La Desbandá no sabe a dónde va
La necesaria Memoria Democrática le sienta muy mal a algunos, mientras que a otros les gusta tanto que la convierten en su ocio

Material deportivo en la marcha senderista de La Desbandá
Lo de la Memoria Democrática es algo muy necesario que los españoles, en conjunto, aún no hemos sabido muy bien cómo gestionar.
Para algunos es como uno de esos jarabes que el médico te receta para que salgas de un bache de salud, pero que dejas antes de tiempo porque el sabor te resulta insoportable. Para otros es justo lo contrario: les ha gustado tanto el sabor que han abusado del jarabe y este ya ha perdido los efectos curativos para los que fue pensado, convirtiéndolo poco menos que en una bebida que se toma por gusto, y nada más.
La existencia de ambos perfiles se pudo certificar el pasado sábado, cuando llegaba a Almería la marcha de ‘La Desbandá’, rememorando la mayor masacre de civiles de toda la Guerra Civil, en la que se asesinó a entre 3.000 y 5.000 personas que huían de una Málaga tomada por los golpistas y que fueron bombardeados por tierra y mar en su escapada a pie hacia Almería.
Llegaba, este sábado, la comitiva con algo más de un centenar de personas a Almería capital. No hace falta decir a quién le puede ofender o molestar que la Memoria Democrática pose sus alas en una matanza tan multitudinaria que podría perfectamente no tener color político. A los que el jarabe de la reconciliación y el recuerdo a muertos que nunca llegaron a ser recuperados de los acantilados les sabe mal, conviene ajustarle la dosis hasta dar con la cura de su mal de bilis. Son los que siempre dicen que no conviene remover el pasado. Ellos saben perfectamente quiénes son.
El macabro sendero
Luego está el extremo opuesto. Nadie duda de la buena intención con la que se organiza y se realiza la marcha de La Desbandá, vaya eso por delante. Pero desde la madurez democrática que se le supone a un país dispuesto a cerrar unas heridas casi centenarias, cabe preguntarse si esta es la mejor manera de recordar y rendir homenaje a quienes fueron masacrados a lo largo y ancho de los 200 kilómetros que separan Málaga de Almería.
No deja de resultar frívolo que lo que fue en origen una huida a la desesperada, dejando un rastro eterno de sangre, se haya convertido en un evento senderista. Los asesinados han sido sustituidos por un numeroso grupo de senderistas muy bien equipados para la noble actividad de las caminatas. La intención, insisto, es buena y no cabe duda. La ejecución queda reducida a una actividad de ocio, a un Camino de Santiago de lo macabro.
Contaba mi admirado Gonzalo León hace unas semanas en un diario malagueño que en la web de la organización hay una cuenta atrás con un mensaje que dice: “Faltan XX días XX horas XX minutos para la nueva Desbandá” y un banner que invita a “Acompañarnos en la próxima Desbandá”.
Así, el recuerdo e incluso el dolor quedan equiparados al necesario marketing previo a una media maratón que muestra que el otro extremo también existe: el sabor del jarabe de la Memoria Democrática nos ha gustado tanto que lo bebemos a tragos largos, no ya porque cure la ignorancia y la desmemoria, sino porque se ha convertido en una excelente actividad lúdica que permite hacer ejercicio al aire libre, ver paisajes imponentes y sentirnos estupendos recordando que por allí donde nuestro reloj inteligente nos va contando los pasos hubo un día cuerpos desmembrados.
Todo, en una marcha con su necesaria furgoneta de apoyo y a la que le dan color banderas republicanas, alguna ikurriña, una bandera LGTBIQ+ y algún que otro pañuelo palestino, haciendo de la actividad senderista un festival de la reivindicación que pierde totalmente el fondo: aquí mataron a miles de personas.
Pero la confusión de la marcha llega a su punto álgido en la meta de esta prueba deportiva no competitiva. La marcha termina a los pies del Cable Inglés, frente al monumento a las víctimas almerienses de Mauthausen, donde se depositan flores. Dos historias sin mucha (por no decir ninguna) conexión entre sí, cuyas víctimas bien merecen un homenaje serio y que terminan conformando un barullo que logra descafeinar cualquier recuerdo, al que Almería y los almerienses son prácticamente ajenos y que le hace poco bien a la necesaria Memoria Democrática. Porque jamás hay que dejar de remover el pasado, pero no es menos cierto que hace falta algo que se parezca a una estrategia para que lo que un día se olvidó se recuerde para siempre. Y una marcha senderista no parece lo mejor.