El barrio de Los Molinos y sus cines
En 1958 la familia Vertiz abrió en la Carrera del Mamí la terraza Las Delicias

La entrada a la calle principal de Los Molinos por la Carretera de Níjar, con la tapia que separaba el camino del restaurante de la familia Díaz.
Cómo se agrandaban las distancias en nuestra mirada infantil. Los que vivíamos en el centro y lo teníamos todo tan cerca, la lejanía era el cauce de la Rambla y lo que quedaba mas allá nos parecía de otra ciudad, de un territorio remoto que no estaba dentro de nuestro espacio sentimental.
Recuerdo la sensación de viaje que me invadía cuando de niño íbamos andando hasta el barrio de Los Molinos para ver un partido en Las Chocillas o cuando en el coche de mi padre atravesábamos la ciudad para almorzar un domingo en el auto servicio de los Díaz, que entonces estaba de moda.
Ir andando a Los Molinos era una aventura. Llegábamos a la Puerta de Purchena, cogíamos la calle de Murcia, que entonces nos parecía una eternidad y cuando bajábamos al badén de la Rambla ya teníamos la sensación de que estábamos en otro escenario, que nuestro mundo quedaba muy lejos. Pasábamos el badén con su universo de kioscos y negocios de subsistencia y encarábamos la calle Real del Barrio Alto, que parecía no terminar nunca. Al final de la calle siempre nos deteníamos delante de las carteleras del cine Monumental, que anunciaban el programa doble de la tarde. A continuación cruzábamos esa otra frontera que era la Carretera de Ronda y por la acera sur del colegio Virgen del Pilar pasábamos por la puerta de las Hermanitas de los Pobres antes de llegar a esa larga recta donde la cárcel quedaba a la derecha y el Seminario a la izquierda.
La presencia de los muros de la prisión provincial nos intimidaba tanto como las ventanas del manicomio que venía a continuación. Cuando pasábamos delante mirábamos las rejas donde casi siempre se dibujaba la silueta de la cara de un preso que miraba las escenas de la vida cotidiana como el que observa tesoro inalcanzable. Dejábamos atrás la cárcel y subíamos la cuesta de la Carretera de Níjar, con el manicomio a un lado y los viejos muros del Diezmo, enfrente. Cuando por fin llegábamos al cruce de Los Molinos y mirábamos hacia atrás nos sentíamos extranjeros.
El barrio de Los Molinos era en aquel tiempo una ciudad aparte, con su iglesia, sus escuelas, su carretera nacional que lo atravesaba, su río que de vez en cuando traía agua, su puente monumental y la presencia constante de las vías del tren que acentuaban esa percepción de lejanía que los niños sentíamos cada vez que nos internábamos por aquellas latitudes.
Aquel barrio con vocación de pueblo tenía hasta sus propios cines desde que en 1958 el empresario Ángel Vertiz Espinar se quedó con un solar en la antigua Carrera del Mamí y montó la terraza Las Delicias. Era casi tan grande como un campo de fútbol: más de setecientos metros cuadrados de superficie y cuatrocientas sillas que se llenaban los fines de semana de un público entusiasta que disfrutaba de aquel milagro de la pantalla gigante y el technicolor. El sábado 21 de junio de 1958 se celebró su inauguración oficial con la película La casa grande de Jamaica. No fue la única sala del barrio, ya que poco después se abrió en la misma calle un cine de invierno con el mismo nombre y allá por los años sesenta la célebre terraza Los Molinos, del empresario Juan Asensio.
A finales de los años sesenta, el barrio de Los Molinos era una mezcla de escenario rural y urbano. En la zona de las Chocillas todavía se podía oler a estiércol y a leche recién ordeñada. Los establos, las huertas y las balsas empezaban a convivir con los primeros edificios modernos que acabarían cambiando radicalmente la imagen del barrio. De aquella evolución constante surgieron el Instituto Mixto, allá por los primeros años setenta, la Escuela de Hostelería y el campo de fútbol de Los Molinos, que junto al de las Chocillas se convirtió en una de las revoluciones del barrio.
Los Molinos era también el barrio de la Pipa, el de la peluquería de ‘el papa frita’, famosa en toda la ciudad, el de Muebles Jumi, el de la Granja Escuela y sobre todo, el barrio de aquel restaurante moderno donde la familia Díaz nos puso en bandeja el placer de servirnos nosotros mismos y de hartarnos de comer por un precio razonable.