Las dos torres que nos cuentan la historia de una ciudad
El torreón musulmán que se cae, la torre de la Molineta que surge

Restos del torreón y la muralla medieval y al fondo el nuevo edificio de la Molineta
Entre las dos torres se extiende un trozo de Almería que ha ido cambiando a lo largo de los últimos cincuenta años hasta perder su identidad. Las dos torres, que representan el pasado y el futuro, nos cuentan la historia de la ciudad. La torre antigua es un trozo de torreón de la muralla medieval que custodiaba la ciudad detrás del cerro de San Cristóbal. Los restos del baluarte resisten a duras penas el avance de la mal llamada civilización que ha ido rodeando sus piedras de chabolas y edificios deshumanizados. La muralla parece agarrarse al cerro para no caer desmoronada definitivamente, y así, víctima de una batalla perdida, resiste hasta que llegue el día en que caiga rendida sobre la tierra, sin que venga ningún proyecto a rescatarla.
La torre moderna surge al norte, en la puerta de entrada al privilegiado entorno de la Molineta, que debería de ser el parque natural más hermoso de la ciudad, pero sigue olvidada ante la mirada de una ciudad adormecida a la que parece no importarle nada. Quizá sería mejor que la hubieran olvidado del todo y que no hubieran permitido construir ese edificio gigante que ha venido a romper la estética y la belleza de todos aquellos cerros que han sido el último vestigio de la Almería rural a pocos metros del centro de ella ciudad. Es un piso de once alturas que sobresale como un gigante delante de los cerros, anunciando un progreso que si no se pone remedio puede terminar sembrando de ladrillos aquel extraordinario paisaje. ¿Qué plan hay para recuperar la Molineta o al menos para evitar que el negocio de la especulación inmobiliaria siga actuando con la complicidad de un poder político que sabe poco de historia y no conoce el alma de esta ciudad?
El torreón medieval forma parte de un entorno que lleva siglos abandonado y que cuando el barrio de San Cristóbal estaba habitado era el cagadero oficial de los vecinos. El pos-cerro, como podía ser denominada esta zona, empieza donde acaba el cerro del ‘Santo’. Se accede a través de la puerta de piedra de la muralla, un hueco por el que da miedo penetrar ya que uno tiene la sensación de que una de las piedras que se sujetan del vacío te va a caer sobre la cabeza. El pos-cerro tiene metros suficientes para convertirlo en un parque temático o para abrir rutas hacia el norte de la ciudad. Desde allí se descubren rincones que han ido quedando relegados a la más pura miseria, como los restos de ese antiguo torreón y trozos de la muralla que a duras penas se mantienen en pie sobre el cerro que parte en dos el antiguo barrio de la Fuentecica. Hay montones de basura acumulados cerca del muro, que ponen de manifiesto la permisividad de la que gozan los vecinos en algunos arrabales por los que nunca pasa la autoridad ni se impone el peso de las ordenanzas municipales. El pos-cerro es un balcón privilegiado que mira a la parte más escondida de Almería. Aquellos caminos llevan hacia el lado de poniente hasta el barrio de la Joya y el barranco del Caballar y hacia el norte a la Fuentecica, el Quemadero y el cerro de las Cruces. Des de allí se ven los perfiles de la Molineta y sobre todo, lo que más resalta, lo que destaca como una anomalía del paisaje, es ese titán que nace junto a un supermercado anunciando un progreso que no pasa de ser puro negocio. Desde la parte trasera del cerro la presencia lejana del edificio junto al Lidl de la Rambla de Belén contrasta con la belleza de las estribaciones de Sierra Alhamilla y el Cabo de Gata, perdidas en el horizonte. Mientras la ciudad presume de haber recuperado el Cerro de San Cristóbal con un acceso de 308 escalones que culminan a los pies del Sagrado Corazón de Jesús, la cara oculta del cerro, el pos-cerro, sigue perdido en tierra de nadie, convertido en un territorio invisible, en un páramo tan estéril como las viejas murallas que lo coronan.