La Voz de Almeria

Almería

La historia de un barco sueco llamado ‘Almería’

Fue construido en Götemburgo por mandato de un tal Emanuel Högberg que salvó su vida en Alborán

Retrato del naviero Emanuel Högberg, inspirador del barco sueco llamado Almería.

Retrato del naviero Emanuel Högberg, inspirador del barco sueco llamado Almería.La Voz

Manuel León
Publicado por

Creado:

Actualizado:

El Almería había sido botado en el puerto de Gotemburgo en 1955 y contra su casco de armiño estrellaron ese día un botella de licor como celebración. Fue diseñado en el astillero Lindholmens por encargo de la compañía naviera Rederi AB Svea, una de las más poderosas de Suecia. Fue concebido ese barco de porte elegante, bautizado chocantemente  con el topónimo de una ciudad sureña a más de 3.000 kilómetros del Báltico, para convertirse en un barco frutero cubriendo la ruta entre el Mar del Norte y el Mediterráneo, para desembarcar uva y naranja del sur en los mercados de Estocolmo y otras frías ciudades escandinavas.

Una mañana de 1965, diez años después, ese mismo barco ancló en el Puerto de Almería, como el niño que vuelve al regazo de su madre. Al timón, con su libro de bitácora en el bolsillo, iba el capitán Johannisson y a recibirlo fue una delegación de la ciudad encabezada por el alcalde, el farmacéutico Guillermo Verdejo Vivas que hizo entrega al oficial de una placa con el escudo de la ciudad. Como solía ser habitual, al acto celebrado a bordo del buque sueco asistieron las autoridades del momento: el comandante de Infantería de Marina, José Guerra; el delegado de Trabajo, Joaquín Gázquez; el delegado de Información y Turismo, Rafael Martínez de los Reyes; el primer teniente de Alcalde; Ginés Nicolás Pagán; el presidente de la Marina Mercante, Juan Bautista Hernández; el secretario del Sindicato de Frutos, Ricardo Reyes; el vicepresidente de la Cámara de Comercio, Juan Navarro Hanza; el inspector de la Delegación de Información y Turismo, Juan Rada; y el agente de la compañía armadora en Almería, José Luis Esteller.

No estaba, sin embargo, presente, la persona más importante de ese barco; no estaba el inspirador de ese bajel, la persona que lo mandó construir para cubrir semanalmente esa singladura entre la nieve y el sol, entre la niebla nórdica y el salitre mediterráneo; no  estaba quien decidió ponerle ese nombre, el nombre de una antigua ciudad musulmana, a un navío sueco de mercancías. Esa persona se llamaba Emanuel Högberg, el legendario director ejecutivo de la compañía naviera sueca durante varias décadas y una figura central en la vida de Estocolmo.

Decidió hacer ese gesto insólito -ponerle el nombre de Almería a ese barco- cuando acordó que sería construido como buque frutero; cuando se acordó de un pasaje crucial de su pasado en el que logró salvar la vida milagrosamente y pudo recuperarse de un naufragio anónimo en aquella Almería uvera y minera de principios del siglo cambalanche.

Emanuel, hijo de un pescador de salmón, nació en 1891 en la ciudad sueca de Gävle. Estudió en la Escuela  Cívica y tras ello, se embarcó varios meses como marinero para hacer prácticas en uno de aquellos barcos de carga de la naviera Svea que recorría los puertos del sur de Europa.

Era 1911, tenía apenas 20 años Emanuel, como aquel grumete novelesco llamado Edmundo Dantes, y el barco iba a hacer escala para llenar su bodega de quintales de uva dorada por el sol de Ohanes y de Berja. Era aquella Almería mundialmente conocida en los mentideros portuarios como la madre de la mejor grappe, la que hacía germinar los pámpanos más lustrosos, más fuertes y duraderos para afrontar semanas de travesía en barriles sembrados de serrín.

Era aún la madrugada cuando el capitán del barco donde iba enrolado Emanuel trataba de mantener el barco a flote ante un temporal que levantaba como una alfombra voladora el Mar de Alborán. La madera del paylabote crujía y el navío entraba y salía de las olas como un cascarón de nuez. Los marineros, en cubierta, achicaban agua sin cesar, con las ropas empapadas y el miedo en el cuerpo. La tormenta tuvo al fin compasión de esa tripulación y cuando amainó, el barco consiguió amarrarse al Puerto de Almería bajo las gaviotas. Emanuel y sus camaradas bajaron a tierra y pusieron sus ropas a secar junto a los tinglados. Descansaron, se animaron y  bebieron vino en alguna de aquellas tabernas, como la del Ruso, que estaba donde hoy está la fuente de Los Peces. Había salvado la vida la tripulación de aquel barco  escandinavo que pudo cargar esa uva a por la que venían y regresar a Gotemburgo.

Pasó el tiempo, que es el mejor anestésico, y a Emanuel, convertido ya en director general de la primera naviera sueca, no se le había olvidado ese episodio dantesco frente al faro de San Telmo, frente a la Alcazaba moruna, en el viejo mar de Bayyana. Y cuando en aquel Consejo de Administración de la Svea se aprobó construir un moderno barco frutero, Emanuel se acordó  de  su odisea en aquel mar bravío como un toro, en el sur de España y, por decreto, impuso que ese nuevo buque se llamaría como la ciudad donde volvió a la vida tras pasar una madrugada en el infierno, tras abrazarse con sus compañeros y caminar por el Malecón almeriense durante horas para recuperarse del susto.

El barco llamado Almería, que esa mañana de 1965 fue recibido por los lugareños con toques de corneta en el dique de Levante, fue construido con mucho cariño por parte de Emanuel, con 3.200 toneladas de peso muerto, con 13,5 metros de manga y 103 de eslora, con una velocidad de 15 nudos. En una maniobra desafortunada, el barco se hundió frente a Trípoli (Libano), en julio de 1984.

Y  solo un año después, se fue de esta vida su inspirador, Emanuel Högber, en Estocolmo, la ciudad en la que se había convertido en una celebridad en el mundo de la navegación marítima; ese Emanuel que solo estuvo un vez en Almería, la ciudad que nunca olvidó, la ciudad donde volvió a la vida, que para él sería una pequeña Alejandría, con su pequeño faro, con sus barcos veleros, con sus terraos en los que el viento movía la ropa tendida; vería todo eso con ojos de poeta, Emanuel,  porque  solo a un poeta se le ocurriría  poner a un barco el nombre de una ciudad que le marcó cuando solo tenía hambre de aventuras en su corazón de marinero, el corazón noble de un hijo de un pescador de salmón.

tracking