El aparejador seducido por la Alcazaba
Adolfo Martínez Gásquez (1931-1984) fue conservador de la Alcazaba en los años 50

Adolfo Martínez junto al estanque de la Alcazaba.
Era un hombre adelantado a su tiempo. Destacaba por su porte, con un físico de atleta y una elegancia natural que nunca pasaba desapercibida. Contaba además con una extensa formación cultural que culminó estudiando la carrera de aparejadores en Madrid.
Era Adolfo Martínez Gásquez, el hijo del maestro de escuela ejecutado por sus ideas religiosas en los primeros meses de la Guerra Civil, aquel muchacho que imponía sus facultades físicas nadando como un pez en las travesías que se organizaban en el puerto cuando llegaba la feria de agosto.
Su infancia estuvo marcada por las tragedias. Había nacido en 1931 en la calle de la Reina, cerca de la esquina con el Hospital. Unas semanas después de venir al mundo su madre, Carmen Gásquez Ferrer, falleció de forma repentina cuando parecía recuperada de las dificultades del parto. Tenía 30 años. El niño quedó al cuidado de su padre, Adolfo Martínez Sáez, reputado maestro de primaria y director desde 1928 del Centro Politécnico de Enseñanza, ubicado en la calle Arráez, una academia creada para adaptar los nuevos métodos de enseñanza a las asignaturas más áridas y como escuela de preparación profesional.
El niño, que no llegó a conocer a su madre, tampoco pudo conservar recuerdos nítidos de su padre, ya que éste murió asesinado por sus ideas religiosas cuando su hijo sólo tenía cinco años de edad. Cuentan que tras ser detenido trataron de arrancarle el crucifijo que llevaba colgado del cuello. Fue ejecutado el 26 de septiembre de 1936 en el Pozo de Cantavieja de Tahal.
A pesar del drama que supuso quedarse huérfano siendo un niño, no le faltó el calor de una familia, la de su abuelo Pedro Gásquez Zapata, comerciante de uva, que se encargó de que su nieto recibiera la educación que le hubieran dado sus padres en vida.
Adolfo Martínez Sáez fue un joven aplicado en los estudios y uno de los deportistas más célebres de la ciudad en los años cincuenta, cuando destacaba en las travesías del puerto a nado, compitiendo con otros nadadores de gran prestigio como Antonio Cañadas, con el que mantuvo una gran rivalidad a lo largo de aquellos años. Fue tanta la competencia que Cañadas llegó a lanzarle un reto cuando Adolfo se encontraba haciendo el servicio militar en Segovia. Éste, haciendo gala de su atrevimiento, aceptó la propuesta mediante una carta al director del periódico local Yugo que fue publicada para el conocimiento de todos los aficionados almerienses.
Los estudios terminaron alejándolo de Almería, donde no había posibilidad de realizar una carrera superior. Se marchó a Madrid a cursar la carrera de aparejadores y regresó de la mano del arquitecto Francisco Prieto Moreno, su maestro en la capital de España, y máximo responsable de la restauración y conservación de la Alcazaba. Con Prieto Moreno fue el aparejador que se encargó del mantenimiento de monumentos tan importantes como la Alcazaba, el castillo de Vélez Blanco, la Catedral de Almería y la iglesia de Santiago. Desde entonces estuvo ligado sentimentalmente a los muros de la Alcazaba.
Su vida profesional en la ciudad estuvo relacionada con otro prestigioso arquitecto de la época, Javier Peña, con el que compartió el estudio durante años en un tiempo de mucho trabajo, ya que había cuatro arquitectos y otros tantos aparejadores en la ciudad. Ambos construyeron edificios tan importantes como el de la Caja de Ahorros del Paseo o las famosas torres de Aguadulce.
En 1966 fueron los responsables de la construcción del campo de fútbol de la Federación, en La Cañada, y en 1975 emprendieron la segunda gran reforma, después de la Guerra Civil, del santuario de la Virgen del Mar. Con Javier Peña como arquitecto y Adolfo Martínez como aparejador se llevó a cabo la restauración del interior del templo y de la nueva fachada, trabajos que se prolongaron durante cinco años. También fueron importantes sus trabajos de colaboración con el pintor Luis Cañadas en la iglesia de San Pablo del Zapillo.
Adolfo Martínez Gásquez llegó a ocupar el cargo de presidente del colegio de aparejadores y arquitectos técnicos y nunca dejó de ser, al menos sentimentalmente, el eterno conservador de la Alcazaba.