Almería y el corazón arrancado de Fortuny
El MUREC, por gracia de Manuel Vida y Carmen Muñoz, alberga hasta junio una colección única en el mundo

Un instante de la inauguración de la muestra de Mariano Fortuny en el MUREC de Almería.
Su cuerpo mutilado yace tras una lápida romana, su corazón en un cenotafio de Reus y el caudal más generoso de su obra cuelga ahora en Almería. La más copiosa colección de cuadros de Fortuny reside en esta provincia y es propiedad de Manuel Vida y Carmen Muñoz, dos coleccionistas obsesionados con las acuarelas, con los grabados y hasta con los rizos color champán del genio catalán. A la luz del tiempo nos puede parecer una locura arrancar el corazón de un pintor muerto, pero no en aquel momento de la historia: Fortuny falleció en 1874 con solo 36 años, cuando ya era una celebridad en Italia y allí fue enterrado con el pesar de sus paisanos. Tanto pesar que dos años después las autoridades de Reus movieron cielo y tierra para tener una reliquia eterna del artista malogrado por una úlcera. Y así se consiguió su corazón, el órgano vital, para ser depositado en su pueblo tras un escrito grabado en piedra: “Dio su fama al mundo y el corazón a su patria”.
Buena parte de lo esencial de Fortuny, considerado el mejor pintor del XIX tras el sordo de Fuendetodos, está ahora, y hasta junio, bajo el artesonado del antiguo Hospital Provincial de Almería (actual Museo del Realismo Español). Más de 80 composiciones de lo mejor del arte español decimonónico. Allí está, por obra y gracia de Vida y Muñoz y algún préstamo del Museo del Prado, la señorita Del Castillo en su lecho de muerte, un óleo que sobrecoge; el aguafuerte del anacoreta; el vendedor de verduras al aire libre de Granada; el carnaval romano pintado por el autor poco antes de morir; la Casbah de Tetuán y el cardenal leyendo sereno y un bardo con su bandurria; allí estaban, en la inauguración, cientos de ojos de autoridades, diputados, alcaldes, concejales, coleccionistas, aficionados al buen arte, mirando las obras ungidas hace más de siglo y medio sin que hayan perdido su porosidad, ni su color, ni sus arrugas; allí estaba Manolo Vida, ufano, con su pelo arapahoe, con sus zapatos de mohicano, con su solapas verbeneras, contando anécdotas, contando cómo le cambió la vida a Vida cuando vio un catálogo del autor catalán, como Pablo cuando se cayó del caballo.
Lo dijo también el comisario de la muestra, Javier Pérez Rojas, en la inauguración: “Hay que seguir investigando sobre este artista complejo, con registros multidireccionales, que habla de muchísimas cosas”, que es tanto como decir que Fortuny no se atiene a ningún tema, que no tiene corsés que le oprimen, uno de esos peritos transversales de la espátula, como un jugador de fútbol que es capaz de ser tan buen delantero como defensa.
“Es la mejor colección de Fortuny del mundo”, sentención el presidente de la Fundación García Ibáñez, sin que en sus ojos miopes se viera atisbo de duda. Javier Aureliano García, anfitrión, llamó la atención sobre la importancia de recuperar a Fortuny, “un artista olvidado, a pesar de su éxito internacional.
Los invitados merodearon durante una hora todos los registros del virtuoso de Reus: el autorretrato de juventud, de 1858, huérfano ya, criado por su abuelo, cuando acababa de obtener una pensión de la Diputación de Barcelona para estudiar dibujo en Roma; el rostro de su mujer Cecilia Madrazo; la frondosidad de la hierba, el color y hasta el sabor de los altramuces en una plaza, la gente rica y la gente pobre, los vestiditos de organdí de las señoras, los chaqués de los señores. “Cada brochazo es un festival”, decía un aficionado asomándose a un paisaje con toda la paleta de colores reflejada. Y al final de ese túnel de obras de arte, un busto en bronce de Fortuny, obra del napolitano Vicenzo Gemito, con el pelo ensortijado y el bigote fecundo, poco antes de morir, tan rabiosamente joven que nadie sabe lo que hubiera llegado a inventar si la úlcera no se hubiera cruzado en su camino.