Con los mastodontes edificios cebra decorando las zonas residenciales más exclusivas de Almería, cuesta encontrar un pueblecito con caracteres de auténtica virginidad, una sencillez sin añadidos actuales de mal gusto que acentúan su frescura y conserva una estética perdida de sus alrededores, tanto en su vega tradicional como en los cortijos de esencia morisca realizados en termoarcilla. Este material era muy utilizado por la antigua población para construir viviendas dado su gran capacidad aislante y gran resistencia.

Bédar, a una altitud de cuatrocientos cuatro metros de altura y ubicado en las estribaciones de la Sierra de los Filabres, es un buen ejemplo de ello. Su historia se remonta a la Edad Media, cuando la Tierra de Vera era musulmana. Su pasado —musulmán— está presente través de sus callejuelas son retorcidas y angulosas, a lo que también se suma su vega tradicional, dispuesta en terrazas escalonadas alrededor de fuentes y basas, y un sistema de riego que permite el máximo aprovechamiento del agua.

Sin embargo, el siglo XIX será una época de grandes cambios para este lugar del Levante de Almería, la actividad minera tendrá gran incidencia marcando una etapa de prosperidad, aún reflejada en las ruinas de carretera de acceso. Estas se encuentran en la Sierra de Bédar, siendo la tercera cuenca en importancia de hierro que tenga la provincia, detrás de Filabres y Alhamilla. Además de yacimientos ferrosos, contaba con recursos de plomo, cinc y cobre. De ellos, el único que tuvo alguna importancia fue la galena. 

Bédar, de los pueblecitos con más encanto 

La actividad minera se vio sacudido con la primera Guerra Mundial, la crisis de reconversión posterior al conflicto y la depresión de la década de los treinta, que acabaron prácticamente con este sector en Almería. Después del cierre de las minas en los años cincuenta, su principal dedicación es la agricultura, siendo un pueblo de pequeñas dimensiones con casi mil habitantes, cuando a finales del siglo XIX se acercó a los 8.000. 

Pero los motivos de atracción hoy son muy diferentes, su propia intemporalidad y sus gentes sencillas, que reciben con nuevos ojos al visitante, y una cierta actividad cultural desarrollada en un anfiteatro de piedra cerca de la Fuente de Bedarín, en donde a lo largo del verano se hacen algunas actuaciones, y una galería de arte (Bédar Arte) en cuyas salas, los pintores residentes, exponen con asiduidad. 

Un fotógrafo japonés enamorado del municipio

Masakazu Shirane, más conocido como “Masa”, es un vecino de Bédar de nacionalidad japonesa que llegó al pueblo hace unos catorce años y fijó su residencia hace seis años enamorado del pueblo. Todos estos años se ha dedicado a promocionar Bédar mediante sus reportajes fotográficos, dejando un gran álbum de recuerdos de todos estos años. 

Además, dándole difusión en redes sociales, muchas de sus fotografías se pueden contemplar en murales y espacios del municipio, muy pocos vecinos no tienen un recuerdo inmortalizado por la cámara de Masa en alguna de sus fiestas o actividades.