Escalada bélica en el Caribe: cómo vive la diáspora venezolana en Almería
Casi 2.000 venezolanos residen en la provincia de Almería

Franklin José Rivero Pérez, Yaddy González y Delvia Regina Martínez Pérez.
La alta tensión prebélica entre Venezuela y Estados Unidos está generando una dosis de inquietud entre los casi 2.000 venezolanos que residen en la provincia –casi un 60 por ciento, mujeres-, la mayoría en la capital y, en menor medida, en Roquetas de Mar. Unos viven en pequeños pisos compartidos o en habitaciones solitarias. Hay quienes han prosperado y han podido alquilar una casa con mejores condiciones de habitabilidad. Una mayoría trabajan por cuenta ajena -cuidan de nuestros mayores y envasan productos agrícolas-, pero hay muchos emprendedores: gentes con titulaciones universitarias que se han reconvertido y han creado sus negocios. Son autónomos que pintan, que arreglan la luz, que hacen empanadas. Cada emigrante caribeño tiene una casuística. A todos les une, a todos, una preocupación: ¿Qué pasará en la tierriña?
Franklin José Rivero Pérez y Delvia Regina Martínez Pérez, abogados, emigrantes y jóvenes, aguardan la llegada del Adviento con una fusión de nostalgia y esperanza. Franklin, que nació en el occidente de Venezuela y es representante de la Asociación de Venezolanos Portacarrero –asentada aquí en la ciudad de Almería-, lleva nueve años en España.
En 2017, cuando se agudizaron las protestas, tomé la decisión de salir de Venezuela con la esperanza de que algún día retornara el hilo constitucional.
Son casi tres décadas desde que en 1999 llegara al poder Hugo Chávez. Arribó democráticamente, pero su autoritarismo, anclado en una ideología populista y radical y hermanado con la Cuba de Fidel, derivó en un intento de golpe de Estado. El hambre, la desolación, el exilio y la opresión han campado a sus anchas. El modelo de la revolución socialista de Venezuela, entrenado en La Habana, escogió en 2013 un herededo que ni siquiera tenía el carisma de Chávez. Era Maduro. El chavismo más autocrático.
Llevamos 26 años lamentándonos y luchando. Esto es otra penuria más. La inflación del 500 por ciento, la falta de alimentos, la desesperanza… Solo nos queda pedir a Dios y orar.
La crisis entre Caracas y Washington puede ser el preludio de un ataque militar. Ni Frankin ni Delvia desean la muerte de inocentes. Esperan que Maduro no haga de la población civil su escudo.
No es una simple amenaza. Mover barcos, destructores, bombarderos… es serio. Venezuela nunca ha estado en guerra. Debemos evitar un desastre, advierte Franklin, para quien “las bombas no tienen nombre. Cuando caen, caen”.
Delvia admite que los movimientos en el Mar Caribe podrían significar el final de Maduro, pero confía en que se imponga la lógica del acuerdo y el epílogo del dictador sea por la vía de la renuncia. Aunque advierte:
No es la primera vez que estamos al límite en Venezuela. A veces creíamos que todo iba a terminar y no fue así. Solo pido que no haya víctimas.
Franflin tiene una corazonada:
A Maduro se le agotó el tiempo. No creo que Estados Unidos esté jugando. Solo le queda renunciar o salir con los pies p’alante. Tengo un pálpito distinto: Maduro hasta aquí llegó.
Estos dos letrados afincados en Almería creen que el gran damnificado será otra vez el pueblo de Venezuela. El The New York Times señalaba hace un tiempo que cerca de 9 millones de venezolanos no puede comprar medicinas. Indigencia social.
La gente de a pie no tiene recursos. Y si dejan de entrar aviones, el sistema económico colapsa aún más.
Delvia, como Franklin, tiene también a buena parte de su familia orillada en aquella atmósfera de estado fallido. Temen las sirenas de guerra y echan de menos las calles en las que corretearon de chiquillos:
La tierrita siempre se quiere… y en estas fechas muchos se quedaron varados.
Se le pregunta por el titular que le gustaría escuchar o leer pronto y la respuesta resulta una obviedad:
Maduro escapó, se fue, y Venezuela restablece la institucionalidad. Quiero un país como hace 30 años: receptor de inmigrantes, próspero, lleno de negocios.
Delvia se aferra a la prudencia. El final está cerca, pero puede ofrecer situaciones inesperadas:
El cerco se le cierra. Ojalá la salida sea pacífica y el pueblo pueda elegir democráticamente.
Aterriza diciembre. Con él, el Adviento. Tiempo de Navidad. Recuerdos y familia son un tic-tac en la cabeza del extranjero. Bien lo sabe Franklin.
Tenía pensado volver este año. Llevo nueve años sin ir. Cada día estamos más distanciados…
Su madre sigue allí. Allí están sus amigos. De súbido, a Franklin se le cortan las palabras.
Escuchar los mensajes de mi mamá en WhatsApp… es desgarrador.
De Venezuela han salido en los años del chavismo unos nueve millones de personas. Cientos de miles están aquí en España. Son muchos los que han formado entre nosotros una familia. Hay hijos y nietos almerienses, con acento de aquí, que celebran ser españoles. ¿Serán capaces de volver si cae Maduro o decidirán quedarse? Franklin no asiente:
No, no, no. Cuando se vaya Maduro, muchos ya tienen la maleta preparada.
Es, dice Franklin, el momento de regresar para mucha gente que ha aprendido oficios que nunca esperaban ocupar. La necesidad los ha empujado.
Lo bueno es que hemos aprendido mucho fuera: oficios, trabajos que en Venezuela no valorábamos porque nos daba vergüenza desempeñarlos. Este es el mejor momento para reconstruir nuestro país.
Electricistas, albañiles, cuidadores, pintores, fontaneros, autónomos. Así es la comunidad venezolana de Almería que ahora mira con recelo y con el corazón encogido la escalada militar en el Caribe. Sueñan con la caída de Maduro, “pacífica”, sin armas. Y con decirle gracias y adiós a Almería, su tierra de acogida.
Que sea sin violencia, que no haya víctimas. Y que Venezuela vuelva a ser un país de oportunidades como lo fue hace 30 años.
Este fin de semana han encendido la primera vela del Adviento. Es tiempo de espera. Y como en Navidad, que sea un renacer y una espera para la paz.