Pepe, el portero de La Salle
Ha fallecido José Gil Hernández, el querido ‘Pepe’, que durante medio siglo fue el portero del colegio

Pepe con su figura de portero eficaz y cumplidor en la puerta del colegio.
En septiembre de 1939, seis meses después de terminar la guerra civil, los Hermanos de las Escuelas Cristianas ya estaban preparando la apertura del curso en el colegio de La Salle. Acababan de regresar al centro tras el exilio obligado y en un tiempo récord adecentaron las aulas para poder iniciar la actividad docente. En aquellos días el colegio formaba parte del llamado Malecón de Abellán, que por estar situado al otro lado de la Rambla, se quedaba en las afueras de la ciudad, en medio de un paraje donde todavía reinaban las huertas y los descampados.
Unos meses después, entrado ya 1940, llegó a la escuela un muchacho para ocupar el puesto de portero. Se llamaba José Gil Hernández, pero no tardó en ser Pepe para todo el mundo. No debió ser fácil para un joven de aquel tiempo adaptarse a la rigidez que imponían los hermanos lasalianos, basada en una disciplina innegociable que empezaba en la misma puerta del centro, en la figura del conserje. No eran tiempos de concesiones y el portero estaba obligado a una rectitud sin reservas y a no cometer ningún error para poder conservar su puesto. Su primer contacto dentro del centro, a las pocas horas de llegar, fue con el director, el hermano Jesús de María. Lo llamó a su despacho y le explicó dónde estaba y cuál era su misión a partir de ese momento. Pepe recordó siempre esa primera charla con aquel fraile de estampa sobria enfundado en una larga sotana de color negro con alzacuellos almidonado, lo que entonces se conocía coloquialmente con el nombre de el ‘lecherico’.
Cada mañana, cuando los alumnos llegaban al colegio, lo primero que se encontraban era la figura de Pepe bajo el umbral de la puerta, con esa formalidad gris que nunca abandonó a lo largo de medio siglo. Su trabajo dentro del colegio era extenso: atendía en la puerta, cuidaba de la portería y echaba una mano en el comedor. Los festivos que se celebraban actos extraordinarios, como el Domingos de Ramos y los domingos de primeras comuniones, allí tenía que estar el conserje, siempre el primero, para tenerlo todo a punto, para cuidar de esos detalles donde no llegaban los frailes. No le importaba tener que trabajar un domingo, siempre que le dejaran la tarde libre para poder ir al estadio de la Falange a ver al Almería. Con la misma disciplina que puso en su trabajo, se tomó su gran pasión, el fútbol. Al anochecer, cuando regresaba del estadio, solía hacer una parada en el bar Parrilla Pasaje para ver los resultados que figuraban escritos a tiza en la pizarra del establecimiento. Pepe llevaba siempre un papel y un lápiz en el bolsillo para copiar los marcadores de la jornada y llevárselos, recién salidos, a los internos del colegio. El bueno del portero, que era un hincha fiel del Atlético de Madrid, contaba como anécdota que los domingos que ganaba el Bilbao se armaba una fiesta en las habitaciones, porque casi todos los muchachos eran entonces del Athletic.
Pepe el portero formaba parte de la historia de La Salle. Pasó por todas las etapas: vivió los años más severos de la posguerra, cuando la disciplina era intensa, cuando había frailes que abofeteaban a los alumnos sin ningún pudor, cuando había que aceptar el castigo porque formaba parte de la filosofía del colegio. Después llegaron los cambios, cuando las normas se relajaron, cuando el trato con los profesores se hacía de forma más natural, sin esa dosis de miedo de los primeros años. Pepe el portero vivió también los días de libertad, siempre relativa, cuando los alumnos miraban a los hermanos a los ojos y cuando había quien se atrevía, en la foto oficial de la clase, a ponerle los cuernos al que estaba delante.