Ni medieval ni árabe: el espectacular castillo de Almería al borde de un precipicio
Subir hasta lo alto de la atalaya y asomarse al mirador bien merece el viaje

Imagen nocturna del castillo.
No fue construido por musulmanes ni por cristianos en su avance hacia el sur. Tampoco es una fortaleza medieval restaurada. Aun así, su presencia en lo alto de un cerro al borde de un precipicio que supera los 100 metros lo convierte en uno de los castillos más llamativos de la provincia de Almería.
Su imagen impone desde la distancia: una torre cuadrada de piedra oscura, una atalaya cilíndrica de 11 metros y un entorno natural que potencia la sensación de altura y aislamiento.
Este castillo no forma parte del patrimonio histórico tradicional, sino que fue levantado en el siglo XXI como parte de un proyecto para revitalizar el turismo local y ofrecer un nuevo espacio cultural.
Su aspecto recuerda al de las fortalezas antiguas, pero no es una reconstrucción ni una réplica de algo que existiera. No hay pruebas documentales de que en ese lugar se alzara nunca un castillo real, aunque los nombres de algunas calles cercanas como Castillo o Torrecica alimentan la hipótesis de una posible presencia defensiva en el pasado.
La ubicación, desde luego, parece hecha para ello. El edificio corona el punto más alto del municipio de Líjar, con un corte natural de más de 100 metros de altura y vistas despejadas sobre el valle, la vega y la sierra. Su enclave ofrece una panorámica única que convierte la visita en una experiencia visual y subir hasta lo alto de la atalaya y asomarse al mirador bien merece el viaje.
El interior del castillo alberga actualmente la oficina de turismo y una sala de exposiciones. Desde su mirador, se pueden contemplar no solo el casco urbano, sino también el paisaje natural que lo rodea. Su diseño no busca engañar al visitante, sino ofrecer una forma distinta de entender el patrimonio: no como algo heredado, sino como una apuesta por crear identidad y futuro.
Líjar, conocido por otros episodios pintorescos, como su simbólica “guerra” declarada a Francia en el siglo XIX, suma ahora a su identidad esta obra singular que desafía las convenciones patrimoniales.