La Voz de Almeria

Almería

Más de cien mil ‘almerienses’ votan mañana en Cataluña

La Casa de Almería cifra en casi 150.000 los catalanes de origen almeriense llamados a las urnas

Calle Almería, en el barrio de Sants, con una pintada reclamando libertad para los “presos políticos”.

Calle Almería, en el barrio de Sants, con una pintada reclamando libertad para los “presos políticos”.

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En política nada es casual. Ni siquiera que Inés Arrimadas haya pedido el voto a los catalanes de raíces andaluzas en su mayor mitin de campaña. La candidata de Ciudadanos, que nació en Jerez de la Frontera y que según todas las encuestas le disputará mañana la victoria al candidato de ERC, sabe que el éxito en unas elecciones tan disputadas pasa por llamar a la puerta adecuada en el momento preciso. Y eso es lo que ha hecho: llamar a la puerta tras la que viven los más de 1,1 millones de habitantes de origen andaluz que residen hoy en Cataluña. Los lazos emocionales son estrechísimos entre ambas comunidades. Por eso las catalanas no son unas elecciones cualquiera: porque quien más quien menos tiene en Almería un familiar o pariente que emigró a Cataluña por trabajo. Y mañana, el voto de estos miles de catalanes de origen almeriense puede ser clave en las elecciones más ajustadas, trascendentes y polarizadas de la democracia.


Más allá de las banderas que cuelgan de algunos balcones, cuando uno pasa un tiempo en Barcelona, camina por sus barrios, acude a un par de bares y charla con algunos de sus clientes, se da cuenta de que los problemas reales de la gente van más allá del denominado “procés”. Que la aparente crispación social emerge sobre todo de los broncos debates políticos, de las tertulias televisivas, y que las preocupaciones de los catalanes se parecen mucho a las del resto de los españoles. Es lo que se ve por ejemplo en “La nova Farga”. Es un bar situado en la calle de Almería, en el barrio barcelonés de Sants. Para llegar a él hay que coger la línea roja del metro, bajar en la estación Plaza de Sants y salir por Alcolea.


Una calle tranquila
La Carrer d’Almeria (calle de Almería) no tiene mucha actividad comercial. Es una calle tranquila. Un taller de vehículos, un centro de estética… y “La Nova Farga”. En el bar está encendida la televisión. Se ve un informativo en el que los políticos catalanes se suceden uno detrás de otro. Pero nadie la mira. La tele está sin volumen. La barra la atiende una joven llamada Marina. Al otro lado estamos siete personas. Casi todos se conocen entre sí. A mi derecha hay un hombre que lee en La Vanguardia la crónica de fútbol del partido entre Las Palmas y el Espanyol. A mi izquierda, un hombre de origen andaluz ya mayor con marcapasos y audífono que pide un chupito de JB. Se llama Manolo. A su izquierda hay un currela con mono de trabajo fosforescente. Habla con un amigo que se ha magullado un brazo en un accidente laboral. Al fondo hay otros dos hombres con trajes de ejecutivo. Uno de ellos bebe un cubata de ron y paga la ronda a la camarera. Y todos, salvo el que lee la crónica de fútbol, hablan de lo mismo: de trabajo, de las cosas que a uno le van pasando en la vida.


La televisión, muda
Marina tiene música puesta. Está bajita, y se suceden temas discotequeros de los años 90. El currela del mono fosforescente, ojeroso, me mira y me dice que aún se acuerda cuando bailaba esos temas de chaval en la discoteca. “Pero coño, ahora lo único que hago a las cinco de la mañana es levantarme para ir a trabajar”, me comenta divertido. Manolo no sonríe. Se ha bebido el chupito de whisky y antes de salir del bar se ha parado a hablar con los dos clientes trajeados que están junto a la puerta. Los conoce, son del barrio. Manolo está triste y melancólico: lleva más de seis años sin ver a su hijo. Uno de los hombre con traje y corbata trata de consolarle y le acaricia un hombro. Manolo hace un gesto de resignación con la cabeza, la agacha, y se marcha. Detrás nuestro, la televisión, muda, donde los políticos catalanes se suceden uno detrás del otro pero nadie los mira.


Me marcho del bar y cuando llego a la calle de Sants se nota la movilización de los partidos independentistas, la implicación de sus seguidores. En una carpa sobre la acera, integrantes de la Asamblea Nacional Catalana reparten folletos entre la gente que camina con prisa. A cincuenta metros, hacen lo mismo algunos militantes de Junts Per Catalunya. En el panfleto que me ofrecen aparece sonriente el rostro de Carles Puigdemont. Lo miro pero yo solo veo a Manolo.


La vida de Conchi
He quedado con Conchi Yepes. Nació en Almería, en el barrio de Los Molinos, y junto a sus nueve hermanos se vino a Cataluña en 1962 después de que su padre pidiera el traslado en la empresa Campsa. Conchi Yepes tenía cuatro años cuando llegó a Cornellá, un municipio industrial próximo a Barcelona que fue referente de la lucha obrera durante los últimos años del franquismo.


Conchi viene hoy a Barcelona porque forma parte de una compañía de teatro y tiene ensayo. “Mi padre quería que sus hijos tuviéramos una mejor salida laboral, por eso nos trajo a todos aquí”, explica la mujer, que trabajó durante más de 15 años en la fábrica de Phillips de Sant Boi. “Mira, aquí nunca hemos sentido discriminación por parte de los catalanes ni de nadie, pero con el procés se ha creado un clima social muy raro”, dice Yepes, que considera que “lo peor de todo” durante estos últimos meses “han sido los momentos en los que la gente se manifestaba en la calle alimentada por el independentismo más radical”. “Se pasó mal”, recuerda.


Para Conchi Yepes, como para muchos otros catalanes con los que hablo, la fractura social en Cataluña ha llegado durante el procés y “el engaño de la independencia”. “Los propios políticos nos han llevado al enfrentamiento”, asegura la mujer. “Hasta el procés ha existido siempre un equilibrio, se podía discutir de política, pero de ahí a estar peleados, no”, asegura. “Aquí siempre ha habido nacionalistas catalanes e independentistas, en mi propia familia los hay, pero siempre nos hemos respetado”, explica Yepes, que no entiende cómo los votantes independentistas siguen arropando a sus líderes después de que “les hayan llevado al engaño con una independencia inexistente”. Habla con tranquilidad, con la misma calma con la que te dice que la influencia del PP en el Gobierno de España ha sido muy dañina para la estabilidad social catalana. “Si no hubieran rechazado todo lo que hacíamos en Cataluña, no estaríamos aquí, los catalanes han terminado por identificar España con el PP, y muchos han acabado alineándose con las tesis independentistas”, resume.


Problemas reales
Poco después me veo con Ángeles García, que ha nacido en Cataluña pero su familia procede de Adra. Su padre Antonio llegó a Barcelona con 18 años. “Aquí todos estamos muy cansados ya, esto ha sido un esperpento y tenemos ganas de que termine”, resume. Lo dice mientras cenamos unas tapas en un bar del Raval. Su marido, Fernando, advierte que el procés, el debate identitario y el movimiento independentista no hace sino tapar los problemas reales de la gente.


“Hay colegios y ambulatorios que se caen de viejos, empleo precario, pero solo interesa que se hable de constitucionalistas y de independentistas, de bandos y banderas, para que unos puedan tapar su corrupción en Madrid, y otros puedan tapar la del tres per cent en Cataluña”, considera.


Nos vamos caminando, hablando de política, pero yo no dejo de pensar en Manolo en vísperas de la Navidad.


La llave electoral pasa por Almería
En los años 70 vivían en Cataluña 840.000 personas nacidas en Andalucía, según un estudio del Centro de Estudios Andaluces. De hecho, Cataluña es conocida para muchos como “la novena provincia andaluza”. A día de hoy, al menos 1,1 millones de catalanes descienden de andaluces. En una comunidad de 7,5 millones de habitantes, esa cifra supone que el 14,6% de los electores son de origen andaluz. Y de todos ellos, los almerienses fueron los primeros en llegar. La crisis en la minería y el retroceso en el sector de la uva de mesa hizo que, ya en 1920, más de 40.000 almerienses se vieran obligados a emigrar, preferentemente con destino a Cataluña.


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