Viejas historias, nuevos corazones
Aquellos jugadores y campos ya forman parte de la leyenda y sus números serán difíciles de olvidar

Antiguo campo de deportes del Hogar Rural del F. de J. Adra.
Me contaban en su día aquellas figuras del fútbol abderitano, que aquel equipo primerizo del CD Centuria Trafalgar de Adra, mucho antes de federarse, era muy temido en el concierto futbolístico almeriense.
Ver a los Arabí, Leoncillo, Crespo, Arévalo, Carpintero, Oyonarte, Capilla, León, Panchito, Segura, Capote, Jódar, Contreras, Joseillo, Cobos, Agustín, Mogolotillo, Bretones, Cuenca y compañía era un lujo que no tenía precio.
En casa, el ambiente que se vivía en aquellas viejas instalaciones en cada jornada de liga vaticinaba primero, entrada de gala para presumir de equipo y segundo, para asistir, seguramente, a la victoria de casi siempre.
El paso del tiempo ha provocado la extinción de muchos hábitos futbolísticos. Ya no es necesario limpiar el barro de las botas ni tampoco curar con mercromina las heridas en las rodillas provocadas por una caída sobre la dura piedra o escuchar a grito pelado desde el graderío: ¡Agua de la Ramblilla!, cada vez que un futbolista caía lesionado por doble partida; la patada del rival y la posterior caída que te zollaba hasta las partes blandas.
Lo del agua de la Ramblilla, algunos decían que era milagrosa. Quitar el caucho de las botas es el único incordio en la actualidad.
Una Copa a ritmo de latido
La consecución y celebración de la Copa del Gobernador en 1949 daba la sensación de que, por fin, tenían su propio equipo y club. Y de que el fútbol, si nace desde la gente, siempre va a tener sentido.
Aquél campo de Deportes del Frente de Juventudes a orillas del Hogar Rural, no tenía pantallas gigantes 360, ni palcos de lujo. Pero tenía algo que otros carecían o habían perdido: alma.
Cada encuentro se titulaba con lleno hasta el tejadillo y lo hacía con capacidad para aficionados, que creían que más que un estadio de fútbol; era un símbolo. Un campo construido en tiempo récord y el empuje de una comunidad que no se rendía.
El paisaje futbolístico de Adra ha sufrido una transformación completa en las últimas décadas, aunque todavía sobreviven algunos vestigios esparcidos por el callejero que permiten a los más nostálgicos retroceder a su juventud para recordar tiempos pasados.
Actualmente, no hay ningún club de fútbol federado en todo el municipio de Adra que compita y entrene habitualmente en un campo de tierra.
El aficionado de antaño y de camino hacia aquél campo de fútbol situado en la calle Tarrasa (Colegio San Fernando) y con dos taquillas, una a cada bocacalle, ha visto a un Trafalgar campeón, el de los días mágicos con goleadas para el recuerdo, el de los títulos, el que zarandeaba a equipos poderosos como si fueran muñecos de trapo. Ha visto la gloria con sus propios ojos.
La ha disfrutado, la ha saboreado, la guarda en la memoria. A veces, conviene recordar lo complicado que es levantar trofeos al viento en una jungla de equipazos con el objetivo común de la gloria. Si de por sí los títulos perviven para siempre y quedan grabados a fuego en la historia, en este caso todavía adquiere más valor.
Fútbol de verdad, con gente de verdad, desde abajo y con orgullo. Lo que quedó en la memoria para aquella gran hornada de futbolistas y aficionados fue el ambiente en la grada, la emoción de los que sentían que estaban haciendo historia.
Un lugar que forma parte de las vidas de tanta gente. Volviendo al principio, el club era 100% propiedad de los propios aficionados. Aquí no mandaba ni una empresa ni un fondo de inversión. Cada ladrillo tiene historia.
Cada muro, una voz. Cuando el equipo saltaba al terreno, la gente no animaba: rugía. Porque este campo no se levantó con millones, sino con orgullo por tener federado un equipo de fútbol.
No en vano, ponerse detrás de las porterías era de un peligro inminente con la de cañonazos que los locales enviaban hacía el marco y que en algunas ocasiones, llegaron a atravesar las redes.
Los entrenadores son los ideólogos del fútbol, los jugadores, los artistas y los aficionados, el alma, corazón y espíritu de este deporte. El que va a la grada lo hace por vocación y sentimiento, dispuesto a entregárselo todo a los suyos con su respaldo y, en los grandes días, ofreciendo todavía un plus creando atmósferas imponentes y que imponen al adversario.
Ramón Mendaro, antiguo portero del CD Málaga y entrenador de los trafalgistas por entonces, llegó a declarar: "Los seguidores no marcan goles. Pero sin marcarlos, sí que los marcan”.
Los cánticos, el aliento, el ruido y la presión ambiental hacen sentir incómodo al equipo visitante e influyen, para bien, en el estado de ánimo del jugador local: ese clima mágico de los días de partido con hechizo vigoriza, refuerza, activa, hace que el jugador dé ese punto extra que puede marcar la diferencia.
Y aquí llega la justicia poética. 1957, el equipo nacido de esta ilusión queda encuadrado en la Tercera División donde solo se impone en casa el Melilla de Constantino Santiago Errazquin.
Pese a ello el equipo abderitano se mostró firme en su feudo y disputará por primera vez en su historia la promoción de ascenso a la 2ª división. La felicidad lo inundaba todo con futbolistas como Bernabé, Ramallets, Góngora, Rando, Bienvenido, Requena, Vicente, Felices, Toñín, Acosta, Joaquín y tantos otros.
No pudo conquistar el ascenso a la división de plata en el recién estrenado Miramar, pero fue un paso meteórico por categorías en apenas tres años. No fue solo un triunfo sobre el piso. Fue una lección conjunta: el fútbol puede tener dueño, pero su alma siempre pertenece a la grada. Porque el fútbol, cuando es de verdad, tiene memoria y corazón.