y su media bañera donde uno se podía bañar sentado. No eran un lujo, pero para muchas de aquellas familias suponían un pequeño paso adelante.

Iba a empezar la década de los sesenta y el ‘baby boom’ se dejaba notar en la nueva barriada. Había familias que tenían que hacer malabares para convivir con dignidad en espacios tan reducidos. En la calle Enrique Granados vivía la familia de Pedro Clemente y de Antonia Rubio, que junto a los Muñoz García de la calle Tomás Bretón, eran las más numerosas de la Plaza de Toros con sus nueve hijos cada una. Eran vecinos de los Barrionuevo García, que tenían siete. En la calle Manuel de Falla los Tamayo Martínez tenían siete hijos también, lo mismo que los Del Pino Castillo, de la calle Roberto Chapí.

El barrio de los músicos tenía dos practicantes: Enrique Gimeno y Eloy Martínez, por cuyas manos pasaron casi todos los niños de aquella manzana cada vez que había que ponerles una inyección. Allí vivió el sacerdote Alfredo Gallego Fábrega y el funcionario municipal Eugenio Fernández Rodríguez, padre del prestigioso dermatólogo almeriense Ramón Fernández Miranda, que también fue hijo de la nueva barriada. Él formó parte de aquel ejército de niños que poblaba el cauce de la Rambla, niños que en los días de Feria se ganaban unas monedas vigilando los coches de los aficionados mientras veían la corrida, niños que vivieron intensamente las emociones de la calle, niños que crecieron dando saltos y haciendo guerrillas contra las pandillas del Hoyo de los Coheteros. Niños que soñaban con los héroes de las aventuras de los cómics y los tebeos que alquilaban por un precio módico en el kiosco de Julián, frente a la puerta principal de la Plaza de Toros. Aquel kiosco fue el faro del barrio. Cuando las tiendas cerraban, Julián seguía abierto. La luz de su lámpara de gas le daba vida a las largas noches de invierno. Los niños sabían que aunque fuera de noche, todavía disponían de tiempo para acercarse al mostrador con dos reales y llevarse un regaliz o un par de caramelos de nata, o una de aquellas bolas de chicle que el quiosquero guardaba en un tarro redondo de cristal. Varias generaciones de vecinos del barrio de la Plaza de Toros crecieron leyendo las novelas del Oeste de Marcial Lafuente Estefanía, las historias de amores imposibles de Corín Tellado y las aventuras callejeras de Carpanta que el quiosquero colgaba en un lugar visible con un trozo de cuerda y un par de alfileres de tender la ropa.

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