En memoria de un gran maestro: Antonio Reina Serrano
Antonio Reina Serrano partió. Se fue sin avisar. Sin ruido. Tal como vivió. En silencio...

El fallecido Antonio Reina, profesor de Lengua de muchas generaciones de almerienses desde el Alhadra.
Como el viento circular que despliega sus alas, pero vuelve, con las horas, a los lugares donde esparció sus aromas; como el regreso a su nido a por su hembra conocida, por abril, de las golondrinas viajeras; como el hermano que un día partió a buscarse la vida y ahora, con “las sienes plateadas”, retorna a la cuna de la infancia. Así. Así nos invadió la culpa del paso del tiempo, tan machadiano, cuando el otro día, en un gimnasio de Almería, descubrimos dos presencias. Eran dos profesores (ya jubilados) de Matemáticas del IES Alhadra, en su día el centro referencial de quienes nacimos, y a mucha honra, en los pueblos incomunicados de la provincia.
35 años después, 35, los dos maestros eran el viento y la golondrina y el hermano que se fue y, aunque más torpes, aún seguían a golpe de bicicleta, gastando calorías como quien gasta su paciencia en la nada fácil aventura de enseñar fracciones a los niños de la EGB. Ahí estaban ellos: semblante intacto, rostro inmutable, mirada serena, con la misma avidez por vivir que en aquellos días de pupitre en los que la ciudad no tenía, por no tener, ni Rambla y los adolescentes jugábamos en el frontón de los bancales de Villablanca o pegándole balonazos a la chapa de una cochera.
El encuentro Allí, en aquel mismo ágora de septuagenarios con buenos bíceps y andares de cincuentones donde acampan los maestros de la temida álgebra, allí nos habíamos encontrado, no ha mucho tiempo atrás, a un señor de bigote, de corte escuálido y de sonrisa hidalga, que caminaba ya por los setenta y largos. Iba ese día con su mujer y ya lucía heridas del tiempo en el cuello, pero la expresión de su cara era la misma que antaño. No nos reconoció. Por aquellos entonces estábamos más ocupados en sestear en las gradas con los hermanos Martínez (ex de Unicaja de volei) que en interaccionar en clase. Pero aquello marcó. Vaya si lo hizo.
Hay en nuestra Librería particular (desde ya: Librería del profe Antonio) unos libros de noble edición que llevan el sueño de aquel maestro de Lengua. Son libros de un señor tan mesurado como nuestro maestro: Antonio Machado. Él no lo sabe, nuestro Antonio, pero se lo(s) debemos: los compramos por ti. Porque tú nos enseñaste a amar lo que muchos odiaban: la Lengua. Aquel año iba a caer Machado en la siempre escurridiza Selectividad (ese órdago), así que nuestro querido profe, con su ternura generosa, nos introdujo en el universo de aquel profesor de Francés que, atenazado por las dos Españas, vivió para amar, pero amó menos de lo que bien mereció. Y aprendimos a saber que el tren y las aguas del río y la mañana efímera no eran sino el tiempo pasajero: el miedo del escribano a las agujas del reloj, al tic-tac premonitorio, a la vida que pasa entre versos octosílabos. Y que los montes dormidos y la niebla otoñal y los olmos mustios no eran sino el alma encogida de un poeta deseoso de sentir. Y que a Machado le dolía la ignorancia, la injusticia y el atrevimiento mundano. Y le dolía la duda. Y que su sol era muy de invierno.
Guardamos, aún, en aquel libro de Lengua, de letra pequeña y gran estirpe editorial, los apuntes a lápiz de metáforas, paradojas y símiles que aquel señor del Alhadra nos dictaba. Guardamos su obsesión por las tildes. Su deseo de letras y templanza en un mundo de egresados -mas iletrados-, tan polarizado.
Sin avisar
Pero a Antonio Reina Serrano le llegó también la hora de partir. Y se fue sin avisar. Sin ruido. Tal como vivió. En silencio. Y no supimos de su funeral porque, a su manera, Antonio nació y murió en el territorio de los anónimos. Lo que sí vimos fue la última crónica en su reducto editorial, Alhadra Digital, aquel periódico fundado en 2007 que era la extensión del viejo El Botijo, donde un día escribimos historietas un buen puñado de críos de los ochenta y fantaseamos con ser cronistas con la turbación de los imberbes románticos. Aún se sostiene su nombre como subdirector en el Comité de Redacción porque él, en realidad, nunca se fue y aún perviven los sueños botijeros de aquella revista rockanrolera que nació en el primer instituto mixto de Almería, parido en las estribaciones de Los Molinos en los albores de los 70.
Pronto se fue, quizás demasiado pronto, y ligero de equipaje como su Machado del alma, pero henchido de aquello que le faltó al otro gran Antonio: el amor duradero. Se fue don Antonio, el nuestro, el sencillo educador que desgastó su sonrisa y aleccionó a aquellos párvulos que esperábamos una España mejor donde Machado tuviera encaje.
En junio de 2009 se jubilaba don Antonio. Y con él, Virtudes Romero Colacios, de Inglés; Manuel Pérez Borja, de Filosofía; y Juan Valero Soler, de Física y Química. Luego montó don Antonio un canal en Youtube con vídeos de sus amaneceres por el Cabo y se apuntó al gimnasio, con su chándal ochentero y su mujer al lado. Al mismo gym donde acuden, cada mañana, los profes de Matemáticas, sus compañeros de viaje.
Ocurre que en la vida siempre hay un campo que verdea. Y cuando miramos al pasado en busca de razones, siempre hay explicaciones. Fui periodista, tal vez, porque te encontré en el camino, como quien descubre la vocación a la sombra de una acacia. Los libros de Machado, los de Campos de Castilla, los de Soledades, están ahí por ti. Y para ti.
Allá donde el cielo cristiano te haya llevado, “suena el viento en los álamos del río” y “el pastor apacienta sus merinos”. Grande, don Antonio. Ya estás en la gran y hermosa noche de verano.