Muy pocos saben que en un pueblo almeriense hubo una fiebre minera con una riqueza y abundancia de la que todavía pueden apreciarse algunos restos en sus calles para el buen observador.

En el año 1833, Cuevas de Almanzora contaba con 8.000 habitantes que sobrevivían gracias a la agricultura. Cinco años después, todo cambió para sus habitantes. En 1938 se descubrió un filón de plata nativa que transformó para siempre este pueblo del Levante Almeriense. El deseo de enriquecerse hizo que la montaña se llenara de pozos, más de 1.700, en los que algunos tuvieron más suerte que otros.

El paisaje y el pueblo se transformaron, y la fortuna llevó a la construcción de palacetes y de fundiciones donde trabajaban cientos de obreros. En 1850 Cuevas de Almanzora ya contaba con 16.000 habitantes, aunque no todos de ellos ricos.

Y es que las ganancias de los inversores que salieron bien parados aquellos primeros años y de los mineros eran muy diferentes, creándose una desigualdad evidente entre ambos. La nueva burguesía, aun sí, seguía creciendo, aprendiendo, y Cuevas de Almanzora recibió nuevas formas de entretenimiento como casinos o incluso círculos literarios. El famoso pintor Andrea Giuliani, que hace poco tuvo una exposición en el Museo de Doña Pakyta, llegó a pisar sus tierras.

En 1910 ya había 26.130 habitantes censados, pero la mina ya daba síntomas de agotamiento. Cada vez quedaba menos material puro, las dificultades para extraerlo eran mayores (con inundaciones que obligaban a desaguar las minas) y la crisis que azotó a los países tras la Primera Guerra Mundial. La Guerra Civil daría el golpe de gracia. La emigración sacudió a la población y la población, antes tan numerosa, descendió hasta los 7.665 habitantes en 1970.

Hoy en día, Cuevas de Almanzora sigue recuperando población, que se sitúa sobre los 11.000 habitantes. Quien la visite podrá ver aquellos palacetes que dejó tras de sí una época de esplendor y riqueza sin límites.