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El poyete de Dolorcica ‘la Colera’

Era punto de encuentro de la chiquillada, un hábitat lleno de niños incansables

El poyete de Dolorcica ‘la Colera’.

El poyete de Dolorcica ‘la Colera’.Pepe Cazorla

Pepe Cazorla
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En las inmediaciones de aquella casa –en la imagen– de la calle Masnou de Adra, justamente dónde se encuentra el vehículo estacionado, estaba el desaparecido poyete.

Recuerdo el calorcito que en días de invierno daba aquel banco de cemento y que era punto de encuentro de la chiquillada. Servía de calefacción en días invernales a la hora de tenderte a lo largo y ancho de aquel montículo cuya base estaba alisada de tanto apoyo humano.

Fueron muchos días de juegos, caídas, desollones, era nuestro “parque privado”. Un hábitat lleno de niños incansables con los juegos de antes: Unimúa, arraúra, el pañuelo, la comba, los trompos, el tejo, las chapas, los santos, puño-vaina, la rayuela, el escondite o polichinglés… Frases como aquella que pronunciábamos mientras agarrábamos de las orejas al elegido en busca de “presas” que andaban escondidas: “Allá va mi gavilán con cinco uñas de gato, como no me traigas carne las orejas te las saco”.

Las cosas que más se aman son las que se conocen y nos conocen, la antigüedad es uno de los principales atributos del cariño. Aquello eran tardes interminable, no existían relojes. Los juegos solo eran interrumpidos por las voces de las madres: ¡Antoniooooooooooooooo!! gritaba Magdalena. Si uno dejaba de jugar, el abandono era generalizado por fidelidad al compañero envenenado por la adrenalina. El poyete era testigo de miles de canciones a compás del choque de las palmas de las manos en diversas maneras al ritmo de una canción: “Zeta, zeta, pá…en la orilla del maaaar”…o como aquel: “Manseforlluti tu eres sana forese lluti manseforllu allú, allú… La sinagoga la americana paulatata manserfollú allú, allú.”.

No me pregunten por su significado ni el inventor. Un auténtico jeroglífico en “inglés-francés costero” que cincuenta años después sigue en incógnita. Aquellas risas o carcajadas a principios de los 70 que costaban menos que la electricidad y eran gratis. Allí no había días grises y menos en fin de semana. Aquel punto era obligado de paso por la que echaba a andar el alma de sus vecinos. El poyete se convirtió en un elemento de cierto prestigio al lugar de peregrinación diaria.

Aquel banco de piedra de unos dos metros de largo y medio metro de ancho estaba separado de la fachada principal de la Familia Toledano Aguilar un metro aproximadamente y con un par de escalones que le daban acceso a la casa contigua. Doña Dolores, además, tenía tienda para dar avituallamiento a esa gran tropa. Hasta hacía de guardería. No existía la palabra aburrimiento. Teníamos la vacuna perfecta para la soledad. No había ganadores o derrotados, aquello se solucionaba con un abrazo. La mejor explicación muda.

En aquel lugar fuimos los mejores espadachines, toreros, los mejores futbolistas, los hermanos Malasombra, Sandokan, Kung Fu, Orzowei, Pipi Lamstrung, los mejores pistoleros, de cualquier historia hacíamos un juego y en que las necesidades individuales y colectivas se afrontaban mediante el apoyo mutuo y una vida vecinal animada y responsable. Que buenos vecinos: ¡Así, si hay quien viva! Aquella plazoleta era de tierra muchas veces quebrada por las lluvias que corrían cuesta abajo realizando verdaderas zanjas que hacían difícil el caminar del transeúnte. Auténtico refugio, aquel poyete, nuestro cuartel general, hace tiempo que dejó de existir pero que aún resuena en el desván de mi memoria.

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