La calle del centro que es un refugio en las olas de calor
La calle de la droguería de Juanjo es la más fresca del casco antiguo

En la Calle Azara siempre hay corriente, como si se hubieran dejado una puerta abierta.
Cuando todavía los inviernos daban señales de vida y teníamos que sacar los abrigos y las bufandas del fondo de los armarios, atravesar la calle Azara desde la Plaza Flores a la calle de las Tiendas era una odisea en esas tardes en las que el viento de poniente jugaba a colarse por cualquier rendija y enfilaba los callejones con un puñal de hielo entre los dientes. Los que cruzaban por allí en un día de frío no alcanzaban a entender por dónde se colaba el aire, como era posible que se produjeran esas corrientes que parecían propias de otras latitudes.
En la calle Azara, que es la calle de la drogería Juanjo, para que todo el mundo se ubique, nacen todas las corrientes posibles, como si alguien se hubiera dejado una puerta abierta permanentemente. Esta característica, que en invierno puede resultar un inconveniente, en verano se ha convertido en una cualidad, en una virtud que no tiene precio, ya que este estrecho pasadizo del centro comercial de la ciudad se ha convertido en un pequeño oasis donde es posible disfrutar de un poco de aire fresco por duros que sean los veranos. La calle Azara tiene un microclima que la salva de las olas de calor. Por mucho que suba la temperatura, por muy irrespirable que se torne el aire, cruzar por este callejón es un alivio, lo que invita a pensar que los vecinos que lo habitan y que tienen las ventanas de sus viviendas dando a esta calle viven un verano distinto.
Otro de los rincones del centro por donde siempre corre el aire y hace fresco es el primer tramo de la calle Castelar, ese trozo concreto que va desde la esquina del Carrefour del Paseo a la esquina de la calle San Francisco. Por arte de birlibirloque, las corrientes de aire se juntan en aquel trecho como en ningún otro lugar y cuando el viento sopla fuerte de poniente va cogiendo fuerza de tal forma que resulta complicado avanzar en sentido contrario.
Encontrar calles donde el verano pasa de puntillas es un lujo en esta Almería del siglo XXI. Una sombra, una corriente, es un preciado tesoro que habría que fomentar. Por ese motivo hay que censurar a los que llevados por los argumentos puramente estéticos nos querían quitar los árboles de nuestra querida Plaza Vieja para convertirla en una imitación de Plaza Mayor castellana o lo que es lo mismo, en una estepa desértica difícil de cruzar en los eternos veranos. En estos días de incesante ola de calor, el termómetro ha llegado a superar los 45 grados al sol en el centro de la plaza del Ayuntamiento, lo que demuestra que si hubieran quitado los árboles hoy tendríamos una plaza menos en la que solo sería posible la vida durante la noche.
Donde no hubo forma de parar la tala masiva fue en la Plaza de San Pedro, que antiguamente era uno de los refugios perfectos para pasar los calores del verano gracias a la frondosidad de los árboles que la reguardaban. Muchos conocimos las sombras de este rincón de la ciudad y muchos nos quedamos sin palabras cuando la última reforma que emprendió el Ayuntamiento se llevó por delante la arboleda. El resultado fue una Plaza de San Pedro que se ha convertido en un templo de juegos para los niños, que necesitaban un espacio lúdico en el centro, pero que no se puede habitar en los meses de verano hasta que no empieza a caer la tarde y deja de castigar el sol. La plaza se llena de vida con la presencia masiva de los niños y de sus madres, pero se echa de menos el refugio que le dieron sus árboles centenarios.
Algo parecido ocurre en la Plaza de la Catedral, que por cuestiones estéticas la dejaron hecha un páramo. Le quitaron las sombras y nos dejaron las palmeras que adornan pero no consuelan. Cruzar por la plaza en estos días de calor es como atravesar un desierto. Se puede decir: “Qué elegante queda el espacio con las palmeras”, pero cuando da el sol allí no hay quien resista.