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La República marítima de Pechina

Hace años participé en una expedición para rescatar la memoria de los moriscos andaluces en el Sahel

En el Rif hay multitud de zocos con gran afluencia de comerciantes y compradores.

En el Rif hay multitud de zocos con gran afluencia de comerciantes y compradores.La Voz

Manuel Sánchez Villanueva
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Siempre he considerado un hecho diferencial que una determinada hornada de filólogos anglo-germánicos cuya alma mater eran las Universidades de Almería o Granada, sintamos un fuerte interés hacia la cultura y civilización islámicas.

Concretamente, mis compañeros de Oviedo han tendido a tener las culturas románicas como segunda esfera de interés y ni siquiera en las Universidades de Málaga o Sevilla he encontrado casos como el del profesor de literatura norteamericana Manolo Villar organizando expediciones para rescatar la memoria de los moriscos andaluces en el Sahel, o el del catedrático de Filología Inglesa Leocadio Martín recuperando las bases de la relación histórica entre España y el Norte de África.

En un plano mucho más modesto, yo también me contagié de esa especie de vesania por la que, aunque tu mayor foco de interés se localice en el norte, no puedas dejar de mirar hacia el sur. A lo largo de mi vida he sentido fascinación por descubrir qué fue de los “locos de Pechina”, aquella escuela sufí que creció entre Pechina y Almería, nacida al calor de la misteriosa república marinera previa al califato que, con el tiempo, fue considerada herética por las autoridades musulmanas del momento hasta el punto de que sus líderes y seguidores fueran desterrados o huyeran, unos hacía el Algarve, otros en dirección al Magreb. Mi calenturienta imaginación de escritor aficionado parió la película de que parte de la idiosincrasia de los almerienses nace de esta influencia cultural tan peculiar.

Expedición

Por ese motivo, a principios de la década de los noventa, organicé una especie de expedición, pésimamente preparada y peor planificada, para partiendo de Melilla y con destino Ceuta, recorrer el Rif y la Yebala, siguiendo las mínimas referencias que indican que los supervivientes de aquella tarika o escuela de pensamiento se podrían haber refugiado en esa zona. Ni que decir tiene que cosechamos un fracaso espectacular y que, más o menos a medio camino, los compañeros de viaje se me sublevaron para que diéramos media vuelta hacia Melilla, con una parada obligada en el Club Mediterranée de Alhucemas para comer opíparamente. Solo pasadas tres décadas, ya con la preparación necesaria, pude completar aquel periplo de búsqueda.

Pero si algo rememoro de esa ocasión frustrada, fue la época previa en la que estuve haciendo contactos a ambos lados de la frontera con la colaboración de profesores del Campus de la Universidad de Granada en Melilla. Curiosamente, uno de los aspectos que guardo con más nitidez en mi memoria es que, una vez atravesábamos el paso de Beni Anzar, en los encuentros participaban mujeres solo por nuestra parte, mientras que, por la local, como mucho se limitaban a servirnos el té. Tengo un especial recuerdo de una deliciosa sopa harira que tomé en un inmenso local en el que solo estábamos hombres.

Confieso que tardé en superar la impresión que me provocaba entrar en los cafés de Nádor en los que sólo había varones o incluso el viaje en el tiempo que experimenté cuando al entrar con el coche en el pueblo rifeño de Kassita, lo hice detrás de un hombre caballero en un asno, seguido de una mujer que caminaba detrás con la cabeza gacha mientras transportaba a la espalda una enorme carga que la mantenía doblada como una alcayata.

Por ese motivo, he agradecido mucho la amable invitación que me hicieron el pasado 8 de marzo para participar en un “iftar” para romper el ayuno durante el Ramadán. No solo porque en él pude conocer a una mujer cosmopolita que ostenta un alto cargo institucional del país alauita en nuestra tierra, doctora en Derecho Internacional del Trabajo para más señas, sino a muchas otras que son activas en organizaciones marroquíes y españolas que trabajan codo con codo en la sociedad civil y el tercer sector almerienses.

Esa anochecida, mientras disfrutaba de otra excelente harira, pensé que quizás, a pesar de los muchos problemas que tenemos para gestionar la nueva Almería multicultural que ya está aquí, puede que en el fondo yo no me entere de nada y no lo estemos haciendo tan mal. E incluso comencé a permitirme albergar la esperanza de que, si no llegamos a la integración, podamos avanzar hacia una convivencia armónica con los nuevos almerienses que, además, son los que mayoritariamente cogen los pimientos de las matas.

Y para alguien que ha conocido las divisiones raciales que atenazan los banlieu y determinados barrios de París, eso es mucho decir.

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