La Voz de Almeria

Turismo Rural

Dos siglos y ocho generaciones sostienen el legado alfarero de esta familia almeriense

La saga González-Castellón mantiene viva una fábrica donde tradición y arte se respiran en cada pieza de cerámica

Gabi, Manolo y Manuel; tres generaciones de Alfarería González-Castellón.

Gabi, Manolo y Manuel; tres generaciones de Alfarería González-Castellón.Marina Ginés

Marina Ginés
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En Alhabia, un pequeño pueblo abrazado por la arcilla que dejaron los ríos Andarax y Nacimiento, hay un oficio que no se aprende: se hereda. Se transmite con las manos, con la mirada, con el recuerdo de un abuelo enseñando a sentarse frente al torno y escuchar al barro. Allí, desde 1820, ocho generaciones han dado forma al mismo legado: la cerámica de la familia González-Castellón.

Gabi y Manolo González, son hoy la octava generación de este oficio artesano y son la voz viva de esa historia. Dos hermanos que crecieron en una casa adosada a un taller de alfarería donde, como ellos mismos dicen, “trabajaba hasta el gato”. 

Gabi González realizando una pieza de cerámica en torno.

Gabi González realizando una pieza de cerámica en torno.Marina Ginés

La fábrica era también hogar; el torno formaba parte del mobiliario familiar. “Salíamos del colegio y al llegar ya estábamos con el torno” recuerda Gabi. Antes de que llegara el motor, el torno se movía con el pie y su padre (Manuel) en no pocas ocasiones, pedía ayuda a sus hijos. Con los años implantaron los primeros tornos mecanizados de la zona: la tradición no se detenía, se adaptaba.

Una herencia que pudo romperse… pero no lo hizo

Gabi, confiesa que estuvo a punto de dejar el oficio. Su vida podía haber tomado otro rumbo, pero al final la tradición tuvo más peso. Eligió quedarse, eligió barro, eligió historia. Hoy trabaja codo con codo con su hermano, manteniendo el nombre familiar encendido como un horno en invierno. Y aunque el futuro es incierto —sus hijos y sobrinos estudian, trabajan fuera o aún son demasiado pequeños— el abuelo Manuel lo tiene claro: “Si mi nieta mayor supiera que la fábrica puede cerrar, dejaría todo para dedicarse a esto.”

Ocho generaciones no caben en un solo relato, pero cada palabra revela la verdad: esta familia no hace cerámica, hace memoria.

El alfarero más joven de Andalucía

La historia también tiene hitos. Manolo, el hijo mayor de Manuel, fue con apenas doce años el alfarero más joven de Andalucía, un reconocimiento que en casa se recuerda con orgullo. Aquella habilidad precoz cautivaba a quien lo veía trabajar, y aún hoy la magia del torno continúa hipnotizando. “La gente que me ve dice que les encanta, que es desestresante… el torno es hipnótico.”

Gabi esmalta las piezas después del pintado, para después cocerlas en el horno.

Gabi esmalta las piezas después del pintado, para después cocerlas en el horno.Marina Ginés

Nada en la Alfarería González-Castellón es rápido. Nada es industrial. Una sola pieza puede tardar diez días en completarse: modelado, secado de 5 a 6 días, dos cocciones de 16 horas cada una a 1000 grados. Sudor, paciencia, precisión.

Y sin embargo —como quien habla desde la humildad de quien domina su oficio—, esta familia de alfareros sorprende: “Es un trabajo artesanal, pero el precio es asequible… tenemos piezas desde un euro.”

De la rambla de Alhabia al mundo

Decir González-Castellón es decir artesanía. No solo producen más de 280 piezas diferentes, sino que exportan a ocho países: Grecia, Italia, Suecia, Reino Unido, Francia… y por supuesto, Almería entera. 

Lo más emocionante es que esa expansión jamás fue buscada con campañas ni vitrinas llamativas, “nuestros clientes nos han conocido por el boca a boca. Parece difícil dar con una familia de alfareros en un pueblo pequeño... pero nos encuentran”.

En la sala de pintado confeccionan el colorido de las figuras.

En la sala de pintado confeccionan el colorido de las figuras.Marina Ginés

Y vuelven. Algunos desde hace más de 20 años. La fama del pescaito, su pieza insignia, recorre el Mediterráneo. Más de dos décadas pintándolo. Forma parte del ADN visual de esta familia.

Una vez —cuenta Manuel entre risas— llegaron unos ingleses buscando jarras con peces. Terminaron encargando 30.000 piezas. “No tengo ni dinero ni manera de hacer tantas piezas”, bromeó entonces.  El cliente volvió por ellas, poco a poco, con paciencia y fe en el oficio y a día de hoy continúa formando parte de esta gran familia.

Arte que no se olvida

Gabi domina el torno; Manolo, el pincel. Igual que sus padres: “Mi padre era el encargado del torno y mi madre del dibujo y pintado. Mi hermano se pegó más a mi padre y yo más a mi madre.”

Hoy la fábrica tiene alrededor de 20 trabajadores, algunos con más de dos décadas en el taller. Vecinos de Alhabia, de Terque, e incluso dos hermanos marroquíes que ahora dibujan motivos que viajarán a hogares del mundo. Cada pieza va firmada, aunque ni siquiera haría falta: el colorido, los limones, las hojas, sus famosos peces y sus trazos vivos delatan el origen.

El pintado de dibujos de figuras a mano alzada, previo a la aplicación de color.

El pintado de dibujos de figuras a mano alzada, previo a la aplicación de color.Marina Ginés

Manolo resume con orgullo una escena que ocurre más de lo que imaginan. “Muchos amigos nos mandan fotos de piezas nuestras en Italia o en Grecia. Nos hace una ilusión enorme.”

Una alfarería que se visita, se vive y se recuerda

La puerta de la fábrica está abierta para quien quiera entrar. Niños, familias, turistas, curiosos. En marzo recibirán 100 escolares —“los niños dicen que hacemos magia”— y uno imagina ese momento: cien pares de ojos grandes viendo cómo del barro nace un plato, una jarra, una vida.

Porque entrar ahí no es turismo rural o dar clases de cerámica. Nada más pasar la puerta te sientes en casa, como en familia.

Ayer, hoy y mañana… aunque el mañana aún no esté escrito

Los documentos históricos confirman la tradición alfarera de esta familia y así se recoge en documentos oficiales que recoge el boletín de Los Museos de Terque: 'ya en 1822 los Castellón pedían permisos para fomentar su “fábrica de vidriado fino”.

Gabi, Manolo y Manuel; tres generaciones de Alfarería González-Castellón.

Gabi, Manolo y Manuel; tres generaciones de Alfarería González-Castellón.Marina Ginés

Hace dos siglos, aquellas primeras generaciones de alfareros recogían la arcilla con sus manos, pisaban el barro descalzos en invierno, soportaban hornos a 900 grados y alimentaban el fuego con retama y almendras. Fueron maestros en un oficio duro y bello a la vez, capaz de convertir tierra en memoria.

Hoy la mecanización ha aliviado parte del proceso, pero el alma sigue intacta. El torno es el mismo. El gesto es el mismo. Lo que cambia es el tiempo, nunca el espíritu.

Quizá algún día un niño de siete años —ese que ya juega con su propio torno pequeño— sea quien continúe la historia. Quizá no. Pero pase lo que pase, Alhabia ya tiene escrita la huella de la familia González-Castellón para siempre. Y mientras el torno siga girando, la historia seguirá viva.

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