La Voz de Almeria

Historias de Almería

La vida en el autocar de Ramón del Pino

Un humilde jornalero de La Cañada protagonizó el tránsito de las antiguas tartanas con tiro de sangre al transporte de viajeros a motor desde los pueblos a Almería

Ramón del Pino Alvarez apoyado en su primer vehículos de pasajeros y al volante su hijo Ramón del Pino Nieto. Debajo, retrato de los dos.

Ramón del Pino Alvarez apoyado en su primer vehículos de pasajeros y al volante su hijo Ramón del Pino Nieto. Debajo, retrato de los dos.

Manuel León
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La vida almeriense estaba en la calle, sobre las aceras y en el alféizar de las tiendas de ultramarinos, por ejemplo; pero también empezaba a colarse en aquellos primeros vehículos colectivos a motor que se iban apoderando, como artefactos con ruido endemoniado, de la calzada; como antes había flameado esa misma vida en los carromatos y diligencias y en las tartanas primitivas de tiro de sangre. La vida, como siempre, flotaba donde había gente y, por ende, esos iniciáticos y estridentes autobuses que acercaban a la muchedumbre de los pueblos a la metrópoli en los años 20, a comprar telas o a vender patatas en el mercado, eran como el panal de una colmena humana.

Gentes del arrabal de Huércal, soldados de Viator, aceiteros de Pechina, ancianos de Benahadux que venían a curarse el reúma, todo ese enjambre de personas y personajes empezaron a llenar los primitivos coches de linea de entonces. Algunos apretujados de pie, otros sentados sobre tablas de madera y zagales agarrados al techo de la carrocería. Iba y venía todo ese río de vida, a diario, como en la película de Robert Redford, contándose las penas y las alegrías cotidianas en la media hora o tres cuartos que duraba el viaje sobre ruedas de caucho. Venían esos pasajeros lo mismo a la feria, que al especialista, a la playa en la temporada de baños, al cine o a visitar a un familiar; venían con los huesos traqueteados por los caminos polvorientos del trayecto, con los zapatos limpios y el cabello aseado, con el traje de paisano los soldados de Viator para cambiarse en la pensión Imperio de la Puerta Purchena y pasear por el bulervard mirando señoritas. Solo había que poner la oreja, entre curvas y baches, para enterarse de qué vecino se había muerto en el pueblo o qué mujer había parido un nuevo retoño. Ese primer transporte a motor tan elemental, por la provincia más seca de España, estuvo protagonizado por esas pequeñas empresas pioneras de la movilidad de viajeros en autocar: Juan Herrera, José Juárez Emilio Sáez, Francisco Hernández, el Caito de Vera, la propia Alsina, Juan Amat, Martín Andreo, Bernardo, desde San José o Ramón del Pino, desde Viator. Es esta última, que aún continúa en cuarta generación más de cien años después, la empresa decana en la provincia de Almería, manteniendo la misma razón social desde que empezó a operar a través del sueño de un humilde labrador de La Cañada de San Urbano. Se llamaba Ramón del Pino Alvarez y había nacido en 1881. Con unos ahorros, tras conseguir tener finca propia, consiguió la concesión de un estanco en Viator, aunque su vocación no era la de vivir estabulado en un despacho de venta de tabaco. Ramón era aficionado a la mecánica y se hizo en 1918 de un primer vehículo Hispano Suiza de segunda mano con el que empezó a ofrecer viajes desde Viator a los caminantes que iban y venían por senderos y veredas hasta Almería, adquiriendo después un Pegaso Comet. Así arrancó su actividad de tránsito y cuando en 1924 la Administración empezó a regular por concesión el transporte de pasajeros, Ramón se adjudicó la primera línea Viator-Huércal-Almería. Mientras tanto, se casó con María Nieto Visiedo con la que tuvo seis hijos: María, Ramona, Ramón, Rosa, Juan y José.

Aprovechó el fundador de la empresa la oportunidad que se le abría con la instalación del campamento militar Alvarez de Sotomayor en Viator para hacer de auriga de aquellos primeros soldados emplazados que los fines de semana aspiraban a divertirse un poco en la ciudad. Se hizo célebre la Parrala, el coche más emblemático de Ramón del Pino, bautizado como la popular canción, que era el que desplazaba a los militares. Se decía entonces, por eso: “Te queda más mili que a la Parrala”. El viaje costaba dos pesetas ida y vuelta y retornaba desde la droguería del Corazón de Jesús, en el Paseo del Príncipe hasta el campamento, donde los reclutas volvían a la litera después de una jornada dominical de correrías por la ciudad. Eran tiempos en los que gallinas y conejos, niños mamando y jornaleros con boina calada formaban parte de aquellos autobuses proletarios. Después de la Guerra, con la ciudad devastada, Del Pino tuvo que retomar la actividad con ayuda de su hijo, Ramón del Pino Nieto, quien recuperó los maltrechos autocares que habían sido confiscado durante la contienda y los volvió a calzar con nuevos neumáticos de la marca Batalla. El niño había empezado a trabajar en el taller mecánico Garaje Sagredo y había mamado el oficio cuando había que ir ofreciendo el servicio de casa en casa a los posibles viajeros. La empresa consiguió que se le autorizara a abrir una parada en la Plaza de San Sebastián para recoger y descargar viajeros y bultos y después en el badén de la Rambla. Ramón hijo contrajo nupcias en 1944 con Inés García Andújar, con la que tuvo tres hijos. Se independizó por un tiempo de su padre para dedicarse a las mercancías, pero tras la muerte del fundador en 1951, retomó las riendas del negocio de pasajeros de forma activa, consiguiendo la línea a Velefique, fusionándolo con el servicio de transporte de minerales y arena para la construcción. Ya en los 60, con la construcción de invernaderos en la zona del Poniente, Del Pino cubrió también, como transportista de materiales, este nicho de mercado, y consiguió el concurso de los transportes escolares ofertados por el Ministerio de Educación.

Empezaron entonces a incorporarse sus hijos, Ramón y Rafael, a la empresa, ampliando la flota de autocares y los servicios discrecionales como los viajes de estudios, con chóferes inolvidables como aquel popular Rafael Nieto, dando paso así a la cuarta generación, con presencia también en Roquetas, Vícar y El Ejido, con una treintena de empleados y con sede en la calle Virgen de las Angustias, al final de la calle Granada, sin olvidar nunca el espíritu de aquella memorable Parrala del abuelo, de la que partió todo lo que es hoy la empresa de autocares más vetusta de la provincia. 

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