La Voz de Almeria

Política

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Todos sabemos que en este país no queremos extremistas, al menos desde que llegó la democracia. El pueblo español, cansado de dictadura, arrojó a la playa inútil los residuos históricos de la ultraderecha y de la ultraizquierda. Se impuso, pues, el centro con algunas variaciones y matices. Suárez y Aznar a un lado; Felipe González y Zapatero, a otro, más una clase media muy poco ideologizada que se va inclinando, según los avatares políticos y económicos, a un partido o a otro. En el último plebiscito celebrado ganó la izquierda en contra de lo que auguraron casi todas las encuestas. Gente muy curtida en esto de adivinar el futuro tuvieron que cogérsela con papel de fumar ante el triunfo inesperado de Zapatero. Y es que ocurrieron, con pocos días de diferencia, dos hechos terribles: uno fue la guerra de Irak y otro el desastre del 11-M, del cual no quiero acordarme. La clase media española cambió su voto en las urnas ante las mentiras estofadas del Gobierno de Aznar. Hoy el hecho terrible son los cinco millones de parados, un suceso socioeconómico brutal capaz de tumbar a cualquier gobierno. Le ha tocado, claro está, a Zapatero. Ni sus reformas ni su política de derechas le han valido para convencer a los indecisos. De ahí que se esté hablando de un triunfo sin precedente de Rajoy sin casi haber hecho nada para ello salvo huronear a la gallega, con ayuda de la prensa militante. Entonces, ¿qué debería hacer el socialismo con Rubalcaba como candidato? A mi juicio, lo mismo que está haciendo. No caer en el pesimismo; despertar al elector desde lo público; explicar mejor el origen y desarrollo de la crisis; tomar nota de lo que pasa hoy en Dinamarca, Alemania y en Francia: la socialdemocracia está ganando elecciones. Felipe González ha dado un arreón este fin de semana aludiendo a lo que quiere hacer la derecha con la escuela pública y con la sanidad. Por aquí, por aquí es por donde los socialistas "de brazos caídos" pueden encontrarse con los indecisos. "Arriba los pobres del mundo". Ya no nos acordamos de los avances sociales que fue impulsando la izquierda en el poder. Debemos abandonar el complejo de inferioridad por algo que los trabajadores nunca hicieron.

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